Posmodernidad. Christopher Butler
Читать онлайн книгу.la historia de los problemas filosóficos y no conocían algunas de las soluciones normales que se les aplicaban en la tradición filosófica angloamericana. Esto llevó a una división intelectual, incomprensión mutua y a divisiones en muchas facultades universitarias que persisten hasta hoy.
Los posmodernos, quienes justificadamente sentían mucho entusiasmo por las doctrinas éticas y políticas de liberación, a la vez dependían enormemente del prestigio extraordinario de estas nuevas autoridades intelectuales, cuya influencia era ampliamente dependiente de una jerga neologizante, que hacía que sus ideas parecieran tremendamente complejas y profundas y que provocaba enormes problemas a quienes los traducían: Según el filósofo estadounidense John Searle:
Una vez, Michel Foucault señaló que el estilo de prosa de Derrida era “obscurantisme terroriste”. El texto está escrito de forma tan opaca que no se puede entender cuál es su idea principal (de ahí “obscurantisme”) y el autor responde a quién critica esto: Vous m’avez mal compris; vous êtes idiot’ (de ahí, “terroriste”).
New York Review of Books, 27 de octubre de 1983.
Las figuras del habla opacas, por no decir ofuscadoras, de estos intelectuales incluso buscaban ser un desafío a la claridad “cartesiana” de las explicaciones, la que señalaban provenía de una dependencia sospechosa en las certezas “burguesas” con respecto al orden mundial. Roland Barthes, al discutir sobre literatura francesa del siglo XVII, señala:
Sin duda, existió cierto universalismo al escribir que se extendió a las elites europeas que vivían el mismo estilo de vida privilegiado, sin embargo, esta comunicabilidad del francés, tan valorada, solo ha sido horizontal. Nunca fue vertical, pues nunca llego a las profundidades en que estaban las masas.
Roland Barthes, Oeuvres Complètes vol. I (1942-1965).
Se prefería utilizar juegos de palabras que sonaran curiosos en lugar de una lógica correcta y políticamente sospechosa, lo que desembocó en una teoría que era más literaria que filosófica y que rara vez, si es que alguna vez lo logró, pudo llegar a conclusiones empíricamente verificables, pues era extremadamente complejo saber qué significaban. Para los seguidores de los maestros de la teoría, esto se convirtió en una carga muy placentera de exposición y defensa de la traducción. Los maestros franceses escribieron de forma totalmente avant-gardista, en desmedro de la claridad de su propia tradición nacional; son los miles de ecos, adaptaciones y esperables malentendidos de sus oscuros escritos los que han formado la frecuentemente confundida y pretenciosa psique colectiva de los posmodernos.
A continuación tenemos un ejemplo de una oración bastante común, que obtuvo el segundo lugar en el concurso anual de mala escritura realizado por la revista académica Philosophy and Literature. El extracto proviene del muy citado “The Location of Culture” (1994) de Homi Bhabba y puede que al final de este libro se entienda con mayor claridad.
Si, por un momento, las argucias del deseo se hacen ponderables en su uso dentro de una disciplina, prontamente la repetición de la culpa, la justificación, las teorías pseudocientíficas, la superstición, las autoridades espurias y la clasificación deben considerarse como esfuerzos desesperados de “normalizar” de manera normal la perturbación de un discurso divisorio, que viola las ilustradas afirmaciones racionales de su modalidad de enunciación.
En consecuencia, existe mucho contraste y tensión entre la posmodernidad que derivó de los intelectuales franceses y la corriente más popular de pensamiento filosófico liberal angloamericano de la época. La tradición existente había sido muy cauta, en un sentido postorwelliano, de las jergas, de las síntesis grandilocuentes y de la ideología relacionada con el marxismo. En los sesenta y principios de los setenta estaba muy comprometida con métodos bastante diferentes, y más específicamente, con la idea de que la filosofía debía funcionar dentro de un “lenguaje ordinario” que fuera accesible a todos; incluso cuando fuera técnico, debía propender hacia la claridad máxima. El trabajo clásico de la filosofía en inglés, desde El concepto de lo mental (1949) de Gilbert Ryle hasta Teoría de la justicia (1971) de John Rawls, utilizaba estas formas para llegar a un método esencialmente colaborativo y consensuado y para tener una mayor claridad y una corrección progresiva de parte de los filósofos en su conjunto (a los que, de hecho, la autoridad original podría responder, al igual que lo hizo Rawlins en su obra posterior, Liberalismo político, 1993). En ese sentido, estuvo influenciado tanto por el modelo de cooperación científica como por el modelo socrático. Sin embargo, las ideas posmodernas, a pesar de sus relaciones con el marxismo y sus aspiraciones políticas, nunca tuvieron la intención de calzar en esta suerte de marco de trabajo consensuado y colaborativo. Muchos posmodernos consideraban que esto sólo habría reproducido una visión burguesa del mundo y que habría apuntado a una aceptación universal injustificable. En cierto sentido, el posmoderno francés es un verdadero sucesor del movimiento surrealista, el que también intentó alterar una forma supuestamente “normal” de ver las cosas.
El peligro, y también el punto de todo, para muchos modernistas, de llenar una retórica literaria de argumentos filosóficos y teóricos es que esto conduce a que el texto quede sujeto a todo tipo de interpretación. Como podremos ver, existe un profundo irracionalismo en el alma de la posmodernidad, una suerte de desesperanza sobre las funciones públicas de la razón, derivadas de la ilustración, la que no se encuentra en ninguna de las otras disciplinas intelectuales de fines del siglo veinte (por ejemplo, en la influencia de las ciencias cognitivas sobre la lingüística o en el uso de modelos darwinianos para explicar el desarrollo mental). Los editores promocionan los libros persuasivos de los posmodernas no en base a sus desafiantes hipótesis o argumentos, sino en base a su “uso de la teoría”, sus “reflexiones”, sus “intervenciones” y su “forma de abordar” (en lugar de responder) las preguntas.
Algunas distinciones más amplias entre la filosofía y la ética, la estética y la sociología política de la posmodernidad estructuran el relato que mostramos a continuación. En estas tres áreas, los criterios de la posmodernidad varían bastante: el término “posmoderno” en sí mismo apunta a una mezcla de implicancias ideológicas y del periodo histórico. Por lo tanto, la aspiración de cualquier obra de arte, pensador o práctica social que busque tipificar las doctrinas posmodernas o diagnosticar con precisión “la condición social de la posmodernidad” dependerá de los criterios extremadamente diversos que han dominado las mentes de la mayoría de los comentadores del tema, entre los que me incluyo. De todos modos, espero captar una visión ampliamente consensuada de la posmodernidad.
Presentaré aquellas ideas más importantes dentro de esta familia, sin embargo, en el espacio que tengo disponible no puedo prestar demasiada atención a las intrigantes disputas entre ellas. Me concentro en las que considero como las ideas posmodernas más viables y de larga data, y especialmente en aquellas que nos ayudan a caracterizar y entender el arte y las prácticas culturales innovadoras del periodo a partir de mediados de los años sesenta.
Debemos prepararnos para considerar muchas ideas posmodernas como muy interesantes e influyentes, y como elementos componenciales de un arte experimental, pero, en el mejor de los casos, confusas, y en el peor, falsas. Esto es algo relativamente frecuente, las ideas principales esenciales de muchas épocas culturales están sujetas a la crítica. Una vez redescubiertas, estas ideas se reinterpretan (como la idea romántica de la imaginación) o se condenan a la obsolescencia (como el mesmerismo en la medicina). Todos los movimientos intelectuales extremistas en la historia, entre los que se encuentra la posmodernidad, han tenido estas características. Hoy en día, nadie comparte la totalidad de la visión romántica de la imaginación, aunque sus funciones siguen siendo una preocupación central y permanente. Por otra parte, el mesmerismo del siglo dieciocho y el hipnotismo del siglo veinte distan mucho entre sí. El surgimiento de ideas radicales (y de partidos políticos radicales) en el siglo veinte generalmente llevó a la desilusión y posteriormente a la modificación, destino que parece compartir la posmodernidad entre los años sesenta y los noventa. Después de todo, ya había durado tanto como el alto modernismo del periodo preguerra (del cual, para aquellos a su favor, fue un reemplazo políticamente progresivo, y para quienes se oponían, su último aliento decadente).
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