Paso a la juventud. Sandra Souto Kustrín

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Paso a la juventud - Sandra Souto Kustrín


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Nacional de Unificación-FJS, 23/9/1936, contraportada; Joven Guardia, Madrid, Boletín del Regimiento Pasionaria n° 13, organizado por la JSU, 24/9/1936, p. 3, «Héroes de la juventud caídos en los campos de batalla». Ángel Estivill, Lina Odena, La gran heroína de las juventudes revolucionarias de España, Barcelona, Editorial Maucci, s.f., p. 85, decía que había nacido el 8 de enero de 1911.

      5 Ver Juventud Libre, órgano de la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL), 3/10/1936, pp. 1 y 4, y 2/10/1938, sin paginar; y La FIJL con el pueblo…, op. cit., discurso de Lorenzo Iñigo, entonces secretario general de la FIJL, pp. 9-18, p. 9.

      6 Nueva República, 29/1/1937, «Nuestros caídos en la lucha: Antonio Muñoz». Ahora. Diario de la Juventud, Madrid (JSU), 24/1/1937, p. 1; España, junio de 1941, p. 5, Tomás Ballesta, «A los caídos en la lucha».

      7 Helen Graham, The Spanish Republic at War, Cambridge, Cambridge University Press, 2002, p. 176 (ed. en castellano: La República española en guerra, 1936-1939, Barcelona, Debate-Random House Mondadori, 2006). Manuel Azcárate y J. Sandoval, 986 días de lucha, Moscú, Progreso, 1965, p. 58, ya hablaban de la juventud como «masa fundamental de las milicias y del Ejército Popular».

      8 Los datos y las citas en Borja de Riquer, «Cataluña durante la guerra civil. Revolución, esfuerzo de guerra y tensiones internas», en Julián Casanova y Paul Preston (Coords.), La guerra civil española, Madrid, Pablo Iglesias, 2008, pp. 161-195, p. 186.

      9 Santiago Carrillo, La Segunda República. Recuerdos y Reflexiones, Barcelona, Plaza y Janés, 1999, p. 36.

      10 HUM 2007-62675.

      2. LOS JÓVENES EN UN MUNDO EN CRISIS

      En todos los países, entre aquellos que eran demasiado jóvenes para luchar [en la Primera Guerra Mundial] (…) existe hoy en día el sentimiento de que la generación mayor ha fracasado una vez más.1

      Todo el mundo se arroga el derecho de hablar en nombre de la juventud, (…) se la disputa (…) Parece que es de su asentimiento, de su participación, de lo que depende hoy el éxito decisivo, para un partido, para una idea o para una formación social.2

      El desarrollo de los movimientos juveniles como organizaciones autónomas o, al menos, con un programa y una política claramente dirigidos a los jóvenes está determinado por el proceso de conformación de la juventud como grupo social, un proceso histórico que estuvo condicionado no solo por los cambios económicos asociados a la llamada modernización, sino también por la formación y consolidación del Estado liberal y la creación por parte de éste de instituciones y leyes que delimitaron el periodo de la vida que comprendía este grupo de edad –el desarrollo de la educación primaria y secundaria, el establecimiento del servicio militar obligatorio, la regulación de la participación en la política a través del sufragio, establecido en función de la edad, o la limitación del trabajo de niños y jóvenes–, y los cambios sociales y culturales que todos estos procesos produjeron. Estas transformaciones llevaron al desarrollo de programas concretos dirigidos hacia la juventud por parte de diferentes instituciones sociales y políticas y al surgimiento de organizaciones juveniles, en muchos casos, como simples apéndices de las organizaciones de adultos. Con el fin de crear una juventud respetable, las diferentes confesiones religiosas, especialmente la Iglesia Católica, potenciaron la creación de asociaciones juveniles desde principios del siglo XIX, al mismo tiempo que surgían los primeros movimientos juveniles autónomos en el ámbito de la enseñanza universitaria. Las organizaciones juveniles obreras, por su parte, se crearon a partir del último cuarto del siglo XIX, principalmente como resultado del agrupamiento de los propios jóvenes por sus derechos, no por decisión de sus respectivas organizaciones de adultos.3

      Sin embargo, el proceso de modernización y, por tanto, el proceso de desarrollo de la juventud como grupo social independiente y la formación de organizaciones juveniles, tuvo una cronología diferente en los distintos países de Europa. Ya en 1914 el asociacionismo juvenil había alcanzado un desarrollo considerable en gran parte de Europa occidental, pero las consecuencias de la Primera Guerra Mundial implicaron cambios cuantitativos y cualitativos en las condiciones de la juventud europea y en la evolución de su organización. Es un lugar común decir que la Gran Guerra creó una nueva generación en Europa. Las reacciones fueron distintas en función de las diferencias nacionales, de clase, y hasta personales, pero las vidas de muchos europeos quedaron tremendamente influidas por el impacto de la conflagración mundial, que tuvo una mayor importancia entre los jóvenes. La guerra bloqueó o debilitó los elementos principales de socialización de los jóvenes: las familias se desintegraron, el grupo de edad adulto desapareció o quedó seriamente debilitado, y muchos niños y jóvenes se quedaron huérfanos y asumieron responsabilidades que antes no tenían, al igual que los jóvenes cuyos padres estaban en el frente. Se produjo, además, la desaparición de los restos de las sociedades tradicionales, principalmente en las zonas rurales, mientras se desorganizó el sistema educativo de muchos países. También las crisis económicas, tanto la de la posguerra como, especialmente, la Gran Depresión de 1929 afectaron principalmente a los jóvenes, no sólo porque el desempleo fue más importante entre ellos, sino porque las respuestas a éste y a la crisis económica les afectaron también directamente: las familias retiraron a sus hijos de los centros de enseñanza, los gobiernos recortaron sus presupuestos educativos y cientos de jóvenes de clase media y de la entonces llamada aristocracia obrera vieron peligrar su futuro profesional o sus posibilidades de ascenso social,4 a pesar de que tras el conflicto bélico, la extensión de la educación secundaria había crecido considerablemente, aunque todavía fuera escasa la proporción de jóvenes que tenía acceso a ésta.

      Las acampadas y las excursiones –puestas de moda por los Wandervögel alemanes a principios del siglo XX–5 se volvieron formas de ocio habituales de la juventud. Y aunque los jóvenes tampoco habían sido ajenos a la participación política, especialmente en la etapa previa a la primera conflagración mundial,6 esta participación alcanzó el carácter propio de la nueva sociedad de masas tras la Gran Guerra. Algunas de las organizaciones juveniles más importantes en el periodo de entreguerras existían con anterioridad al conflicto bélico –es el caso de los Boy-Scouts, pero también de organizaciones políticas como las juventudes socialistas–, pero alcanzarían en ese momento su mayor desarrollo, y en el caso de las últimas citadas, sus mayores cotas de independencia. En casi toda Europa, las organizaciones juveniles socialistas fueron las principales exponentes del rechazo a las posiciones nacionalistas adoptadas por muchos de los partidos socialistas ante la Primera Guerra Mundial y reclamaron una participación más activa en las decisiones políticas. Fueron también, en casi todos los países y como consecuencia de la crisis de la Internacional Obrera Socialista (IOS) o Segunda Internacional y del impacto de la revolución de octubre de 1917 en Rusia, el origen de los partidos comunistas.7

      No menos importante fue el sentimiento de fracaso que provocaron los estragos de la Gran Guerra en todos los países europeos –incluso en aquellos que no la habían sufrido, como España– que dio lugar a nuevas actitudes de y hacia los jóvenes. Por una parte, se desarrollo una legislación que les consideraba personas con problemas a las que había que proteger, pero, por otra, fueron vistos como la base del futuro, los transformadores de la sociedad. La imagen de los jóvenes como fuerza para la renovación y la regeneración cobró una gran importancia durante el breve periodo de entusiasmo por la reconstrucción que siguió al armisticio de 1918. Por ejemplo, la Ley de Bienestar de la Juventud de la República de Weimar, de 1922, consideraba que los jóvenes iban a empezar «el proceso de curación y renacimiento físico, mental y ético» de Alemania. Ya en los años treinta, los llamamientos a la juventud como fuerza de cambio se hicieron generales en prácticamente todo el espectro político europeo: en el caso francés, se ha destacado que en todas las organizaciones «había una esperanza común de que el mañana no sería como el ayer y que la juventud proporcionaría el ímpetu para los cambios,


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