Historia contemporánea de América. Joan del Alcàzar Garrido
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1. Los procesos de las diversas independencias americanas
La historia contemporánea de América comienza con las diversas emancipaciones político-administrativas de las colonias respecto de sus metrópolis europeas. La independencia norteamericana fue el primero de estos episodios que, dada su fecundidad y su significación política e institucional, incluso ha permitido a una amplia corriente historiográfica situarla como punto de partida de la historia contemporánea universal. Después se produjeron las emancipaciones de la colonia francesa de Haití, la portuguesa de Brasil y la de las colonias continentales españolas. El conflicto no ha terminado todavía de forma completa y las emancipaciones más recientes, las de décadas pasadas, forman parte de los últimos episodios del proceso. Pese a esto, justo es decir que, más allá de la permanencia de pequeños enclaves coloniales heredados del viejo imperialismo, ya en 1825 la mayoría del territorio americano era un conjunto de estados independientes.
Las primeras independencias se produjeron durante un período histórico largo, de más de cincuenta años, con varios factores que fueron sumándose. Entre éstos es necesario destacar la articulación de la sociedad colonial, el reformismo metropolitano y las resistencias de los colonos, los enfrentamientos internacionales y sus repercusiones en las colonias, las coyunturas y los intereses económicos...
Hubo importantes diferencias en cada una de las emancipaciones, teniendo en cuenta las características propias de cada colonia y la política de las metrópolis que las habían originado durante la Edad Moderna. Las colonias británicas crecieron como refugio de los discrepantes con el régimen político inglés. Las latinas lo hicieron con el fin de dar mayor gloria y recursos económicos a la Corona. En las colonias británicas no se toleró el mestizaje ni la convivencia con los indios, mientras que en las latinas sí. Paralelamente, éstas eran principalmente católicas, mientras que las inglesas no (Abellán, 1971).
A pesar de sus diferencias, en la segunda mitad del siglo xviii, tras la guerra de los Siete Años, las metrópolis coincidieron en la necesidad de efectuar reformas para adaptar a los nuevos tiempos las relaciones entre ellas y las colonias, sobre todo reformas fiscales y administrativas. Estas reformas motivaron numerosas protestas en los territorios de ultramar que, en el caso de las colonias inglesas, condujeron a la independencia de los trece territorios continentales de Norteamérica. Hay que tener presente que estos colonos tenían algunas instituciones formadas, como las asambleas coloniales, por los vecinos más notables, con una autonomía que no tenían sus homólogos de las colonias latinoamericanas.
En los procesos de independencia también influyeron las rivalidades imperiales de las metrópolis y las de las propias colonias que, en el caso de las españolas, llegaron hasta enfrentamientos internos por la jurisdicción de determinados territorios. El papel de las metrópolis francesa y española fue esencial para la independencia de las Trece Colonias británicas de Norteamérica. Igualmente, el papel de los ingleses fue importante para la ruptura del monopolio comercial español y para las emancipaciones de las colonias latinoamericanas.
Las motivaciones más inmediatas que aceleraron las independencias también fueron diferentes. La creación de Estados Unidos fue la respuesta de los colonos contra el despotismo metropolitano (Adams, 1980). Las repúblicas hispanoamericanas fueron, en última instancia, la contestación de los criollos para superar –en el contexto de las repercusiones de las llamadas reformas borbónicas– la orfandad motivada por la abdicación de Carlos IV y Fernando VII, en 1808, y su negativa a aceptar, por una parte, la autoridad de la monarquía de los Bonaparte y, por otra, la del Parlamento liberal español. Entre 1809 y 1825 el proceso evolucionó de acuerdo con la progresiva incapacidad de Fernando VII y de la metrópoli para controlar el destino de sus colonias a raíz de los efectos de las reformas de Carlos III y, posteriormente, del hecho de que España hubiera perdido el poder naval y, como consecuencia, el control del tráfico marítimo con las Indias. El imperio de Brasil fue la solución adoptada por el heredero de la Corona portuguesa e hijo del rey ante las exigencias de los liberales de la metrópoli y de las aspiraciones de los propios colonos, quienes le mostraron su lealtad. Haití fue, en buena medida, el resultado de las repercusiones en la isla caribeña de la Revolución francesa (Halperín Donghi, 1990).
El resultado de las emancipaciones tampoco fue el mismo para todas las colonias. Los Estados Unidos de Norteamérica, Haití y el imperio de Brasil conservaron la unidad de su antiguo territorio colonial, y sobre todo Estados Unidos se expandió con la conquista de nuevos territorios. En Hispanoamérica, la supuesta unidad territorial de la antigua colonia se deshizo. Cada virreinato, cada capitanía general e, incluso, las presidencias de audiencia generaron estados diferentes y divergencias que, en algunos casos, se rompieron todavía más con nuevas repúblicas delimitadas por la frontera de las viejas intendencias. A la mística disgregadora del Imperio español es necesario unir el problema racial y de relaciones de poder entre criollos, mestizos, negros e indios.
Con respecto a los sistemas políticos, una serie de principios abstractos elaborados por los filósofos podían plasmarse en instituciones reales que articulaban a la sociedad. Así lo hicieron las Trece Colonias norteamericanas, que llegaron a generar una república federal presidencialista. Los brasileños se organizaron como imperio constitucional con el monarca heredero de la dinastía portuguesa de los Braganza. Los haitianos se debatieron entre la república y el Imperio, igual que habían hecho los metropolitanos en Francia. En las ex colonias hispánicas hubo de todo, desde el breve imperio de Agustín I en México hasta la dictadura perpetua de José Gaspar Rodríguez de Francia en Paraguay, pero principalmente proliferaron las repúblicas más o menos inestables. Esencialmente los criollos de estos nuevos estados hispanoamericanos mostraron, durante las primeras décadas de vida independiente, la fachada de la política liberal, pero se constituyeron con regímenes militarizados de signo caudillista.
1.1 De las Trece Colonias al Estado nacional: Estados Unidos
América del Norte había sido colonizada principalmente por franceses, ingleses y españoles que avanzaron desde las riberas del océano Atlántico y del mar Caribe hacia el interior. Los franceses penetraron en Canadá y Louisiana e hicieron exploraciones desde el Mississippi hasta las Rocosas. Los ingleses se establecieron en la bahía de Hudson y crearon colonias a lo largo de la costa atlántica, de norte a sur, hasta el campo misionero español de La Florida, donde se planteó un prolongado problema de límites con las colonias españolas desde la creación de la colonia inglesa de Georgia hacia 1730. Los principales conflictos de frontera entre franceses e ingleses se produjeron al norte y al oeste de las colonias inglesas. Otra potencia imperial con intereses en América septentrional fue Rusia, que exploró las costas de Alaska de norte a sur.
La victoria británica en la guerra de los Siete Años (1756-1763) contra franceses y españoles tuvo como consecuencia que los ingleses adquirieran los enormes territorios canadienses y la cuenca del río Mississippi, así como Ohio y La Florida, una ampliación ratificada con la paz firmada en París en 1763. Los españoles fueron compensados con Louisiana. Después de la conquista,