Turismo de interior en España. AAVV

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del visitante y que satisfacen sus necesidades. Por ello, el producto turístico engloba los recursos turísticos convertidos en atracción turística, los alojamientos turísticos y los restaurantes, dentro de la experiencia vivida, incluyendo la obtención de información previa al viaje, la comparación de destinos y de ofertas, la planificación del viaje, la reserva de transportes y alojamientos, la información obtenida sobre el destino escogido, las guías turísticas, el propio viaje, la interacción con la población local y, finalmente, compartir la experiencia (fotos, vídeos, comentarios en las redes sociales, etc.). Finalmente, el destino turístico es el espacio físico donde se encuentran los productos turísticos, los recursos turísticos y las actividades de soporte. Por ello en esta investigación, consideramos que el valor de los territorios de interior para su desarrollo turístico se basa en la creación y valorización de los mismos como destino turístico.

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       Fuente: elaboración propia

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       Fuente: elaboración propia

      En este apartado nos centramos en los conceptos de innovación y competitividad de un destino turístico. Según la OCDE (2010), innovación es la búsqueda, diseño, desarrollo y comercialización de nuevos productos y procesos; incluyendo los procedimientos y las estructuras organizativas. Abernathy y Clark desarrollaron en 2002 un modelo basado en la evolución de la innovación turística6, donde se consideraban cuatro tipos de innovación: la regular, el nicho, la revolucionaria y la estructural. En el primer caso, el objetivo es mejorar los procedimientos y procesos, la calidad y la productividad. En el segundo, el nicho, se orienta a establecer nuevas alianzas comerciales, facilitando la entrada de nuevos emprendedores y creando nuevos productos a partir de la combinación de otros ya existentes. En el tercero, la revolucionaria, se orienta a aplicar nuevas tecnologías y nuevos métodos. En el cuarto, el objetivo es realizar una renovación profunda, redefiniendo las infraestructuras físicas y legales, estableciendo centros de excelencia y poniendo en marcha un nuevo marketing.

      Por otra parte, la elección de un destino turístico supone para el turista la renuncia a ir a otros destinos potenciales, de ahí que la competitividad sea uno de los objetivos prioritarios de los destinos. No basta con que el destino posea ventajas comparativas sino que es necesaria, una gestión eficiente de sus recursos para que se conviertan en ventajas competitivas (Sánchez Rivero, 2006).

      Para Murphy (2000), la competitividad de un destino turístico puede definirse como un conjunto de productos y oportunidades que se combinan para formar una experiencia global del territorio visitado. Por su parte, Hassan (2000) la define como «la capacidad del destino para crear e integrar productos con valor añadido que sostienen sus recursos, al tiempo que mantienen su posición en el mercado en relación a sus competidores» (Hassan, 2000: 239). A su vez, D’Harteserre, (2000) señala que la competitividad es «la capacidad de un destino para mantener su posición en el mercado (…) y mejorarla a lo largo del tiempo» (D’Harteserre, 2000:23). Por su parte, Crouch y Ritchie (1997) sostienen que el análisis de la competitividad debe centrarse en la prosperidad económica del destino y Dywer et al. (2000) consideran fundamental la competitividad en precios. Otros autores, como Schmalleger y Carson (2008) o Pedreño y Ramón (2009), resumen la competitividad como la capacidad de adaptación ante condicionantes cambiantes del entorno, por lo que las nuevas tecnologías de la información desempeñan un papel crucial no sólo como medio de conocimiento y pago de viajes y estancias sino también como modo de interactuar los turistas con los recursos y con la comunidad local.

      La competitividad de un destino turístico depende de cuatro variables:

      a) las condiciones de los factores productivos (los recursos naturales, culturales, humanos, de capitales, de conocimiento, las infraestructuras y la superestructura del turismo) (Porter, 1990; Crouch y Ritchie, 1997).

      b) la existencia de unos turistas cada vez más experimentados y exigentes, lo que estimulará el perfeccionamiento y la innovación en los productos y servicios turísticos y la eficiencia empresarial, teniendo en cuenta la necesidad de disponer de una mínima masa crítica de visitantes que haga económicamente viable la oferta.

      c) unas actividades y servicios complementarios que permitan una interacción rápida y constante entre todos los actores involucrados con el turismo.

      d) la dinámica relacional generada de manera normativa o no entre los actores. Otros dos factores que, según Rodríguez (2001), también pueden influir en la competitividad son la casualidad y el papel de las Administraciones Públicas.

      Sea cual sea el enfoque desde el que se considere la competitividad de los destinos turísticos, es importante diferenciar entre ventajas comparativas y competitivas. Las primeras se refieren a los factores y recursos presentes en el territorio, sean naturales o antrópicos (Crouch y Ritchie, 1997). Para Porter (1990), estos factores pueden clasificarse en cinco categorías: recursos humanos, recursos físicos, recursos de conocimiento, recursos de capital e infraestructuras. Sin embargo, las ventajas competitivas también incluyen los recursos culturales y la superestructura turística (Sánchez Rivero, 2006). Además, hay que tener en cuenta que estos recursos y factores pueden evolucionar en el tiempo, alterando sus ventajas o desventajas. Así pues, como que otros destinos también pueden realizar una propuesta turística similar, la competitividad de un determinado destino debe basarse en su sostenibilidad medio-ambiental, económica y sociocultural, con especial énfasis en los recursos que posee y que explican su especialización en determinadas actividades turísticas en las que dicho destino se muestra innovador y comparativamente más eficiente (Rodríguez, 2001).

      Recientemente diversos autores (Nordin, 2003; Barozet, 2004; Prats, 2005; Novelli et al., 2006; Shih, 2006; Elorie, 2009; Merinero y Pulido, 2009; Hernández, 2011; Merinero, 2011; Prat, 2013) han demostrado la existencia de una correlación entre el grado de desarrollo del turismo en un determinado destino y la dinámica relacional generada por los actores implicados con el mismo. Así, una dinámica relacional intensa, con relaciones estables y articuladas formalmente, es esencial en la gestión activa de cualquier destino turístico. Esta dinámica relacional se basa en la creación y consolidación de una red social entre los agentes involucrados con el desarrollo de una actividad turística en el destino, creando un conjunto de nodos (personas y organizaciones) vinculados mediante una determinada relación y generando un flujo entre ellos, directamente o a través de otros terceros nodos. Por ello, cuanto mayor sea el número de vínculos existentes en la red, mayor será su conectividad e integración (Scott et al., 2008; Elorie, 2009; Hernández, 2011). Dichas relaciones pueden ser formales o informales, estables o inestables, materiales o inmateriales, conscientes y aceptadas (Fernández Quijada, 2008).

      A continuación profundizamos en los conceptos de sostenibilidad y desarrollo sostenible del turismo. Considerando que el capitalismo se ha basado en un crecimiento económico ilimitado y en el beneficio inmediato, sin respetar el equilibrio ecológico y las necesidades futuras. En los últimos años han aparecido opiniones que cuestionan esta noción de desarrollo. Este post-desarrollo trata de reducir la dependencia economicista y recuperar la sostenibilidad ecológica y la equidad social en una nueva cultura del bienestar, no basada en la acumulación de capital (Latouche, 2008). No se debe olvidar que la compleja estructura del turismo y su conexión con otras actividades, así como una afluencia masiva de visitantes, pueden provocar importantes impactos en el destino, tanto económicos como socioculturales y medioambientales (Amat, 2013). Estos impactos dependen de una serie de factores interconectados, como son el estado de conservación y las características particulares del entorno local, el tipo de turismo que se impulsa y la capacidad de la comunidad local de gestionar


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