Blasco Ibáñez en Norteamérica. Emilio Sales Dasí

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Blasco Ibáñez en Norteamérica - Emilio Sales Dasí


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la disertación, a Blasco se le ofreció un banquete. De inmediato, remitió, haciendo uso del primer correo aéreo, un mensaje a los diarios de La Habana y al pueblo de Cuba88.

      Entre el 6 y el 8 de noviembre estuvo en la sede del diario La Prensa, uno de los pilares del hispanismo neoyorkino, dirigido por José Camprubí. Asimismo, se trasladó al Country Life Press, en Garden City, Long Island, siendo el invitado de Herbert S. Houston, vicepresidente de la editorial Doubleday, Page & Co. Quería observar con sus propios ojos los métodos de publicación y edición más modernos, y, la verdad, quedó deslumbrado ante la categoría de la maquinaria empleada por los norteamericanos, con la que la de Prometeo no podía competir en absoluto. Le acompañaban en la visita el citado José Camprubí y el profesor Federico Onís, quienes también degustaron el almuerzo con que les regaló el señor Houston y, a continuación, fueron testigos de cómo Blasco Ibáñez plantaba un árbol en el jardín conmemorativo de Doubleday, del mismo modo que antes que él lo hicieron otros invitados distinguidos como John Muir y John Burroughs89.

      Blasco en Long Island, plantando un árbol

      (The World's Work, noviembre 1919-abril 1920, p. 498)

      En el meeting de la AATS, intervino para hablar de la primacía de la novela sobre cualquier otro género en la literatura española contemporánea. Según él, en su país el novelista, por lo general, no era un profesional, sino que solo se dedicaba a escribir cuando tenía que transmitir al mundo un mensaje sólido. Terminó su charla alabando la tarea de los allí reunidos, a los que apreciaba como «evangelists of Spanish culture in this country»90.

      Con el título de «El espíritu de los Cuatro jinetes», el 10 de noviembre, Blasco dirigió su conferencia a un público mayoritariamente hispanohablante en el Aeolian Hall. Tras los cumplidos de agradecimiento a su audiencia, por la tremenda acogida a su novela, dividió su exposición en dos grandes bloques. Primero habló de la amenaza procedente de un quinto jinete, el de las huelgas y la revolución social, que podía desembocar en nuevos conflictos bélicos en el período de incertidumbre internacional que se respiraba en los primeros meses de posguerra91. Acto seguido, rememoró los acontecimientos que propiciaron la redacción de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, historia para que la que se nutrió, en parte, de su visita al escenario de los enfrentamientos del Marne, así como se basó en personajes reales. También insistió en una idea que sería recurrente en varias de sus colaboraciones periodísticas: «Yet no punishment has been meted out to the men responsible for the death of ten millions. If such crimes are to be forgiven and forgotten, who can be sure they will not be repeated?»92. Esa ausencia de castigo era uno de los factores que había desencadenado la inestabilidad industrial presente, el conflicto entre aquellos que habían amasado dinero en el transcurso de la guerra y aquellas masas trabajadoras que sentían hacia ellos un odio instintivo.

      Durante los meses en que Blasco estuvo en los Estados Unidos, las conferencias fueron eclipsadas en cantidad por las recepciones a las que fue invitado por personas y asociaciones de la más diversa índole. Así, por ejemplo, estuvo en el India House, teniendo como anfitrión a Alfred Gilbert Smith, presidente de la New York and Cuba Mail Steamship Company, más conocida como Ward Line, y compartiendo mesa con notables comensales de origen español y sudamericano93. En el hotel Pennsylvania, le regaló con una cena el Mexican Union and American Frienship Club. En la misma se lamentó de los ataques recibidos por su conferencia en el Horace Mann Auditorium al defender a España de la visión negativa que se ofrecía de su intervención en el Nuevo Mundo. De acuerdo con las sospechas del escritor, existía un empeño pro alemán en desacreditarle. En todo caso, más allá de su reputación personal o su perspectiva interpretativa de la historia española, lo que a él le interesaba era destacar las ventajas de la cooperación internacional: «it was most important that Spain ally herself with the United States now, for Spanish interests were world-wide, and together the countries could accomplish much»94. Y siempre mirando al futuro, exponía su intención de viajar a México para escribir una novela sobre aquel país que sería traducida al inglés.

      La faceta más altruista de Blasco se puso de relieve el 14 de noviembre, cuando participó en la campaña de la Fundación «For Actors' memorial», organizada por el productor y manager Daniel Frohman, y que tuvo lugar en el teatro Lyceum. Se trataba de recaudar fondos para los actores menos afortunados, concurriendo a la recepción hombres de negocios, representantes del mundo del escenario y la literatura, y unas dos mil damas. La mayoría de los asistentes se sintieron atraídos por la oportunidad de conocer en persona al escritor95.

      Sin embargo, tuvo mucha más repercusión su iniciativa de abrir un fondo conmemorativo para levantar un monumento en honor a Edgar Allan Poe, al que él contribuyó con la donación de cien dólares. La trascendencia del gesto no residía tanto en la cantidad aportada, como en el hecho de persuadir al presidente de la Sociedad de Artes y Ciencias del Bronk, señor W. Stebbins Smith, de la conveniencia de emprender la aventura laudatoria96, teniendo en cuenta que Poe era un escritor muy apreciado en Europa, mientras que en el ámbito literario de los Estados Unidos era como una especie de marginado, una figura extraña y peligrosa97. Era, pues, el suyo un acto de justicia poética que tendió a otorgarle al escritor de Boston el reconocimiento que merecía en su país.

      La prensa americana aplaudía la decisión de Blasco, quien hacia el 17 de noviembre visitó la pintoresca casa de madera del autor de «El cuervo» en el Grand Concourse, en Fordham, en la parte alta de la ciudad. Le demostraba así la admiración que le profesaba antes ya de su llegada a los Estados Unidos. Por su parte, mientras los periodistas intentaban recrear la existencia de Poe en su hogar, sentado en el porche y dialogando a solas con las estrellas, pendiente de los lamentos y las sombras fantasmales que se arrastran por la noche98, la figura del novelista español adquirió una dimensión poética: había sido inspirado por el maestro para acometer empresas generosas99.

      Más mundana fue, en cambio, la celebración organizada por el University Forum of America, el día 18, en el Hotel des Artistes100. Blasco fue recibido en el salón de baile con gritos y aplausos. Como era habitual en estos festejos de sociedad, a los postres enlazó un breve discurso, convenientemente traducido por el señor Alexander Cummnings, presidente del University Forum, en el que hizo relación de sus experiencias personales en Argentina, en París y durante su visita a la zona devastada del Marne. Para desviar a los asistentes de cualquier recuerdo aciago sobre la Gran Guerra, luego concluyó la velada con un baile.

      Solo dos días más tarde, en el almuerzo organizado por el Rotary Club, en el hotel McAlpin, se verificó la comunión entre el escritor y la sociedad norteamericana de un modo sumamente gráfico. Los miembros del club recompensaron a Blasco con el regalo de una bandera de los Estados Unidos. El novelista, posando sus labios sobre la tela, agradeció con fervorosas palabras el detalle. Para él, dicho emblema representaba un honor inmenso. No era la bandera del país más importante, sino la bandera con cuyos valores debían identificarse todos los países del mundo101. Para un hombre muy dado a conferirle su simbolismo a los objetos, el regalo recibido satisfacía con creces su tendencia mitográfica.

      Posiblemente la recepción en el hotel McAlpin fue el último acto público de su primera estancia en Nueva York102. A lo largo del mes de noviembre Blasco visitó en su mansión de Bayside, en Long Island, a la actriz Pearl White, sin que las informaciones de la prensa permitan fijar una fecha concreta. De acuerdo con sus propias palabras, el escritor ya hacía tiempo que deseaba de conocer a la estrella de la Fox. Había llegado a contar en numerosas ocasiones una historia entretenida que podía justificar dicho afán. En París, durante un ataque aéreo, Blasco vio correr a la gente hacia un teatro. Él siguió su estela creyendo encontrar allí un lugar inusualmente seguro. Sin embargo, lo que atraía a los franceses era una pieza del serial cinematográfico Los peligros de Paulina. Sorprendido por el singular descubrimiento, se dijo que debía conocer a una actriz cuyos movimientos delante de la cámara mantenían ocupada la atención de las personas en peligro103.

      El ansiado encuentro entre los dos


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