Cristianismo Práctico. A. W. Pink
Читать онлайн книгу.lo que creen no solo porque parece razonable o incluso real, sino porque están completamente persuadidos que es Su Palabra y Él no miente. El creer las Escrituras debido a que son la Palabra de Dios constituye una fe Divina. Esta misma fe la tenía el pueblo de Israel después de su maravilloso éxodo de Egipto y de la liberación del Mar Rojo. De ellos se dice en la Palabra,
«Y vio Israel aquel grande hecho que Jehová ejecutó contra los egipcios; y el pueblo temió a Jehová, y creyeron a Jehová y a Moisés su siervo» (Éxodo 14:31),
aunque de la gran mayoría de ellos se dice que sus cuerpos cayeron en el desierto y que el mismo Señor juró que no entrarían en Su reposo (Hebreos 3:17–18).
De hecho, si hacemos un estudio meticuloso de las Escrituras sobre este punto, podemos encontrar lo mucho que se dice de la gente no salva que muestra tener fe en el Señor. En Jeremías 13:11, encontramos a Dios diciendo: «Porque como el cinto se junta a los lomos del hombre, así hice juntar a mí toda la casa de Israel y toda la casa de Judá, dice Jehová», y el decir que los «juntó» a sí, es lo mismo que decir que «confiaban» en Él (cf. 2 Reyes 18:5–6). De esa misma generación Dios dice:
«Este pueblo malo, que no quiere oír mis palabras, que anda en las imaginaciones de su corazón, y que va en pos de dioses ajenos para servirles, y para postrarse ante ellos, vendrá a ser como este cinto, que para ninguna cosa es bueno» (Jeremías 13:10).
La palabra «apoyarse» es otra palabra que significa confianza firme.
«Acontecerá en aquel tiempo, que los que hayan quedado de Israel y los que hayan quedado de la casa de Jacob, nunca más se apoyarán en el que los hirió, sino que se apoyarán con verdad en Jehová, el Santo de Israel» (Isaías 10:20);
«Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado» (Isaías 26:3).
Y sin embargo, nos encontramos con este otro texto: «porque de la santa ciudad se nombran, y en el Dios de Israel confían; su nombre es Jehová de los ejércitos» (Isaías 48:2).
¿Quién dudaría que esto se refiere a una fe salvífica? Está bien, no nos apresuremos demasiado a sacar conclusiones: de ellos mismos el Señor dice:
Porque yo sabía que eres muy obstinado; que tu cuello es un tendón de hierro, y que tu frente es de bronce (Isaías 48:4)
Y nuevamente, el término «recostar» es usado no solamente para comunicar confianza, sino dependencia en el Señor, pues se dice de la esposa:
«¿Quién es ésta que sube del desierto, Recostada sobre su amado?» (Cantares 8:5).
¿Puede ser posible que una expresión como esta se refiera a aquellos que son salvos? Si, así es, y nada menos que por el mismo Dios:
«Oíd ahora esto, jefes de la casa de Jacob, y capitanes de la casa de Israel, que abomináis el juicio, y pervertís todo el derecho (...) Sus jefes juzgan por cohecho, y sus sacerdotes enseñan por precio, y sus profetas adivinan por dinero; y se apoyan en Jehová, diciendo: ¿No está Jehová entre nosotros? No vendrá mal sobre nosotros» (Miqueas 3:9,11).
Así que miles de personas carnales y mundanas están apoyándose sobre Cristo y sosteniéndose en Él de modo que no caigan en el infierno, y están seguros de que tal «mal» no les ocurrirá. No obstante, su confianza es una terrible presunción. Descansar en una promesa de Dios con completa confianza en momentos de desaliento y peligro, es sin duda algo que no esperaríamos decir de personas que no fueran salvas. La verdad es más extraña que la ficción. Esto mismo lo encontramos descrito en la infalible Palabra de Dios.
Cuando Senaquerib y su ejército sitiaron las ciudades de Judá, Ezequías dijo: «Esforzaos y animaos; no temáis, ni tengáis miedo del rey de Asiria, ni de toda la multitud que con él viene; porque más hay con nosotros que con él. Con él está el brazo de carne, mas con nosotros está Jehová nuestro Dios para ayudarnos y pelear nuestras batallas. Y el pueblo tuvo confianza en las palabras de Ezequías rey de Judá» (2 Crónicas 32:7–8); y se nos dice que «Y el pueblo tuvo confianza en las palabras de Ezequías» Ezequías había hablado las palabras del Señor y para el pueblo descansar en esas palabras era descansar en Él mismo. Unos quince años después, este mismo pueblo hizo «más mal que las naciones» (2 Crónicas 33:9). Por lo tanto, el descansar en una promesa de Dios no es, en sí mismo, ninguna prueba de regeneración.
Descansar en Dios, sobre la base de Su pacto, era más que descansar en una promesa; porque aún los hombres no regenerados podían hacer eso. Un ejemplo lo encontramos en Abías, rey de Judá. De hecho es interesante leer y pesar lo que se dice en 2 Crónicas 13, cuando Jeroboam y su ejército vinieron contra él. Primero, le recordó a todo el pueblo de Israel que el Señor Dios había entregado el reino a David y su descendencia por siempre «bajo pacto de sal» (verso 5). Segundo, denunció los pecados del adversario (versos 6–9). Luego reafirmó al Señor como «nuestro Dios» y que Él estaba con ellos (versos 10–12). Pero a pesar de esto, Jeroboam no hizo caso, sino que más bien prosiguió con la batalla en su contra. «Y Abías y su gente hicieron en ellos una gran matanza» (verso 17), «porque se apoyaban en Jehová el Dios de sus padres» (verso 18). Y sin embargo de este mismo Abías se nos dice, «Y anduvo en todos los pecados que su padre había cometido antes de él» (1 Reyes 15:3). Un hombre no regenerado pudiera descansar en Cristo, en Su promesa y aún declararse parte de Su pacto.
«Y los hombres de Nínive (quienes eran paganos) creyeron a Dios» (Jonás 3:5).
Esto es realmente interesante porque el Dios de los cielos era un extraño para ellos, y Su profeta un hombre que no conocían, ¿Por qué entonces deberían ellos confiar en su mensaje? Por otra parte, no fue una promesa sino una amenaza, la cual creyeron ¡Es mucho más fácil para una persona que ahora vive bajo el Evangelio, el apropiarse de una promesa; que para los paganos de entonces, el apropiarse de una terrible amenaza!
En cuanto al apropiarse de una amenaza, estamos propensos a encontrarnos con mucha oposición, tanto interna como externa. Desde adentro, porque una amenaza es como una píldora muy amarga, la amargura de la muerte; y no es de extrañarse que este sabor mengüe. Desde afuera, porque Satanás estará listo para levantar oposición: él teme ver hombres alertas, no sea que sean despertados de su estado de miseria debido a la amenaza y por esto busquen escapar. Él está más seguro de ellos mientras que se sientan seguros, y hará el trabajo necesario para mantenerlos lejos de la amenaza, no sea que sean despertados del sueño de paz y felicidad en el que están mientras duermen dentro de sus mismas fauces.
«Ahora bien, de frente a una promesa, un hombre no regenerado no mostrará ninguna oposición. Internamente no lo hace debido a que la promesa es completamente dulce; la promesa del perdón y vida es la más esencial y vital del Evangelio. No es de extrañarse si se sienten preparados para digerirla con mucho deseo. Y Satanás por otro lado estará muy lejos de hacer alguna oposición, más bien animará y ayudará al que no tiene ningún interés; porque Él sabe que de esta manera los asegurará y fijará a su condición natural. Una promesa mal usada y mal aplicada será un sello sobre el sepulcro, asegurándolos en la tumba del pecado donde yacerán muertos y en descomposición. Por lo tanto, si los hombres no regenerados pudieran apropiarse de una amenaza, la cual es más difícil, como parece haber sido el caso de los habitantes de Nínive, ¿Por qué entonces no podrían estar aptos para apropiarse de una promesa del Evangelio, si no les gusta encontrarse con ninguna clase de dificultad y oposición?» (David Clarkson, 1680, por algún tiempo co–pastor junto con John Owen; con quien estamos en deuda por gran parte de lo dicho anteriormente).
Otro claro ejemplo de los que tienen fe, mas no la fe salvífica, lo vemos en los oidores de tierra de pedregales, los cuales «creen por un tiempo» (Lucas 8:14). Con respecto a este tipo de personas, el Señor declaró que ellos oyen la Palabra y la reciben con gozo (Mateo 13:20). A cuantos hemos conocido que tienen almas felices y rostros resplandecientes, fuertes de espíritu y llenos del celo. Cuán difícil es diferenciarlos de cristianos genuinos, los de buena tierra. La diferencia no es visible en apariencia; se haya debajo de la superficie. Ellos no tienen raíz en sí (Mateo 13:21):