¡Ellas!. José Ramón Alonso
Читать онлайн книгу.y su valor, la capacidad del ser humano para ser quien desee y cumplir sus sueños.
El libro muestra perfiles verídicos, no figuras idealizadas. Sus protagonistas tienen defectos, cometen errores, sostienen opiniones que en ocasiones entran en conflicto con nuestra mentalidad actual. No puede ser de otra manera: son mujeres de su tiempo, testigos y actrices de su época. Y sin embargo, ese es uno de los factores más atractivos: no son figuras ideales, sino mujeres reales que no aceptaron las convenciones sociales, que siguieron su vocación, la llamada de un ideal, su pasión, su verdad. Contar algo de sus desaciertos las hace más humanas y, por lo tanto, mejores.
En todos los capítulos he intentado conservar su voz, transcribir sus palabras, para que tú, lector o lectora, conozcas con la mayor fidelidad posible cómo sentían, cómo pensaban, cuáles eran sus esperanzas y sus temores. Volver a escucharlas nos trae de vuelta a aquellas que ya no están entre nosotros y proyecta aún más lejos el mensaje de las que todavía siguen presentes.
Algunos de los nombres son escasamente conocidos, mientras que otros nos resultan muy familiares, pero incluso en los casos más populares merece la pena tratar de profundizar en sus vidas, para poder comprender así sus motivaciones y el carácter de los desafíos que afrontaron. También porque a veces su imagen pública no se corresponde con la realidad.
El libro está pensado para adultos, pero también para jóvenes, tanto para ellas como para ellos. El mensaje, para ambos, es que no hay ningún éxito imposible de alcanzar, no importa el género, que la historia es un libro abierto y que el próximo capítulo está por escribirse.
Una de los «justos»: Irena Sendler
Hay personas que son conocidas a lo largo de sus vidas por distintos nombres. Irena Sendler, también llamada Irena Sendlerova, nació con el nombre de Irena Krzyżanowska, un apellido difícil de pronunciar. En cualquier caso, es posible que nunca hayas oído ninguno de sus tres nombres. Nunca contó a nadie lo que había hecho, su historia es conocida solo en su país natal, entonces el Imperio ruso y hoy Polonia, y el régimen comunista que gobernó ese país durante cuarenta y cuatro años no tenía demasiado interés en airear mucho su obra. No les gustaba hablar de historias de judíos en la Segunda Guerra Mundial, donde hubo tantas complicidades infames y, además, Sendler había sido socialista, algo difícil de asumir por el régimen comunista y aquel Gobierno de partido único. Pero estoy convencido de que merece la pena que conozcas su historia y que te va a gustar.
El resumen es sencillo: Irena Sendler salvó la vida a dos mil quinientos niños, uno a uno.
Es posible que sí conozcas el nombre de Oskar Schindler, el industrial alemán que puso a salvo a mil judíos en la época del Holocausto y que es el protagonista de la película La lista de Schindler. Irena está, como mínimo, a su altura, y quizá solo falta un Spielberg que le haga ser conocida universalmente. Este es el relato de su historia.
Irena era trabajadora social en Varsovia. Cuando los nazis invadieron Polonia, en 1939, estaba contratada en el Servicio de Bienestar Social, una agencia oficial que se encargaba, entre otras cosas, de los comedores de la beneficiencia. Eran como los comedores sociales que conocemos actualmente, y ahí se atendía a los más pobres, los sintecho, los más necesitados.
Tras la ocupación, los nazis iniciaron, con una brutalidad incluso mayor de lo habitual, la destrucción de la comunidad judía de Varsovia. Hartos de las dificultades para controlar a este grupo de la población en un entorno urbano, los ocupantes alemanes idearon uno de sus monstruosos experimentos: crear una reserva, un campo de concentración en el medio de la ciudad: el «gueto de Varsovia». Unos cuatrocientos mil judíos polacos fueron encerrados en un espacio minúsculo —3,4 km2—. Para que te hagas una idea, el 30 % de la población de Varsovia se confinó en un 2,4 % de las casas de la ciudad, con lo cual, donde antes vivía una familia, ahora vivían diez. De las personas allí internadas, cientos y luego miles empezaron a morir a causa de las balas alemanas, las enfermedades y el hambre. Se estima que la ración diaria de comida era de 2614 calorías para los alemanes, 1699 para los polacos gentiles y 186 para los judíos del gueto.
Sin contar con los 254000 judíos que fueron enviados al campo de exterminio de Treblinka a lo largo del verano de 1942, y los miles que murieron durante el heroico levantamiento del gueto en mayo de 1943, se calcula que unas trescientas mil personas fallecieron entre los muros de ese trozo de ciudad.
Irena, que era católica, pronto comenzó a tratar de ayudar a los judíos, haciéndoles llegar alimentos, medicinas y otros enseres. Las enfermedades infecciosas no respetan alambradas ni muros de piedra. Uno de los miedos de los ocupantes nazis era que las terribles circunstancias del gueto favorecieran la aparición de epidemias, y que estas se extendieran por toda la ciudad, e Irena decidió aprovechar esa circunstancia. Lo contó así:
Conseguí, para mí y mi compañera, Irena Schultz, identificaciones de la oficina sanitaria, una de cuyas tareas era la lucha contra las enfermedades contagiosas. Más tarde tuve éxito en conseguir pases para otras colaboradoras. Como los invasores alemanes tenían miedo de que se desatara una epidemia de tifus, toleraban que los polacos controláramos el recinto.
De esa forma, los administradores alemanes dejaban que los trabajadores y médicos polacos atendieran a los enfermos y se deshicieran de los cadáveres. Un médico le consiguió un título falso de enfermera y así Irena pudo moverse libremente por las calles del gueto. Para pasar desapercibida, y también como gesto de solidaridad, llevaba en la manga un brazalete con la estrella de David, la identificación obligatoria que debían llevar todos los judíos bajo pena de muerte. Mientras iba de una zona a otra, veía gran cantidad de niños y empezó a plantearse la necesidad de ayudarlos a escapar de aquella cárcel, pues, aunque ella les llevase comida o dinero, la única esperanza real de supervivencia se basaba en salir de allí.
Bajita, de ojos claros y mofletes de niña, Irena decidió jugarse la vida porque «su corazón le dijo que debía hacerlo». En una entrevista para un documental que le dedicaron muchos años después, contaba que eso era lo que le habían enseñado en casa. Cuando tenía siete años, recordaba, su padre fue el único médico que atendió a los enfermos en una epidemia de tifus. Acabó enfermando y murió, pero antes de fallecer le dijo a su hija: «Si ves a alguien que se está ahogando, no te paras a hacer preguntas, simplemente saltas a intentar salvarlo».
Cuando empezó a pensar cómo llevar a cabo su plan para salvar a los niños, Irena encontró todo tipo de resistencias. Su propia madre le decía: «¿Sacarlos fuera? ¿Es eso lo que estás pensando? ¿Esquivar a la Gestapo? ¿A los soldados alemanes? ¿A la policía judía? ¿Cómo es eso? Solo eres una trabajadora social».
Pero precisamente fueron su documentación y su experiencia como trabajadora social las que le facilitaron la posibilidad de coger a un niño del gueto, proveerle de documentación falsa, subir con él a un tren y llevarlo a un convento católico de clausura donde escondían a cientos de niños judíos. Si alguien les preguntaba, podía decir, y su trabajo lo confirmaba, que lo acompañaba a visitar a su familia en el campo.
Aprovechando los pases falsificados por Irena, los hombres de la Zegota —una organización clandestina liderada por el Gobierno polaco en el exilio y centrada en la ayuda a los judíos— entraban en el gueto para intentar convencer a las familias de que les dejasen llevarse a los niños. Muchas de ellas no quisieron separarse de sus hijos pequeños y fue letal para ellos. Irena, Jolanta en su nombre en clave, recordaba escenas duras: una madre que sí quería que sacaran a su hijo, pero cuyo marido se negó; una abuela gimiendo, aferrándose a su nieto, apenas un bebé, para que no se lo llevaran. La dureza de la incertidumbre, el miedo, el mal enfrentado con el amor a los hijos, el instinto de supervivencia frente al deseo de mantenerse todos juntos…, todo se mezclaba.