¡Ellas!. José Ramón Alonso

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¡Ellas! - José Ramón Alonso


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de difamación no se detuvo y el tema empezó a presentar un claro sesgo xenófobo y sexista. Le echaban en cara ser extranjera y, alentando la hipócrita actitud de la época sobre las mujeres que se veían implicadas en un romance, depositaban sobre sus hombros toda la culpa, como si el hombre no tuviese nada que ver. La sociedad más rancia la acusó de traidora, de monstruo egoísta, de destructora de familias osando escribir «la gran Francia privada de sus hijos por una judía polaca». Llegaron a merodear en torno a su casa, a tirarle piedras a las ventanas; le gritaban por la calle llamándola «prostituta» y «tentación judía». También fueron hostigadas por los periodistas su hijas, Iréne y Eva, de catorce y siete años.

      Según la entrevista que realizó Valentina Raffio a Adela Muñoz Páez:

      Los matices más humanos de la historia de Marie Curie hacen que sea más fácil identificarse con ella. No solo fue un genio científico. Fue una mujer valiente que pasó por muchas más dificultades. El aspecto más frágil de Marie Curie también es inspirador porque, en cierto modo, derriba barreras y hace que más gente pueda interesarse por su historia. No solo fue una científica excepcional, también una mujer apasionada y muy luchadora.

      Los insultos continuaron, pues el periodista Gustave Téry llamó a Langevin «pueblerino y cobarde», y el físico retó al periodista a duelo. En aquel teatrillo, el periodista levantó su pistola y se retiró alegando que no podía matar a un hombre «tan valioso para la patria». Hubo más duelos, aunque sin muertes. Marie Curie y Paul Langevin no siguieron adelante con su relación, aunque los nietos de ambos, Hélène y Michel, se casaron muchos años más tarde. No se conoce que Marie Curie tuviera más romances, vivió sola el resto de su vida.

      De esta manera, la vida personal se mezcló con la trayectoria científica. A su hija Eva le escribió: «Constituye una fuente de decepción el hecho de permitir que todos los intereses de la propia vida dependan de sentimientos tan tormentosos como el amor».

      Svante Arrhenius, uno de los miembros de la Academia Sueca que había defendido la candidatura de Marie Curie para su segundo Nobel, le escribió una carta en nombre del Comité sugiriendo que no aceptara el premio hasta que se demostrara que las acusaciones de inmoralidad que se le imputaban no eran ciertas. Particularmente, decía que:

      Si la Academia hubiera pensado que las cartas en cuestión eran auténticas, no os habría, con toda probabilidad, otorgado el Premio […].

      La respuesta de Marie fue, como siempre, contundente:

      La decisión que me aconsejan que tome sería un error. De hecho, el premio se me ha otorgado por el descubrimiento del radio y el polonio. Creo que no hay conexión alguna entre mi trabajo científico y mi vida privada… No puedo aceptar la idea de que las calumnias y difamaciones de la vida privada puedan influir en el valor de la investigación científica. Estoy segura de que muchas personas comparten esta opinión. Me apena que no piensen Uds. de esta manera.

      En su discurso de aceptación del segundo Premio Nobel fue muy técnica, describió los nuevos avances en el ámbito del estudio de la radiactividad, y mencionó también la parte de la obra llevada a cabo por su esposo, pero explicitando que el trabajo que se premiaba era el que había realizado ella y, por tanto, no era un premio a la consorte, sino a la labor realizada por ella misma. En este discurso, recalcó delante del rey de Suecia, del Comité del Nobel y de todos los invitados que el aislamiento del radio como elemento puro lo había hecho sola. Para terminar de dejar las cosas claras, les recordó las palabras de lord Kelvin: «Si no se puede medir en números lo que se está investigando, el conocimiento sobre el objeto investigado se torna poco preciso». No hablaba de su vida personal, estaba muy por encima de todo eso.

      Aun así, la situación le afectó. Volvió a caer en una depresión grave. Sus cuadernos de laboratorio, donde registraba la labor de cada día, tienen un hueco de un año. Se sabe que pensó en el suicidio y que, finalmente, ingresó en una clínica psiquiátrica con su nombre de soltera: madame Skłodowska. Prohibió a su hija que le escribieran cartas dirigidas a madame Curie, preocupada de no honrar el apellido de Pierre al mismo tiempo que buscaba que la prensa se olvidara de ella.

      Sería lógico pensar que Marie estuviera dolida por el trato recibido de los medios y la sociedad francesa. Pues bien, el dinero que sacó de su segundo Nobel lo donó a Francia para hacer frente al esfuerzo bélico de la Primera Guerra Mundial, mientras que el gramo de radio que consiguió reunir, tras un trabajo durísimo, y que valía una fortuna, lo donó al Instituto del Radio de Francia. Tras el inicio del conflicto, Marie estudió Anatomía Humana, obtuvo el carné de conducir y se fue al frente con su hija Iréne — que también recibiría el Premio Nobel años después—. Las dos instalaron unidades móviles de radiografía y formaron enfermeras que se movían por los hospitales de campaña ayudando a los cirujanos a operar a los soldados heridos gracias a que podían identificar en las radiografías, reveladas en pleno frente de batalla, dónde estaban alojadas las balas y la metralla. Se llegaron a hacer más de un millón de radiografías a heridos y las pequeñas unidades radiográficas móviles recibieron un nombre especial: las petites Curies.

      Marie Curie mantuvo toda su vida su entusiasmo por la investigación, por la ciencia. Tranquila, seria y amable, era querida, respetada y valorada por todos los investigadores que la conocían. Una de sus ilusiones fue fundar un instituto de Física en su ciudad natal para estudiar la radiactividad. El problema es que el precio de la pecblenda se había multiplicado por las aplicaciones del radio y era algo fuera de su alcance. Las mujeres norteamericanas realizaron una gran colecta y juntaron cincuenta mil dólares en 1929, una gran fortuna, para comprar un gramo de radio. Se lo regalaron para el laboratorio de Varsovia.

      En un principio, Marie y Pierre no sabían de los peligros de las sustancias radiactivas, aunque posteriormente fueron viendo sus posibilidades y sus riesgos. Pierre, que se había especializado en las aplicaciones médicas de las radiaciones, había sufrido unos fuertes ataques de fatiga que lo obligaban a guardar cama, y los dos tenían quemaduras y llagas producidas por las radiaciones. Marie murió en 1934, con sesenta y siete años, de anemia aplásica, causada sin duda por la exposición a altas dosis de radiación. Los dos habían decidido no patentar sus resultados para que la comunidad científica y toda la sociedad pudiera hacer libre uso de ellos. Sus cuadernos están guardados en una caja de plomo por la alta radiactividad que todavía despiden.

      La radiactividad es uno de esos temas de la ciencia alrededor del cual se mantiene un fuerte debate: la energía nuclear, los residuos nucleares y los accidentes en las centrales como Chernóbil, Three-Miles Island o Fukushima, la radioterapia como herramienta básica en la lucha contra el cáncer o las armas nucleares. Marie Curie no llegó a conocer la parte oscura de la radiactividad. Para ella, era ciencia pura, el placer de conocer, el deseo de buscar aplicaciones que permitieran salvar vidas. En la entrega del Premio Nobel en Física, en 1903, Pierre hizo el discurso en nombre de los dos. Terminó con estas palabras:

      Pudiera llegar a pensarse que el radio puede ser muy peligroso si cae en manos criminales y aquí puede suscitarse la pregunta de si la humanidad se beneficia de conocer los secretos de la naturaleza, si está preparada para beneficiarse de ello, si este conocimiento no será dañino. El ejemplo de los descubrimientos de Nobel [la dinamita] es característico, puesto que los explosivos potentes han ayudado al hombre a hacer trabajos maravillosos. Pueden ser también terribles medios de destrucción en las manos de los grandes criminales que dirigen a los pueblos hacia la guerra. Soy uno de esos que creen, con Nobel, que la humanidad obtendrá más beneficio que daño de los nuevos descubrimientos.

      La mejor respuesta a esta preocupación la dio la propia Marie Curie cuando declaró: «No hay que temer nada en la vida, solo hay que entenderlo. Ahora es el momento de entender más, para poder temer menos». image

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      Para leer más

      «La aventura amorosa de la pionera de la física y química Marie Curie que escandalizó al comité del Nobel», BBC News, 19 de marzo de 2017.

      RAFFIO,


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