Hijas del viejo sur. AAVV

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Hijas del viejo sur - AAVV


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      En los relatos de la década de 1980, como “Shiloh”, “Residents and Transients” y “Love Life”, Mason aboga claramente por la orientación prospectiva, que supone mirar al futuro y romper con la tradición, e identifica lo que ella llama “the call of the hearth” con la parálisis espiritual. Sin embargo, en algunos relatos de su tercera colección, Zigzagging down a Wild Trail (2001), se muestra mucho más ambivalente respecto a la relación del individuo con su pasado. Esta ambivalencia coincidió con el retorno de Mason a su Kentucky natal en la primavera de 1990, después de una larga estancia en el Noreste, y el consiguiente descubrimiento de que es al regresar cuando uno descubre por primera vez el lugar de procedencia, y de que es en el lugar al que perteneces donde descubres quién eres. En el relato “The Funeral Side”, Sandra McCain regresa a Kentucky para estar con su padre convaleciente, después de doce años lejos de casa. Desde una posición inicial en la que identifica la vida en el pueblo provinciano con la muerte y la insensibilidad, Sandra se mueve hacia una incertidumbre cada vez mayor. El relato culmina con la escena en la que la protagonista baja al sótano de la casa (un descenso que es un ascenso espiritual) a ver los muebles de su tatarabuelo que su padre ha restaurado y guardado para ella. Además de percibir, como por primera vez, el cariño y la bondad de su padre, Sandra detecta en los muebles restaurados una sorprendente simplicidad moderna. La idea es conectar con el pasado, no para encerrarse en él, sino para aprovechar lo que tiene de útil y puede ser restaurado y reutilizado para enriquecer el presente. Se trata de encontrar un punto medio entre el rechazo irreflexivo del pasado y la sumisión ciega a él.

      En uno de los últimos relatos de Mason, “The Heirs”, perteneciente a la colección Nancy Culpepper (2006), la protagonista autobiográfica Nancy Culpepper, que lleva tiempo viviendo en el norte, regresa a su Kentucky natal para disponer de la granja familiar que ha sido vendida para un polígono industrial. Hurgando en el ático, encuentra fotografías, documentos y otros tesoros del pasado familiar que, al contrario de lo que pensaba de joven cuando se fue de casa, dan continuidad a su vida y le ayudan a entenderse a sí misma: “Nancy saw herself in this group of people, lives that had passed from the earth as hers would too. She felt comforted by the thought of continuity” (202). La granja se ha vendido, pero en su recuerdo y su imaginación siempre será parte de su ser, y hasta el fin de sus días Nancy será, como sugiere el título, “heredera” de la cultura y el espíritu independiente de sus antepasados agricultores. Nancy se fue de la casa paterna y de su estado natal para explorar el mundo y buscar su propio yo, pero ahora se da cuenta de que ese yo estaba de alguna manera y en estado embrionario en el propio lugar de origen y en la familia, muchas de cuyas mujeres sintieron las mismas aspiraciones que ella por explorar el ancho mundo en una época en la que les estaba prohibido. Pero Nancy, que se benefició de unas condiciones socioeconómicas más favorables, nunca habría descubierto la importancia de sus auténticas raíces si no se hubiera ido, movida por el deseo de encontrar nuevas opciones vitales. La experiencia de Nancy Culpepper en “The Heirs” es similar a la de la cantante de country Katie Cocker en la novela The Devil’s Dream (1992) de Lee Smith, cuando le confiesa a un reportero de la BBC:

      It took me a long time to understand that not a one of us lives alone, outside of our family or our time, and that who we are depends on who we were, and who our people were. There’s a lot of folks in this business that don’t believe that, of course. They think you can just make yourself up as you go along. . . . The hard part has been figuring out who I am, because I’m not like any of them [in my family], and yet they are bone of my bone. (14. Cursiva en el original)

      El pasaje podría constituir una descripción indirecta de la propia Lee Smith cuando en su vida adulta retornó, como escritora, a sus propias raíces, al aislado pueblo de los Apalaches del que había partido de joven. No encontró su auténtica voz como escritora hasta que descubrió, justamente en su provinciano Grundy, “the stuff of fiction” (Parrish 173), la autenticidad que encuentra el escritor en los materiales suministrados por su propia experiencia. Lee Smith se inspira en el interés de Virginia Woolf por redescubrir y reescribir las vidas oscuras de las mujeres, reivindicando y revitalizando el arte inherente a los roles femeninos tradicionales.

      Al igual que otras escritoras sureñas contemporáneas como Bobbie Ann Mason, Jill McCorkle, o Alice Walker, Lee Smith resalta la idea del potencial restaurador del pasado pero rechaza hacer de su obra un altar para expiar la culpa de la historia de su región. Su última novela, On Agate Hill (2006), abunda en la nostalgia posmoderna por un pasado difícilmente recuperable que actúe como fuente de regeneración en un mundo confuso y fluido. Está compuesta fundamentalmente por cartas y diarios que cuentan la vida de una mujer en los años posteriores a la guerra civil, y que se encontraron, junto con una colección de huesos y otros objetos, en una vieja plantación de Carolina del norte. En vez de convertirse en fuente de culpa o en una lección sobre la persistencia del mal, el descubrimiento de estos legados del pasado transforma la vida de una mujer, Tuscany Miller, un álter ego de la autora (“Conversation” 380), que aparece en el marco contemporáneo de la novela. De hecho, todo en el presente apunta a la regeneración producida por el hallazgo de este tesoro del pasado en una habitación secreta. La vieja plantación está siendo renovada para dar lugar a un hotel con encanto, coincidiendo con un cambio radical en el padre de Tuscany, que ha cambiado de sexo para casarse con su novio Michael. Los documentos históricos se tornan beneficiosos para la historia personal, y la vida de Tuscany es también objeto de una profunda renovación y encuentra nuevos horizontes: acaba de salir de un matrimonio desastroso y retoma los estudios posgraduados para escribir una tesina basada en los documentos encontrados en la plantación. Estos le han espoleado a mirar su propio pasado y de esa mirada sale una nueva concepción de la vida y de las relaciones humanas, así como nuevas motivaciones que le ayudarán en el futuro. La composición de esta novela histórica fue terapéutica también para la autora en un período de depresión y bloqueo de escritor causados por la muerte de su hijo Joshua (“Short Note” 374). A través de sus respectivos personajes autobiográficos, Nancy Culpepper y Tuscany Miller, Bobbie Ann Mason y Lee Smith expresan su convencimiento de que el pasado sí puede ser necesario para inspirarnos, siempre que logremos aplicar sus lecciones a las condiciones cambiantes de nuestro presente.

      La afroamericana Alice Walker utiliza también el pasado, no como carga pesada o fuente permanente de culpa, sino como reservorio de nuevas energías y sustento espiritual. Walker siempre ha tratado el sur en el que nació como fuente de plenitud (“Beyond the Peacock” 48) y ha urgido a sus compatriotas afroamericanos a considerar el sur como su hogar. Su personaje más famoso, Celie en The Color Purple, se hace autosuficiente personal y económicamente en Memphis, no en una gran ciudad del norte como Nueva York o Chicago. En su famoso relato “Everyday Use”, Alice Walker expresa su reivindicación de los quilts, uno de los escasos vehículos de expresión artística permitidos a las mujeres negras como su propia madre, y su convencimiento de que ese legado artístico guardado en los arcones familiares debería mantener su conexión vital como mujer negra con los individuos tanto muertos como vivos que conforman la familia y el pasado del que proviene. Los edredones del relato de Walker, hechos de retazos de distintos períodos y miembros de la historia familiar y elaborados por distintos miembros, nos recuerdan a Uncle Venner, el personaje secundario de The House of the Seven Gables (1851), a través de cuyas ropas llenas de retazos Nathaniel Hawthorne expresa su desconfianza del radicalismo reformista que rechaza de plano todo lo que tenga que ver con el pasado, en vez de perseguir una renovación gradual mediante retazos. La metáfora de los retazos (patchwork), tan querida por la crítica feminista de finales del siglo XX, aparece también en la novela Family Linen (1985) de Lee Smith, en la que la presencia del pasado en el presente es un tema central. Pero el presente y el futuro acaban por triunfar sobre un pasado caracterizado por la corrupción, e incluso algún crimen oculto, que no preocupan demasiado a la generación presente. El pasado muestra toda su utilidad cuando la nieta de la matriarca recién fallecida confecciona un bello traje de boda de uno de los viejos manteles de encaje de su abuela. El pasado no es algo radicalmente descartable sino que tiene elementos que aportan utilidad y continuidad para el presente y el futuro.

      No hay duda de que estas escritoras sureñas contemporáneas estarían de acuerdo con Ellen Glasgow, que en su ensayo “The Dynamic Past” dice que preservamos


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