Mis memorias. Manuel Castillo Quijada

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Mis memorias - Manuel Castillo Quijada


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a la experiencia personal de humillaciones y vejaciones sociales, ejercidas desde las muy diversas esferas de represión y control propios de una sociedad, como la española de aquel siglo XIX, profundamente marcada por los convencionalismos, las divisiones de clases y el elevado grado de influencia de la Iglesia católica. Manuel Castillo, por lo que nos cuenta en su relato, respondía perfectamente a este modelo de republicano forjado frente a la adversidad y en constante resistencia ante la injusticia.

      Nieto de un veterinario rural salmantino, nuestro protagonista nació en Madrid hijo de madre soltera. Aunque los contactos familiares con el cacique local de Aldeadávila de la Ribera, masón y liberal, encaminaron a Agustina Castillo Quijada a encontrar trabajo en la capital en la casa de un general liberal, los primeros y muy felices recuerdos de Manuel Castillo tienen como escenario el Madrid popular del barrio del Rastro, en la misma calle donde hubo un Centro Republicano y un Centro de Instrucción de Obreros de relevante actividad. Pero la felicidad de la vida familiar terminó abruptamente para Manuel Castillo con apenas 6 años, cuando en junio de 1876 comenzara su vida en el internado del Colegio Protestante «La Esperanza».

      La modernidad y exigencia de los métodos de enseñanza de esta peculiar institución dieron a Manuel Castillo una sólida base sobre la que obtener, no sin esfuerzo, el bachiller y la licenciatura de Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid, ya en 1887. Sin embargo, el dolor por la ausencia de su madre y la superación de duras pruebas en el internado, vividas como grandes injusticias por Manuel Castillo, contribuirían a forjar su carácter. Su personalidad, marcada por la experiencia de las privaciones materiales, de la soledad y del extrañamiento, vendría definida desde esa juventud por el distanciamiento de la religión y el anticlericalismo, por la determinación en lograr primero la libertad individual, añorada durante once años de triste internado, y, después, el reconocimiento personal y profesional. La añoranza de la presencia materna y de un ambiente familiar ordenado, que le hubieran ayudado a sobrellevar en su infancia y adolescencia las duras pruebas de la vida, está presente a lo largo del relato. Ese énfasis puesto en la importancia de la familia añorada puede contribuir a entender el estricto control que siempre ejerció Manuel Castillo sobre la familia que formó con María Iglesias desde 1892. Ninguno de sus hijos tuvo su propia familia, manteniéndose en la unidad patriarcal hasta el final de sus días. Quizás por ese empeño de Manuel Castillo de proteger a su familia de cualquier contrariedad, encontramos entre sus recuerdos más destacados algunos que le sitúan a él como protagonista victorioso en alguna lucha particular en defensa de sus hijos.

      No obstante, el que el relato fuera escrito para ellos explica que algunos de los episodios, que respondían a este esquema y que eran más próximos al tiempo de su redacción, no quedaran reseñados, como aquellos cuando los contactos de Manuel Castillo con masones franceses y con responsables republicanos del auxilio a los refugiados fueron eficaces, primero, para que su hijo Luis pudiera liberarse del campo de internamiento de Saint-Cyprien, de donde salió antes del mes de mayo de 1939 para instalarse con su familia en Toulouse, y más tarde, en 1942, para que su hijo Diego se librara de su detención en el cuartel B (para presos políticos) del campo de Vernet d’Ariège para poder embarcarse a México.6

      Toda la familia Castillo, como relata nuestro autor, se enfrentó al drama del exilio desde 1939 por definirse como republicana y haber defendido la legitimidad de la Segunda República española durante la guerra, de muy diversa manera cada uno de ellos, incluso con la participación en el ejército de los dos hijos varones. El republicanismo de Manuel Castillo, como el de tantos otros identificados con esta cultura política desde finales del siglo XIX, se expresaba como una fe con profundas conexiones en el ámbito familiar, como espacio necesario para mantener la continuidad del compromiso adquirido con el proyecto republicano, definido como emancipador, interclasista, laicista, de fuerte patriotismo cosmopolita y preocupado por la cuestión social, por la libertad individual y por la promoción de la virtud cívica de progreso.

      A través del relato de Manuel Castillo comprobamos, de primera mano, cómo arraigaba y se fortalecía la cultura política republicana en un joven madrileño de pocos recursos y, en muchos aspectos, marginal a la norma social establecida (por ser hijo natural, o por su educación protestante, por ejemplo), a través de su presencia en diversos espacios de sociabilidad, más o menos alternativos, en donde se adquiría y confirmaba la fe republicana y se fortalecía el sentimiento de pertenencia.7 La familia, como primer círculo de formación y adoctrinamiento, la escuela y la universidad, el periódico, las tertulias o los banquetes, aparecen en las memorias de Manuel Castillo con gran viveza cumpliendo esa función de socialización e identificación republicana. En menor medida se perfilan entre sus recuerdos los círculos políticos o la logia masónica, a pesar de que su ingreso en la masonería en Valencia el año 1926 le dio acceso a uno de los ámbitos tradicionales del «aprendizaje de la libertad» entre los republicanos, que fue compartido también con sus hijos, y que resultó extraordinariamente útil para superar las penurias de la guerra durante su estancia en Barcelona y, especialmente, durante su exilio francés.8

      No obstante, la selección de recuerdos que realiza Manuel Castillo, entre los que hemos encontrado los más determinantes para comprender su compromiso republicano y anticlerical, también nos ayuda a responder a las preguntas esenciales que se hace todo autor ante la redacción de su autobiografía: ¿quién soy?, ¿qué he hecho en la vida?9

      En primer lugar, fue un hombre de su tiempo, con las contradicciones propias de su condición, cuyo firme carácter y sus creencias regeneracionistas le llevaban a condenar insistentemente el caciquismo y el clientelismo, tanto en Salamanca y Cáceres, como en Valencia, aunque se sirvió cuanto pudo de sus amigos políticos cuando fue necesario. Un republicano centrista, poco dado todavía a comprender la naturaleza y la fortaleza de los nacionalismos alternativos al español, como el que ya se manifestaba en Valencia en las primeras décadas del siglo XX, y muy apegado tanto al modelo burgués de familia, que se proyecta desde los años centrales del siglo XIX, como al ideal de domesticidad liberal, caracterizado por el dominio masculino, el amor como cimiento del matrimonio, la expresión de la mujermadre moralizadora de las costumbres, la concepción de lo privado como espacio de sentimientos reparadores y la identificación de la familia con el espacio básico de construcción de las identidades de género.10

      Junto a todo ello, y muy especialmente, Manuel Castillo se presenta como un hombre comprometido con sus principios republicanos, hasta el punto de emprender el exilio con 70 años, e innovador en sus empresas profesionales, ya como bibliotecario, ya como periodista. Así, desde su primer destino en la Biblioteca Universitaria y Provincial de Salamanca, se convirtió en el introductor en España de la clasificación bibliográfica decimal, al publicar en 1897 su primera traducción del francés, y descubrió una nueva copia del manuscrito de D. Álvaro de Luna Libro de las claras e virtuosas mugeres, que transcribió y publicó en edición crítica en 1908. Paralelamente, iniciaba una larga carrera periodística, ligada primero al periódico dirigido por Enrique Soms y Castelín, La Libertad, rebautizado desde 1872 como La Democracia, órganos de expresión del reducido, pero activo, grupo de intelectuales liberal-krausistas salmantinos, en los que se encargó de la columna crítica «Plumazos y Borrones».

      Tras su traslado a Cáceres en 1897, la vocación periodística se mantendría viva, fundando El Noticiero, primer diario publicado en Cáceres, y dirigiéndolo desde abril de 1903 hasta que dejara Extremadura para instalarse en Valencia en 1919. En este diario, que se presentaba como «independiente de toda política de partido y dedicado exclusivamente a la información, en el más amplio sentido de la palabra»,11 Manuel Castillo trasladó su talante liberal, inclinándose, por ejemplo, por los aliados durante la Primera Guerra Mundial o criticando las posiciones intransigentes de la Iglesia católica. También su participación en la fundación de la Revista de Extremadura en 1899, junto al historiador mallorquín Gabriel Llabrés y a su primer director, Publio Hurtado, entre otros intelectuales cacereños, fue interpretada por Manuel Castillo como una valiosa contribución al «despertar de un pueblo, como el de Cáceres, yacido, secularmente, en la abulia y la ignorancia y el abandono, entregado a una vida sedentaria y monótona».

      La creencia en que la información formaba parte de la educación del pueblo le mantuvo activo como


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