El Perro. Guido Pagliarino

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El Perro - Guido Pagliarino


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pronto descubrí que era una devorahombres sexualmente activa.3 Después de cierto tiempo, considerando que el abandono de Ada no había deteriorado nuestra relación, me di cuenta, absolviéndome, que tampoco mi colega había estado verdaderamente enamorada de mí.

      Me gustaba el trabajo de la crónica de sucesos, no muy distinto del que había realizado en la policía hasta 1967 como investigador. Por otro lado, me agradaba el hecho de que también el gran periodista, escritor y muchas otras cosas Dino Buzzati, personaje versátil desaparecido solo un año antes y al que había admirado mucho, no solo hubiera sido redactor de editoriales y de reportajes varios en el milanés Corriere de la Sera, sino que se enorgullecía de ser periodista de sucesos. Era evidente por qué el director me había asignado a sucesos, aun proviniendo de las páginas literarias: evidentemente había jugado a mi favor haber sido policía de investigación durante años y no debía haber sido ajeno a la elección que la escalofriante desventura, universalmente conocida, que sufrí en 1969, tuviera un final feliz, aunque con graves magulladuras físicas y morales y solo gracias a la intervención providencial de mi único amigo verdadero y antiguo superior Vittorio D’Aiazzo, subjefe comandante de la Sección de Homicidios y Delitos contra las Personas de la comisaría de Turín: una trama que había ideado un personaje muy sospechoso y poderoso contra Italia y Estados Unidos y, al mismo tiempo, contra mí, Ranieri Velli, usándome como instrumento involuntario y cabeza de turco de su plan criminal. Los acontecimientos se narraron y divulgaron en la prensa internacional y motivaron mi fortuna como escritor: conseguí notoriedad y beneficios económicos gracias a un ensayo que escribí en tiempo real sobre los acontecimientos, traducido a los principales idiomas occidentales y publicado, vendiendo casi un millón de ejemplares en el mundo; luego, dejando a un lado la poesía juvenil con la que había obtenido mis primeros éxitos, pero evidentemente pocas ganancias, disfruté de la fama obtenida escribiendo novelas sobre algunas de las antiguas investigaciones de Vittorio D’Aiazzo y mías, libros que se han vendido bien y de los cuales se extrajeron guiones para algunas películas de éxito.4

       En el período histórico en el que se desarrolla este caso, los periodistas de sucesos debían a menudo escribir de acuerdo con los redactores y comentaristas políticos, quienes, desde el final de la década precedente de sangrientos atentados terroristas, se habían arrimado a los delitos privados.

       El terrorismo italiano había sido un fenómeno sociopolítico involutivo, aunque se pusiera en marcha dentro de un proceso de maduración de la visión social nacido hacia los inicios de la década y no solo en el mundo aconfesional, sino asimismo en el universo católico: los años entre el inicio del Concilio Ecuménico Vaticano II en el año 1962 y el año 1970 habían responsabilizado a buena parte de los creyentes, entre otras cosas aguzando el concepto evangélico que el obrero había dirigido a su voluntad: la huelga ya no se consideraba la omisión de un deber sino un derecho sagrado. Por tanto, los conflictos con el mundo empresarial habían asumido un doble aspecto en las mentes de los trabajadores y en las organizaciones sindicales, las laicas y clasistas CGIL y UIL, de cultura política comunista, socialista y socialdemócrata, y la católica CISL, que, al defender económicamente a obreros y empleados, se basaba en el valor cristiano de la persona, inconmensurable según la Iglesia, para la que todo ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios. Las reivindicaciones y las huelgas habían unido a clasistas y humanistas. También la degeneración terrorista del descontento social había afectado a ambos mundos y había contemplado casos de paso del catolicismo al marxismo-leninismo revolucionario armado, como había pasado con Renato Curcio y su esposa Margherita Cagol, fundadores, con el comunista Alberto Franceschini, de la organización más importante de lucha armada de extrema izquierda, las Brigadas Rojas, los cuales no solo provenían del mundo católico, sino que, siendo ya comunistas, se habían casado por la Iglesia.

      De todos modos, la vida cotidiana de los italianos continuaba a pesar del desenfrenado pandemónium terrorista y no faltaban acontecimientos festivos, como la inauguración del nuevo Teatro Regio de Turín el 10 de abril de 1973. Durante décadas en la zona de piazza Castello, en la cual había resonado en el pasado durante dos siglos la gloria musical del Teatro Regio original edificado en 1740, solo habían quedado sus ruinas, debido a un incendio devastador que se desató en la noche entre el 8 y el 9 de febrero de 1936. Pero finalmente, después de años de trabajo, se había reconstruido el teatro y la noche de inauguración ya estaba próxima. Iba a ser naturalmente una gran gala, con la presencia del presidente de la República, Giovanni Leone, con su séquito romano, y de los principales dirigentes ciudadanos y regionales. Estaba programada la representación suntuosa del melodrama de Verdi Las vísperas sicilianas, con la actuación de los dos grandes cantantes Maria Callas y Giuseppe Di Stefano.

      Aunque el acontecimiento fuera una noticia de alta sociedad que aparentemente no nos afectara a la gente de sucesos, el director quiso que Ada y yo estuviéramos entre los periodistas invitados.

      —Porque —dijo—, siempre existe el riesgo de que los habituales grupos de exaltados provoquen desórdenes delante del teatro, o algo peor. Si algo así sucediera, podréis correr a un bar para telefonearnos5 e incluirlo en primera página y vendríais aquí a redactar vuestros reportajes. ¿Está claro?

      Ada debía estar de buen humor y, con voz suave, le respondió cantarinamente:

      —Siempre listos si lo necesitáis.

      Yo, con un humor completamente distinto, molesto ante la posibilidad de acabar en medio de la violencia de unos desaliñados y vulgares marxianos6 o, peor, reventado por una cobarde bomba neofascista, solo contesté con un resignado:

      —Claro.

      Había realmente un peligro de graves desórdenes y no niego que me había bastado con la triste aventura de 1969 de la que me quedó, y me quedará toda la vida, un shock postraumático por el que, todavía hoy después de tanto tiempo, con más de 70 años y en el tercer milenio, a veces el recuerdo del dolor que me infligieron vuelve de repente a mi ánimo y me invade la mente, casi como si estuviera sufriendo de nuevo esas torturas.

       El magnífico director me sonrió:

       —No me vengas con cuentos, Ranieri, sé que te molesta ir y también sé el motivo. ¡Pero hay que hacerlo! Oh, evidentemente, tienes que llevar corbata negra y Ada, tú…

       —… sí, Giorgio, yo vestido largo: tengo el habitual en el armario, que me sienta muy bien sin necesidad de acudir al atelier .

       —Sin duda lo sufres amargamente —le replicó el jefe en divertida respuesta a su endecasílabo.

       ¿Transcurriría sin incidentes la noche de la inauguración? La ocasión era realmente propicia para los subversivos.

      FOTOGRAFÍA FUERA DEL TEXTO

      Primera página del diario Corriere della Sera del 13 de diciembre de 1969, día posterior al de las matanzas de piazza Fontana en Milán. Fuente: “prima La Martesana”, artículo La strage cinquant’anni dopo (1969-2019), página web primalamartesana.it/cronaca/bomba-al-cuore-sono-passati-50-anni-dalla-strage-di-piazza-fontana/

       ¿Cómo se pudo llegar a la estremecedora locura de los años que serían calificados como de plomo ?

      En 1968, después de anteriores episodios aislados de protestas juveniles, el descontento político, y en muchos casos casi la rabia de muchos jóvenes, se expresaron con fuerza a través de manifestaciones en la calle, sobre todo de estudiantes, no todos en realidad preparados políticamente, siendo no pocos de


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