El fuego de la montaña. Eduardo de la Hera Buedo

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El fuego de la montaña - Eduardo de la Hera Buedo


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que, como le ocurrió a Moisés, pisan un territorio sagrado, en el que se encuentran con una zarza misteriosa que «arde sin consumirse»...

      Esto no tiene nada de raro, porque, bien mirado, cualquier hombre o mujer posee ya aspectos, facetas que a los humanos nos desbordan. Cualquier ser humano tiene mucho de misterio ¡Somos un misterio para nosotros mismos y para los demás! Esto, que podemos decir de lo más humano, ¡cuánto más debe decirse, de estas otras realidades que llamamos sobrehumanas, y que san Pablo llama «gracia», don recibido de Dios!

      Podemos encontrar conversos en todas las religiones. Y también, en muchas de las ideologías que han influido con más fuerza en el mundo. Hay una psicología del converso que ya se ha ido estudiando[9]. Aquí me referiré sólo a los conversos al Dios de Jesucristo. O lo que para los cristianos es lo mismo: me referiré a los conversos a este mismo Cristo, en cuanto que en él se nos ha manifestado el verdadero rostro de Dios y nos ha desvelado el misterio del hombre (cf GS 22). No puedo decir que los conversos a quienes me refiero aquí, volvieron a la Iglesia. Algunos no estaban en ella. Por eso algunos se hicieron bautizar en la fe de la Iglesia. Otros habían sido bautizados de niños; pero habían olvidado su bautismo...

      Otra cosa más: ¿Qué quería decir san Pablo, que fue un auténtico converso, cuando nos dejó escrito que «al hombre espiritual nadie puede juzgarlo»? (1Cor 2,15). Al decir de Guardini, algo de esto que venimos comentando: que, al igual que ocurre con Cristo, nuestras indagaciones no llegarán nunca a dilucidar el misterio del renacer espiritual de los conversos o los caminos de la gracia que a ellos los empujaron. Con todo, me ha parecido bueno intentar describir procesos, que a algunos pueden resultarles extraños. O que algunos pueden pensar que se explican sin acudir a lo que los creyentes llamamos intervenciones de la gracia. Me arriesgo, como creyente, a pensar que son intervenciones de Dios en la vida de sus hijos. Porque Dios, efectivamente, cree en nosotros antes que nosotros podamos dar siquiera un paso hacia Él. Dios nos busca antes que nosotros le busquemos.

      En fin, me parece importante el que, también hoy, nos dejemos deslumbrar por el testimonio de fe y de entrega personal de aquellos que se lanzaron a la búsqueda del Único: de Aquel que constituye la plenitud de la vida. Resulta no sólo aleccionador, sino también estimulante el poder conocer las dificultades, dudas, peripecias que, en la búsqueda de Dios, tuvieron que afrontar aquellos que, decimos, fueron tocados por el fuego de la zarza que ardía sin consumirse.

      Es verdad que, cuando uno se acerca a estas vidas, siempre le quedan deseos de «saber más» para «contar más». Pero no siempre le es dado al curioso «saber más», porque, como ya dije, hay una frontera y, una vez atravesada, el narrador debe descalzarse, y siempre se encontrará con lo mismo: una enorme zarza que, ardiendo, deslumbra e, iluminando y aun quemando, no se consume. Tal vez con este poquito, que nos lleva a describir los pasos misteriosos de los que dicen haber encontrado a Dios, con sus dudas y entregas, tengamos bastante. ¿Para qué más?

      El lector se dará pronto cuenta de que no hay dos vidas iguales. Por mucho que los teóricos de la «conversión» se esfuercen en decirnos que hay denominadores comunes en los recorridos de los conversos (y es cierto que los hay), sin embargo cada camino es distinto. Aquí sí que nos sirve aquello que Isaías pone en labios de Dios: «Mis caminos no son vuestros caminos» (Is 55,8). O lo que dice también el poeta Antonio Machado, cuando asegura que nadie recorre el mismo camino que otro...

      Querido lector: estos seres, cuyos retazos de vida recojo aquí, nunca se habituaron a ser cristianos. Siguieron siempre a Cristo con el apasionamiento del que todos los días estrena algo grande. Se dejaron deslumbrar por la luz de Dios: del Altísimo, que dice la Biblia, y del Profundísimo, que dice el converso Agustín de Hipona. Se dejaron apresar por lo inefable e inaprensible: lo que está siempre en la región del más allá. Aunque (y esto es lo admirable) supieron pasar por la vida con la mirada cercana y compasiva del que vive más acá.

      Un último deseo: que disfrutes con la lectura de estas páginas, que se han llevado días, desvelos y magníficos momentos de mi vida. Benditas sean las horas dedicadas, si sólo uno de vosotros me dice que ha disfrutado con ellas. Mucho más, si le han ayudado, aunque sólo sea un poco, a reorientar su vida.

      Palencia, 25 de enero del 2009,

      en la fiesta de la Conversión de san Pablo

      Capítulo 1

       Giovanni Papini.

       La encrucijada entre Dios y Satán

       (Florencia, 1881-Florencia, 1956)

      Introducción

      Giovanni Papini, italiano de la Toscana (florentino por más señas), escritor de obra extensa y variada, destacó en casi todo: como ensayista, poeta, crítico de arte, periodista, biógrafo. Todo, a la vez. Y es que Papini era Papini, un personaje original, desmedido y genial. Inquieto y buscador. Nunca se estancó, supo evolucionar, aun cuando siempre mantuvo su peculiar estilo humano y literario.

      En su obra encontramos (con la perspectiva que aportan más de 50 años después de su muerte), en primerísimo lugar, a un entusiasta del saber humano. Y, no en el último, a un dialéctico que enseguida se subía al caballo de la polémica. Lo que le hacía parecer permanentemente enfadado.

      Después de su conversión, Papini siguió las huellas de Cristo y nunca ocultó la luz de su fe, a pesar de las horas oscuras y de la tragedia personal que, según veremos detalladamente, vivió. Pero siguió siendo un escritor polémico. Sufrió acoso político por sus alianzas con el fascismo, y padeció lo indecible, después de la parálisis progresiva, que, aun manteniendo lúcido su cerebro, le llevó a la tumba.

      1. Interés para nuestra época

      No creo que él o sus libros deban archivarse, olvidados, en el baúl de los recuerdos. Papini a nadie deja indiferente. Discutido y discutible, algunas de sus obras continúan reeditándose, y no pocas se dieron a conocer después de su muerte (1956)[10].

      Por otra parte, determinadas facetas de la personalidad de Papini concuerdan con perfiles del hombre de nuestros días. El lector inteligente deberá hacer la conveniente transposición de lo que va de ayer a hoy. La época que le tocó vivir no es la nuestra. Nada tiene de extraño que choquen con nuestra mentalidad las ideas políticas que él sostuvo. Y quizá moleste a no pocos su fogoso y encendido lenguaje, en ocasiones un tanto apocalíptico; pero de lo que no cabe duda es de su sinceridad y puntería a la hora de señalar los problemas que atenazan a los hombres y mujeres de todos los tiempos.

      Fue ateo primero y, después, católico. Nos interesa, sobre todo aquí, destacar su fe en Jesucristo. Crítico con la jerarquía de la Iglesia, sin embargo nunca abandonó a la familia de Jesús. Fogoso, declamatorio, fiel a sí mismo, auténtico siempre. E, insisto, polémico, muy polémico. De expresión cortante, seca, a veces poco matizada. Casi siempre, brillante.

      El estilo literario de Papini recuerda bastante al de Nietzsche (1844-1900), quien en su desgarrado modo de decir influyó no poco en él. En este estilo muy suyo, apasionado y vibrante, radica su grandeza y también su debilidad. Escribe con mucha sinceridad[11]. Pero puede resultar enojoso para quien no comparta sus ideas. Precisamente, por su aparente dogmatismo ideológico. Decía de él Jorge Luis Borges que, en la polémica, Papini solía ser «sonoro y enfático”[12].

      El inconformismo de Papini, su búsqueda religiosa, su fuerte personalidad, resultan fascinantes y, desde luego, son un referente importante para esta época nuestra de pensamiento único y de pereza religiosa. Papini no habría soportado la superficialidad actualmente reinante. Hay mucho miedo, hoy, a manifestarse en contra de lo considerado como políticamente correcto. A Papini las modas le importaban muy poco. Le interesaba, ante todo, ser fiel a su propia conciencia.

      De ahí que se convirtiera en un auténtico demoledor de lugares comunes, de tópicos y mezquindades. Así que estamos ante alguien complejo, a veces contradictorio, pero muchas veces genial. No es fácil mantener una postura desapasionada ante Giovanni Papini. Como pocos, encarnó las luces y las sombras de su tiempo.

      2. Momento histórico y cultural en el que vive


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