El camino del duelo. 2ª ed. Xavier Munoz

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El camino del duelo. 2ª ed - Xavier  Munoz


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a lo que nos referimos cuando hablamos de darnos tiempo. Aprende a respetar y amar tus tiempos.

      6.- No reprimas el llanto, ¡llora cuanto te apetezca!, es muy importante aceptar tu dolor y dejarlo salir a flor de piel. Cuando estés sólo/a, deja que las lágrimas lo expresen en la más absoluta intimidad, no las reprimas, no temas, te harán un bien inimaginable. No niegues ningún sentimiento, déjalos aflorar sin miedo, te ayudará a avanzar en tu dolor.

      7.- No sufras en absoluto por si algún día puedes llegar a olvidar, eso no va a suceder NUNCA. No olvidamos, transformamos. El dolor poco a poco, muy lentamente, irá dando paso a la gratitud, reconocimiento y orgullo más profundos que puedas imaginar, viviendo e incorporando su “presencia” de forma muy limpia, clara y enriquecedora.

      8.- Es importante que no olvides que en estos momentos no hay palabras de consuelo, y muy poca gente va a estar a la altura de lo que precisas, aunque no por falta de interés y buena voluntad por su parte. Nada nos preocupa más que ver sufrir a un ser querido, deseando su recuperación casi de forma milagrosa, y esto lleva a muchos a cometer errores de gran calibre, pero intenta no juzgar, no saben más.

      Tu camino va a ser largo, y no siempre vas a encontrarte rodeado/a de personas capaces de entender y saber estar. Por mucho que te amen y deseen estar a tu lado, pocos van a ser con quienes sientas aquel espacio de cálido silencio, tan necesario como difícil de definir y explicar. No se trata de que tengan más o menos calidad, sólo que tu interior precisa de momentos imposibles de describir, y te irá llevando de la mano si le dejas fluir sin juzgar ni juzgarte. Simplemente sigue esas sensaciones internas, respétalas. Lo entenderás más adelante.

      9.- Atrévete a pedir respeto a tu círculo más cercano. Vas a ver reacciones de todo tipo, te encontrarás con quienes creen saber lo que necesitas en cada momento, aquellos que, con toda la buena voluntad del mundo, imaginan que conocen tu situación a pies juntillas y, sin previo aviso ni consulta, llaman a tu puerta dispuestos a pasar el día haciéndote compañía. Tu vida se ha desmoronado por completo y necesitas tiempo y espacio para volver a darle forma. Pídeles que respeten tu llanto y tu soledad, si así lo deseas, sin intentar distraerte o animarte, a no ser que se lo pidas explícitamente. Puedes incluso disculparte por anticipado, por todas aquellas posibles salidas de tono provocadas por tu estado de shock; explícales que tal vez no reconozcan algunas de tus reacciones, simplemente porque ya no eres la misma persona…, has muerto junto con el ser que daba sentido a tu vida y vas a necesitar tiempo.

      Y por tu parte, si puedes, intenta aprender a dejarte querer por aquellos que están deseando ayudarte, aunque no sepan exactamente cómo. Dales tiempo también y dátelo también a ti.

      Te esperan muchísimas preguntas sin respuesta; arrepentimiento por errores cometidos; rabia por todo aquello que hubieras deseado decirle y no dijiste; soledad y desconcierto absoluto, ya no frente al futuro, sino ante la vida misma y el día que acaba de empezar,… Nada va a volver a ser lo que era, y encontrar un pilar donde poder aferrarte, por pequeño que este pueda ser, resulta vital para intentar llevar, o soportar, la lucha interior a la que, sin previo aviso ni autorización por tu parte, te has visto abocado/a. Pero difícilmente des con ello los primeros días, semanas, o incluso meses, puesto que éste sólo existe en tu interior, y va a ser el último lugar donde se te ocurrirá buscar. Pero no te preocupes, nos ocurre a todos/as.

      No hay vuelta atrás y nada ni nadie van a cambiar lo sucedido. Tampoco eres el único ser del mundo que se encuentra en esta dantesca situación, no estás solo/a en medio de una humanidad insensible a tu dolor. Sois muchos los que os encontráis en estos precisos momentos hundidos en la más completa desesperación, y resulta importantísimo tomar consciencia de ello, aunque no por esto pierda ningún valor ni vaya a aligerar en lo más mínimo lo que estás viviendo. Pero tomar consciencia de ello resulta de una importancia crucial. Para un momento, reflexiónalo con cariño y, cuando veas que eres capaz de comprenderlo habrás dado un paso de gigante. Imperceptible en estos momentos, pero capaz de marcar una ruta distinta en tu proceso de duelo.

      Solos, y sin capacidad ni para pensar, debemos empezar a tomar decisiones cuando todo se nos antoja infinitamente vacío y absurdo. Levantarse o morir, no hay término medio, pero… ¿hacia dónde?, ¿cómo?, ¿por qué a mí?, ¿resistiré?, ¿qué ha ocurrido?, ¿tiene algún sentido?, ¿porqué?, ¿Dónde estás amor?,...

      Con estas páginas espero poder ser capaz de ofrecerte ni que sea un pequeño atisbo de luz a la que aferrarte, y puedas encontrar la fuerza que necesitas para seguir adelante.

      Aunque hoy se te antoje imposible, al final del camino se encuentra la Luz. Y recuerda algo muy importante, el tiempo NO cura nada, es lo que harás con el tiempo lo que va a poder ayudarte.

      “Todos estamos de visita

      en este momento y lugar.

      Sólo estamos de paso.

      Hemos venido a observar,

      aprender, crecer, amar

      y volver a casa”

      -Dicho aborigen australiano-

      -CAPÍTULO I-

      Primeros días, primeras reacciones

       “Primera Fase del Duelo”

      Posiblemente a causa del más absoluto agotamiento, o quizás del shock por lo acaecido, inimaginablemente aquella noche pude conciliar el sueño. Era un viernes 22 de octubre, justo un mes antes de nuestro aniversario de bodas, 22 de noviembre, que hoy me pregunto si no lo hizo expresamente conociendo como conocía mi dificultad en recordar fechas…

      Su fallecimiento había ocurrido a las 20:30 hrs. Después de llamar a uno de nuestros hijos para contarle lo sucedido, y cumplimentar todo el papeleo y trámites pertinentes con una serenidad y frialdad que se me antojaban del todo anormales, me encontré recogiendo como un autómata toda su ropa y enseres. Incluso la habitación del pabellón de paliativos, donde habíamos pasado los últimos cuatro meses, parecía lejana, como impersonal, algo que no va contigo.

      A pesar de que su cuerpo seguía postrado en la cama, cada vez que me acercaba para besarla, una extraña sensación me embargaba, como si algo estuviera diciéndome con mucha claridad que ella ya no estaba allí dentro. Aquel sentimiento, junto a la ausencia de reacción alguna por mi parte, me sorprendía una barbaridad. Me observaba de reojo sintiéndome irreconocible para mí mismo, algo así como saberme vivo pero ausente, a la vez que sereno pero al borde de una amenazante explosión incontrolada de sentimientos.

      Intuía que aquello no era más que un método de defensa, algo que mi cerebro estaría utilizando para protegerme del inmenso dolor que estaba por venir, pero aún así no dejaba de sorprenderme.

      (Sin saberlo, en aquellos momentos me encontraba en lo que los expertos denominan la Primera Fase del Duelo: Shock, insensibilidad y estupefacción.)

      Pocos momentos antes, hablando con el médico, a punto estuve de estallar. Mientras éste rellenaba todos los papeles de la defunción y me explicaba los pasos a seguir a partir de entonces, comunicándome que no me preocupara del tanatorio pues él mismo en persona iba a ocuparse de llamarlos y dejarlo todo arreglado, sus lágrimas no me dejaron indiferente. Abiertamente expresaba sus sentimientos, algo que toda la planta sentía por la pérdida de Marta, aquel ser delicioso que a todos había enamorado. Su reacción inesperada me conmovió profundamente, sintiéndome acompañado por un calor muy especial, humano y cercano que nunca podré agradecer lo suficiente. Pero aún así algo me mantenía fuerte y gélido mientras seguía observándome sin reconocerme.

      Ya en casa y sin cenar, puesto que la boca del estómago se me había cerrado a cal y canto, me dirigí a la cama temiendo pasar la peor noche de mi vida. Pero, como he comentado al inicio de este capítulo, a la mañana siguiente volví a sorprenderme al comprobar que ni tuve tiempo de cerrar los ojos. No puedo decir que descansara, pero agradecí a mi subconsciente la ayuda que me prestó tomando el mando por su cuenta y riesgo, y permitiéndome no permanecer despierto ni un solo minuto en aquellos duros momentos.

      Una vez levantado, mientras dos de mis hijos se encargaban de llamar a familiares, amigos y conocidos, me dirigí al


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