Teoría de la comunicación. Juan Carlos López Barajas

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Teoría de la comunicación - Juan Carlos López Barajas


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la edad escolar) a la que Piaget denomina periodo preparatorio. Durante esa fase, es posible adquirir, con extraordinaria facilidad, cualquier lengua a la que se esté expuesto. Además, se adquiere un vocabulario muy amplio a un ritmo aproximado de una palabra por cada hora que una persona a esa edad se pasa despierto, llegando a adquirir por lo menos, unos 15 000 elementos léxicos».

      En Puerto Rico el alto nivel de interferencia del inglés, por su relación con los Estados Unidos, es marcado y se puede inferir que ha impactado en el proceso de desarrollo de significado lingüístico descrito por Belinchón et al., como período preparatorio. Se puede observar un deterioro alarmante en el uso del español que se manifiesta con la gran cantidad de anglicismos y giros gramaticales extranjeros inmersos en el habla y la escritura de los puertorriqueños. Si utilizamos como ejemplo palabras relevantes al tema de la salud podemos encontrar que la historia lingüística de Puerto Rico se ha encargado de otorgar ciertos significados a varias enfermedades como, por ejemplo: monga y gripe (catarro), falfallota (papera), sarango (sarampión), viruela brava (varicela), acartonao (tuberculosis), agilao (pálido), y tísico (tuberculoso), entre otras.

      En el caso de la República Dominicana su particularidad lingüística está supeditada por la zona geográfica de referencia. Cabe señalar, que el español dominicano al igual que el castellano latinoamericano presenta fenómenos fonéticos, morfosintácticos y lexicales, que regularmente se presentan en los estudios dialectales hispánicos. Algunas de estas palabras son descritas con otros términos en Puerto Rico. A continuación, algunas de las palabras que son denominadas en Puerto Rico de una forma y en República Dominicana de otra (véase figura 1.8).

      Figura 1.8 Denominación de algunas palabras en Puerto Rico y República Dominicana Ríos (2009). Denominación de palabras en Puerto Rico y República Dominicana.

      Según Raiter (2003) el significado de una oración no depende exclusivamente de la suma de los significados de los signos/palabras en ella contenidos. El significado depende tanto de las palabras que la componen como del contexto comunicativo. Por ejemplo, en: «La casa es bonita», todo parece indicar que independientemente del contexto, esta oración siempre indicará una relación, entre casa, signo del que es fácil indicar de modo no ambiguo un referente como vivienda, y determinada cualidad de estética de belleza. Esta relación indica que esa propiedad es un atributo del sujeto gramatical.

      Raiter utiliza el aspecto contexto comunicativo como ente importante al momento de asignar un significado a las oraciones o palabras. El elemento contexto comunicativo defendido por Raiter va en línea con la exposición que hace David Berlo sobre el significado contextual y su rol en la comprensión de un mensaje. Podemos apreciar cómo ambos autores utilizan el elemento contexto en la formulación de un significado, el cual podría ser catalogado como la esencia del lenguaje. El contexto que finalmente otorgue una persona a algún signo o estructura gramatical podría tener implicaciones en la interpretación que se dé a una estructura lingüística.

      Ramírez (1987) ha realizado varios trabajos sobre el lenguaje y su función mediadora en el proceso de pensamiento. Señala que el lenguaje está preñado de conceptos generales que pertenecen al conocimiento y a la experiencia humana. Añade que, así como las herramientas de trabajo cambian históricamente, también los instrumentos del pensamiento varían históricamente. Del mismo modo que nuevas herramientas de trabajo dan lugar a nuevas estructuras sociales, nuevas herramientas de pensamiento dan lugar a nuevas estructuras de pensamiento. Una reformulación en el pensamiento influenciado por el significado que tengamos de lo que nos rodea puede representar un cambio en la visión y expectativas de uno mismo, de su entorno y su futuro.

      Los lenguajes o códigos están integrados por dos sistemas paralelos: el de los significantes y el de los significados, entre los cuales se establece una serie de correspondencias reguladas. A todo significante corresponde por lo menos un significado. Se ha discutido mucho sobre si la relación entre significado y significante es arbitraria o no. Saussure ha dominado la teoría de la relación arbitraria entre significante y significado pero enfocado en el signo verbal. Para Saussure (2007, p. 144), «el lazo que une el significante al significado es arbitrario; o bien, puesto que entendemos por signo el total resultante de la asociación de un significante con un significado». De acuerdo con Saussure (2007) la palabra arbitrario necesita una observación. No debe dar la idea de que el significante depende de la libre elección del hablante, implica que es inmotivado, es decir, arbitrario con relación al significado, con el cual no guarda en la realidad ningún lazo natural.

      La importancia de las raíces sociales de los símbolos ha sido destacada por otros expertos interaccionistas como Mead y sus seguidores, los cuales han denominado interaccionismo simbólico a este campo de estudio (Blumer, 1982). La perspectiva de estos investigadores es importante, porque permite comprender para qué se realizan símbolos (y lenguaje) y no solo en qué consisten. De este modo abren una vía de reflexión que es básica para comprender la naturaleza funcional que tiene el propio lenguaje.

      Luria (1984) citado por Valery (2000), expone que el lenguaje escrito es el instrumento esencial para los procesos de pensamiento, incluyendo que, por una parte, operaciones conscientes con categorías verbales, permitiendo, y, por otra parte, volver a lo escrito garantiza el control consciente sobre las operaciones que se realizan. Todo esto hace del lenguaje escrito un poderoso instrumento para procesar y elaborar el proceso de pensamiento. Las relaciones semánticas de los símbolos pueden tener algún tipo de influencia en las percepciones de los individuos y en la posible identificación de significados. Dicho asunto ha sido atendido por innumerables autores entre los que se encuentran Saussure (2007), Lozano (2007) y Marín (2001).

      Cuando a un solo significante le corresponde un solo significado (como en cenicero, electrón o reloj) la eficacia de la comunicación podría ser considerada como óptima. A esto, los expertos en el estudio del lenguaje le llaman monosemia, ya que se da una relación unívoca entre el significante y el significado (Hernando, 1995). Sin embargo, en las lenguas naturales se producen otros tipos de relaciones como lo es la polisemia donde a un significante puede corresponder a varios conceptos. Este fenómeno favorece la economía del lenguaje, ya que una misma palabra, como cuarto, por ejemplo, puede expresar distintos conceptos. La polisemia, por otro lado, puede producir ambigüedad, como en: «Me esperó con un arco en la mano», donde, en principio, no se sabe si arco se refiere al arma o al instrumento musical, hasta deducirlo por el contexto o la situación.

      Se habla de homonimia en los casos en que dos o más palabras distintas tienen el mismo significante. De acuerdo con Hernando (1995) la identidad de la palabra puede ser solo acústica (vasto y basto) o acústica y gráfica (vino: bebida procedente de la uva, y vino, tercera persona del singular del pretérito indefinido del verbo venir). La homonimia es consecuencia de la evolución fonética, ya que los significantes de las palabras llegan, por evolución, a hacerse idénticos. Los significados de palabras homónimas son totalmente dispares, mientras que los significados de un término polisémico guardan siempre una relación más o menos clara entre sí.

      Otro de los elementos que debemos atender como parte del análisis de las estructuras semánticas y su impacto en el significante y por consiguiente en el significado es la sinonimia, la cual puede producirse, según los casos, entre palabras (retama e hiniesta), entre palabras y palabras derivadas (pizarra y encerado), entre palabras y palabras compuestas (anís y agua ardiente) o entre palabras y frases: morir o pasar a mejor vida. Se considera que la sinonimia tiene un valor relativo que atañe a uno de los significados de la palabra, pero no a todos.

      Por otro lado, tenemos la metonimia, la cual consiste en la transformación del nombre, por contigüidad de significado, del lugar de origen del producto (valdepeñas, campana), del continente al contenido (tomarse una copa, comerse una cazuela de chipirones), del inventor a la cosa inventada (voltio, amperio), de una parte del todo (ha vendido treinta cabezas de vacuno) o de un individuo a la especia (celestina, quijote).

      Existen palabras que tienen significados opuestos. El fenómeno recibe el nombre de antonimia, la cual se refiere a los términos de una oposición entre cuyos extremos cabe la existencia de grados intermedios: frío


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