Breve historia del siglo XXI. José Enrique Ruiz-Domènec

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Breve historia del siglo XXI - José Enrique Ruiz-Domènec


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      La historia del siglo XXI se ha desarrollado primero por el efecto traumático del 11 de septiembre del 2001, luego por las dudas ante el proceso de civilización suscitadas por la guerra preventiva contra el terrorismo que redimía viejos esquemas de conflictos religiosos; en paralelo al ajuste de la revolución digital y al poder del algoritmo; más tarde por los efectos de una ceñuda crisis financiera que en el 2008 dio una lección (gélidamente pragmática) sobre la fragilidad del sistema económico mundial; luego por el culto al populismo en las formas de gobierno; a lo que siguió la inclinación por el soft power del que habla Joseph Nye y por el utilitarismo proyectado en el ocio vacacional; por la geopolítica forjada alrededor de la expansión de China; y, finalmente, por el miedo a la epidemia y por la explosión emotiva ante el retorno a la normalidad. Así, durante veinte años, una sucesión de acontecimientos se trabó en la vida de la gente hasta el punto de que hoy, entrados en los años veinte, se puede decir que la historia está más viva que nunca.

      Vayamos ahora al principio, al punto de partida del brusco giro en el curso de los acontecimientos que dio lugar al siglo XXI, a ese lugar donde un día cualquiera se convirtió en ese momento de no retorno donde tantas veces el azar ha conducido a la humanidad.

      Es una propuesta. Una guía de perplejos.

      2. El atentado a

      las Torres Gemelas

      El 11 de septiembre del 2001 se produjo un atentado a las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York por parte de una célula de Al Qaeda que seguía las directrices de Osama bin Laden. Este acontecimiento marcó el curso de la historia mundial para las siguientes dos décadas; por eso la lectura del ataque es una invitación al debate. Escribió al respecto Rafael L. Bardají: “La visión de un mundo rico, democrático y liberal, a salvo de la violencia e inestabilidades que sacudían a los países pobres y dictatoriales, se quebró a medida que se hacían pedazos los edificios emblemáticos del poder financiero y militar del mundo occidental. El mundo se adentraba en una nueva era de la vulnerabilidad y el terror”.

      La convicción de estar ante una brecha en la historia mundial consolidó el argumento de que se abría una nueva época, al menos en las relaciones internacionales. El terrorismo, que hasta ese momento se había considerado un inconveniente irritante y ocasional, se convirtió en un argumento clave en la agenda política de los gobiernos de todo el mundo. Las severas medidas de control en los aeropuertos cambiaron el concepto del viaje aéreo; lo hicieron incómodo, desagradable. Los expertos en geopolítica interpretaron las reacciones emotivas ante el atentado para salir al paso de extravagantes conjeturas, incluidas las del complot de los servicios secretos estadounidenses. Poco a poco se forjaron las condiciones para justificar una guerra en nombre de la justicia.

      Reputados teóricos como Robert D. Kaplan llegaron a la conclusión de que la civilización occidental se podía diluir en caso de una respuesta suave o desacertada. Los análisis del ataque no se reducían a verlo como un atentado al orden jurídico internacional, sino como un desafío a Occidente, en particular a su sentido de la justicia y de la democracia. Así se expresó el presidente George W. Bush en el discurso ante el Congreso de Estados Unidos, que buscaba emular al Discurso de la infamia pronunciado por el presidente Franklin D. Roosevelt el 8 de diciembre de 1941 tras el ataque de la flota japonesa a Pearl Harbor, el mayor acontecimiento de la cultura americana contemporánea por su perdurable memoria sobre el sufrimiento de un pueblo.

      El ataque a las Torres Gemelas se vio como una brecha en la continuidad de la civilización que es (o era) la nuestra. La pregunta ¿qué había pasado para que un hecho así pudiera producirse? halló respuesta, pues se consideró que Osama bin Laden tenía como primer objetivo la destrucción del orden democrático liberal, y abundaron las respuestas que postulaban la profecía sobre el choque de civilizaciones, promovida entre otros por el profesor Samuel P. Huntington, para confirmarla o sencillamente para negarla.

      Desde ese momento germinal, en septiembre del 2001, la historia del siglo XXI se parafrasea con facilidad como un juego de estrategia entre diversas concepciones del mundo, rivales entre sí.

      Estados Unidos tiene un objetivo rural y suburbano a la vez, el de hallar una identidad nacional en la inmensa diversidad de razas, lenguas, estilos de vida y valores que forman su inquebrantable unión, según quedó fijado en la elección de Donald Trump en el 2016.

      Rusia busca la conexión con su pasado inmediato, cuando era la URSS, a través de la idea de un imperio, que explica la invasión de Georgia en el 2008, de Ucrania en el 2013 y de Crimea en el 2014.

      China, con su presidente Xi Jinping, plantea la recuperación de la ruta de la seda para ajustar el mapa geoestratégico de Asia Central; al fin y al cabo, ya ha empezado a hacerlo pues las compañías chinas son propietarias de una cuarta parte de la producción petrolera de Kazajistán y más de la mitad de las exportaciones de gas de Turkmenistán.

      La UE, por su parte, desea y sueña con muchas cosas, algunas posibles, como el control del gasto por el Banco Central, otras imposibles, como atajar el nacionalismo y el populismo que crece sin parar en sus países miembros. En todo caso, la UE no tiene en cuenta las fronteras exteriores, ni lo que ocurre en los conflictivos bordes sudoccidental y sudoriental, donde se erigen grandes pasillos para los procesos migratorios en medio de guerras más o menos declaradas. Así se parece cada vez más al Sacro Imperio Romano Germánico, es decir, a una estructura de poder ingobernable.

      La visión misteriosa y contenida que ofrece Irán de un desafío no consumado tiene que ver con la naturaleza cauta de la riqueza del subsuelo en el golfo Pérsico. No es que los iraníes, espoleados aún por la revolución islámica de 1979, no aspiren a forjar una gran potencia en su territorio como en tiempos de la dinastía safávida. Es más bien que, a diferencia de sus vecinos, rusos, turcos o sirios, no están dispuestos a renunciar fácilmente al chiismo a cambio del sueño imperial persa. Son reacios a desechar la memoria de Fátima, la hija del Profeta, por un lugar en el dominio de Oriente Próximo, por mucha presión que reciban de Hizbulah desde el Líbano. No renunciarán a la realidad de su revolución por el sueño de limitar la expansión suní de hachemíes y saudíes.

      Un habitante de lo que ha quedado reducida Bagdad en el siglo XXI calificaría la situación de altamente tensa respecto al futuro del gas natural y los hidrocarburos de la región. La guerra de Irak ofreció una hipótesis distinta: la posibilidad de mantener desestabilizada la región como garantía de sostener la extracción de materias primas sin necesidad del capital chino. Mantener el caos para que el nuevo orden mundial se parezca al antiguo. Como deseo para el futuro, nada podría ser peor. Esta es la parte de la historia del siglo XXI que aparece en las primeras páginas de los periódicos, la historia que se ve; pero hay también una importante historia que no se ve.

      La historia que no describe lo sucedido, sino que añade algo a la sociedad al estudiar un evento traumático como el 11 de septiembre en Nueva York. La misión del historiador consiste en ponerse ante el presente para enseñarnos lo que no aparece a simple vista, superando así la lectura up to the date. Así conseguimos iluminar el debate que se creó a partir de la guerra emprendida contra el terrorismo internacional en el contexto de una cadena de hechos que venían de muy atrás, y vemos así que los argumentos ofrecidos por la administración Bush a la hora de enviar tropas a Afganistán crearon una atmósfera próxima a las guerras de religión del siglo XVII que precedieron el nacimiento del Leviatán de Thomas Hobbes y la creación del Estado moderno.

      Quien se contenta con acumular datos sobre lo sucedido tras el ataque a las Torres Gemelas jamás podrá hacer una idea del efecto en el curso de la historia. A lo más aceptará o rechazará la tesis de Samuel P. Huntington sobre el choque de civilizaciones con el que comenzó el siglo XXI. Pues no se trata de conocer al detalle todo lo sucedido sino de ver lo que está oculto en los acontecimientos, es decir, la trama con la que se inauguró un nuevo período de la historia. Esa tierra olvidada a menudo en los reportajes de televisión.

      La historia no había terminado en 1991 con el colapso de la Unión Soviética, al contrario, se intensificó en los días sucesivos al ataque del 11 de septiembre. Los problemas de injusticia social


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