Erotismo, mujeres y sexualidad. Clara Coria
Читать онлайн книгу.presente como bisagra
El gerundio como alternativa creativa
Dedico este libro a las mujeres y varones
decididos a rescatar el disfrute de su erotismo
más allá de los mitos
que asustan con la menopausia y con la disfunción eréctil.
El amor es un misterio
el sexo una urgencia biológica
y el erotismo una exquisitez humana.
Clara Coria
El amor es un misterio
el sexo una urgencia biológica
y el erotismo una exquisitez humana
Clara Coria
A propósito de esta nueva edición
Nueve años después de la primera edición, me gustaría contribuir a esta nueva edición de Erotismo, mujeres y sexualidad – Después de los sesenta, desarrollando un aspecto que considero quedó pendiente en la primera edición. Se trata de, nada más y nada menos, desenmascarar el motivo profundo que pone en marcha el atentado simbólico que deja a las mujeres excluidas de su propio erotismo.
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En este mundo actual, complejo e inédito debido a la pandemia del Covid-19, es posible comprobar que, si bien mucho se avanzó en combatir la discriminación hacia las mujeres, queda todavía demasiado por hacer para desarmar los mecanismos, tanto psíquicos como sociales, que siguen violentando las libertades femeninas y arrasando con sus vidas. Junto con tantos logros conviven violencias difíciles de erradicar y encubrimientos que se apoyan en conceptos pseudocientíficos. Muchos de ellos tienen por objetivo limitar el erotismo femenino reduciéndolo a la procreación para satisfacer las demandas del modelo patriarcal así como también para neutralizar ciertos fantasmas masculinos que el propio modelo les ha impuesto a los varones, como veremos más adelante.
No son pocas las explicaciones falsas con las que se pretende justificar prejuicios y discriminaciones. Por ejemplo, cuando se sostiene que la menopausia clausura el deseo sexual, que el embarazo es un transitar erótico con el que se reafirma «el ser femenino» e incluso jugar con la idea absurda de que el parto bien podría llegar a considerarse como una experiencia orgásmica. Quienes han parido saben que de eso no tiene nada. Tampoco deja de llamar la atención que tanta gente insista en creer, con fuerza de verdad casi religiosa, que las mujeres mayores solo pueden aspirar a reemplazar sus satisfacciones eróticas con el placer de cuidar a los nietos. Ambos son placeres diferentes donde no cabe el reemplazo. Como es posible comprobar, hay muchas maneras de descalificar y mantener encubiertas las prácticas y disfrutes de erotismo sexual que siguen existiendo a pesar del ocultamiento. No son pocas las mujeres mayores que no están dispuestas a renunciar al don que la naturaleza les otorgó a todos los humanos sin prescripción —ni proscripción— por género ni edad.
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El erotismo es, sin ninguna duda, un tema complejo que cada quien lo vive a su manera; pero, en esta oportunidad, requiere y merece ser explicitado para que sepamos a qué me refiero en relación con tema que nos ocupa. Sin intención de hacer un abordaje exhaustivo solo mostraré algunos aspectos que contribuyen a esclarecerlo. En primer lugar cabe destacar que el erotismo no se reduce a circular exclusivamente por los senderos de la piel. Se trata de una vivencia humana, intensa y absolutamente íntima, que excede el ámbito de la sexualidad. Es capaz de hacernos temblar de emoción en los dominios del arte agitando sensaciones con los estímulos del color, de los sonidos, de las texturas, de los sabores y olores. Y como si esto fuera poco, también con la imaginación. El erotismo no deja de ser algo muy poderoso por el atractivo de su intensidad y la diversidad de sensaciones que iluminan horizontes no siempre transitados.
Otro aspecto a remarcar es que la experiencia erótica, cualquiera sea su forma y manifestación, es fundamentalmente una experiencia íntima. Tan íntima que resulta intransferible. A pesar de ello se presta a ser compartida —y disfrutada— cuando la vida ofrece encuentros amorosos exentos de violencia. También es posible observar que el erotismo transita senderos muy diversos los cuales se resisten a ser contados y suelen quedar circunscriptos al mundo de lo inefable. Estas tres características, ser íntimo, intransferible e inefable hacen del erotismo una experiencia misteriosa y, por lo tanto, también posible de ser vivida como peligrosa. Para nuestra sociedad patriarcal el supuesto peligro que emana del erotismo femenino asusta al colectivo masculino porque, además de ser desconocido, pone en riesgo el poder masculino sustentado en el dominio y en el control exclusivo. Lo que no se conoce escapa al control y esto es un punto de partida de la represión patriarcal sobre el llamado «misterio femenino».
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Otro misterio más: hecha la ley, hecha la trampa. La sociedad patriarcal es una construcción jerárquica y autoritaria que no tolera la paridad entre los géneros y le impone al varón el ejercicio del poder sobre las mujeres. Es así como ellos quedan legitimados en lo profundo de su subjetividad para ejercer el derecho de control y poder. En lo que respecta a la sexualidad, el erotismo masculino ha quedado, con muy pocas excepciones, reducido a la penetración. Lamentablemente, lo que la naturaleza fue capaz de ofrecer para el pleno disfrute de todos los géneros quedó convertido, para la gran mayoría, en una elemental descarga pulsional que se parece mucho más a una contienda en la que se esgrime un arma que a un juego de intercambio amoroso donde ambos se enriquecen y disfrutan mutuamente.
Lo que resulta impactante es descubrir que el mismo poder que la cultura patriarcal otorga a los varones, les impone también, un riesgo grande y un costo excesivo. El riesgo es que al instalar la potencia de erección como si fuera el indicador de la masculinidad, que garantizaría su «ser varón», quedan expuestos a ser juzgados en su identidad. El costo, siempre al acecho, se traduce como miedo terrorífico a la pérdida de poder.
Es lamentable comprobar que la disminución de la capacidad eréctil en el hombre suele ser vivida con mucha angustia, por estar convencidos de que el erotismo radica solamente en su miembro, que se convierte en garante de masculinidad, legitimando su poder sobre las mujeres. Esta convicción suele mantenerlos en una situación de gran pobreza afectivo-erótica impidiéndoles, por ejemplo, acceder a los conocimientos tántricos sobre el erotismo. Se trata de antiquísimas tradiciones que pusieron en evidencia lo mucho que hay por disfrutar en el erotismo, cuando se erradica la pretensión de poder unilateral y se deja de responsabilizar en exclusividad al miembro masculino. Hecha la ley, hecha la trampa.
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En síntesis, es posible afirmar que la ambición de poder es lo que lleva a las culturas patriarcales a neutralizar, limitar y reprimir las experiencias eróticas en las mujeres. Lo ha hecho durante siglos a través de sus instituciones legales, educativas y religiosas que se propusieron socializar las mujeres para que llegaran a vivir su sexualidad como algo impúdico, pecaminoso e inmoral. La propuesta social patriarcal logra su culminación abriendo la puerta a la prostitución para satisfacción del colectivo masculino cuyas propias mujeres han quedado al margen del disfrute erótico porque les fue negado y erradicado como si no fuera un derecho legítimo de toda la humanidad.
Así, la sexualidad humana, que fue ofrecida por la naturaleza para disfrutar con el juego erótico al mismo tiempo que favorecer la trascendencia, se convierte en la lucha por un poder inexistente que deteriora el compartir. Ni la posesión ni el sometimiento son alimentos del erotismo y bajo este modelo, los seres humanos pierden una fuente lúdica de acompañamiento amoroso al servicio de un poder inexistente. Termina siendo una lucha con pérdida garantizada que salpica a todos.
Clara Coria
Buenos Aires, abril de 2021
Prólogo