Solo el amor nos puede salvar. Juan Pablo García Maestro
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Solo el amor nos puede salvar
La actitud del cristiano
ante las otras religiones
Juan Pablo García Maestro
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ISBN: 978-84-2855-117-5
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Prólogo
Muy gustosamente respondo a la invitación a presentar este nuevo libro de Juan Pablo García Maestro, religioso trinitario, profesor del Instituto Superior de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca en Madrid. En él aborda una vez más el tema del pluralismo religioso para proponer, como clave de la respuesta a este verdadero «tema de nuestro tiempo», el diálogo entre las religiones.
C. Geffré, uno de los teólogos que más se ha ocupado del asunto, afirmó hace ya algunos años que, si la secularización y la increencia han sido los grandes retos del siglo XX al cristianismo, el del siglo XXI lo serán los problemas que plantea el hecho del pluralismo religioso, resultado de la situación de globalización de la cultura en que nos encontramos. García Maestro comparte sin duda ese diagnóstico y viene dedicando su reflexión, siempre lúcida y bien informada, a esclarecer teóricamente el hecho y a abrir caminos para encontrarle respuesta.
La obra que presentamos refleja un conocimiento profundo del problema, lo aborda fundamentalmente desde la perspectiva de la teología, pone de manifiesto las dificultades que encierra y ofrece criterios seguros para la evaluación de las diferentes respuestas que se vienen proponiendo para responder a ellas. Parte de la descripción de la postura exclusivista, resumida en el axioma, mal entendido: «Fuera de la Iglesia no hay salvación», vigente durante siglos en el seno del catolicismo desde el concilio de Florencia hasta el Vati-
cano II, y expone las que vienen proponiéndose a partir de la Declaración Nostra aetate del Vaticano II. El autor centra su exposición en las respuestas que proponen las diferentes teologías de las religiones surgidas sobre todo en el ámbito cristiano. No aborda, tal vez deja para otro momento, las elaboradas desde la perspectiva de las ciencias de las religiones y de la filosofía, que en no pocos casos podrían apoyar las conclusiones de las primeras y, en otros, ponerlas en cuestión.
Señala con toda claridad los límites del «inclusivismo», la postura predominante hasta ahora entre los teólogos católicos, que no respeta debidamente a las religiones no cristianas y hace imposible en la práctica el diálogo interreligioso. Un diálogo que, por otra parte, la jerarquía de la Iglesia considera imprescindible para que las religiones puedan llevar a cabo su colaboración a la paz mundial que requiere la situación de globalización. Recordemos, por ejemplo, que Juan Pablo II había afirmado que el diálogo del cristianismo, en especial con el islam, «es una necesidad», y Benedicto XVI había recalcado que se trata de una «necesidad vital».
El lector es llevado por el libro a la conclusión de que la teología de las religiones, elaborada, como requieren sus presupuestos y sus métodos, desde el interior de cada una de las religiones en la que surgen, ha llegado a un verdadero callejón sin salida, originado por el hecho de que cada religión supone la descripción de la identidad de las demás desde los condicionamientos que impone la propia identidad religiosa y la propia historia. El autor da a entender y sugiere que, llegadas a esta situación, las diferentes «teologías de las religiones» tal vez estén llamadas a ser sustituidas por «teologías en diálogo», es decir, elaboradas con atención al hecho del pluralismo existente y en diálogo con las que proponen el resto de las religiones, a la espera de que ese diálogo vaya abriendo posibilidades no previstas en la situación actual.
En apoyo de esta sugerencia podrían ofrecerse los logros ya conseguidos por un siglo de diálogos interreligiosos, a partir del primer Parlamento Mundial de las Religiones, celebrado en Chicago en 1893, las diferentes sesiones de la Conferencia Mundial de las Religiones por la Paz, las sucesivas Cumbres religiosas por la paz, como la convocada por Juan Pablo II en Asís en 1986. Todos esos encuentros están poniendo de manifiesto convergencias entre las diferentes religiones en ámbitos como la posibilidad de una ética mundial, la exclusión de toda forma de violencia –«No hay ninguna guerra que sea santa; solo es santa la paz»–, la aceptación común de la dignidad de la persona y la necesidad de su respeto incondicional, y, ya en al ámbito de lo más propiamente religioso, el entendimiento y el crecimiento espiritual que han experimentado personas y grupos religiosos que se han atrevido a iniciar ese diálogo.
El libro ofrece numerosas y detalladas referencias a los numerosos pasos dados por los responsables de la Iglesia católica a partir del Vaticano II, y sobre todo por los dos últimos papas.
Pero la obra del profesor García Maestro no solo constituye un sólido tratado teórico de teología de las religiones. Contiene, además, una invitación a proseguir y profundizar el diálogo interreligioso como única forma de realizar la identidad cristiana a la altura de las exigencias de nuestro momento histórico. Su lectura confirma intuiciones encontradas en los estudios del fenómeno desde la perspectiva de la historia y las ciencias de la religión, ya previstas por pioneros del diálogo aparecidos en las diferentes tradiciones.
Así, contra los que temen que el conocimiento de las religiones y el diálogo con ellas conduzca inevitablemente al relativismo y a la puesta en cuestión de la propia identidad, Natham Söderblom, arzobispo luterano de Upsala, teólogo, promotor del ecumenismo y gran historiador de las religiones, confesaba en su lecho de muerte: «Yo sé que mi Salvador vive; me lo ha enseñado la historia de las religiones». Y dos relatos, de la tradición musulmana sufí y el jasidismo judío, muestran elocuentemente cómo el mejor medio para el descubrimiento de los tesoros de la propia tradición es el contacto con otras tradiciones. El relato del jasidismo, recogido por Martin Buber, lo cuenta así:
«Rabí Bunam acostumbraba a relatar a los jóvenes que venían por primera vez la historia de Rabí Aizik, hijo de Rabí Iekel de Cracovia. Después de muchos años de extremada pobreza que jamás debilitó su fe en Dios, soñó que alguien le pedía que viajara a Praga a buscar un tesoro bajo el puente que conduce al palacio real. Cuando el sueño se repitió por tercera vez, Rabí Aizik se preparó para el viaje y partió para Praga. Pero el puente estaba vigilado día y noche y él no se atrevió a comenzar a cavar. Aun así, iba allí todas las mañanas junto al puente y se pasaba el día dando vueltas por los alrededores hasta que oscurecía.
Pasados muchos días, el capitán de la guardia, que lo había estado observando, le preguntó de buenas maneras si estaba buscando algo o esperando a alguien. Rabí Aizik le contó sencillamente el sueño que lo había traído desde una comarca tan lejana. El capitán se echó a reír y le dijo: “¡Así que, por obedecer a un sueño, tú, pobre amigo, has desgastado las suelas de tus zapatos para venir hasta aquí! Y, en cuanto a tener fe en los sueños, también yo, de haberla tenido, tendría que haber partido de aquí cuando, una noche soñé que tenía que viajar hasta Cracovia y cavar, en busca de un tesoro, debajo del hogar, en la casa de un judío: ¡Aizik, hijo de Iekel! Sí así se llamaba: ¡Aizik, hijo de Iekel! Me imagino lo que me habría ocurrido: ¡Habría probado en todas las casas de por allí,