Los papiros de la madre Teresa de Jesús. José Vicente Rodríguez Rodríguez

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Los papiros de la madre Teresa de Jesús - José Vicente Rodríguez Rodríguez


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su hermano Lorenzo a Sanlúcar de Barrameda. Viene de Ecuador con tres hijos: Francisco, Lorenzo y Teresita. Enseguida les escribe y envía algunas cosillas. A los pocos días llegaron a Sevilla. Dando noticias a María Bautista, su sobrina, de la llegada de los suyos de las Américas, dos semanas después, ya se refiere nominalmente a Teresita, que tiene ocho o nueve años «harto bonita y hermosa» (Cta 88, 2).

      Y ya comienza a pensar en meterla en el convento de Sevilla, y cuando escribe al padre Gracián el 27 de septiembre ya se encuentra la chiquilla en el convento. Antes ha consultado la Madre al doctor Enríquez, jesuita, y a un dominico llamado fray Baltasar. El jesuita le comunica que entre otras cosas que le enviaron del Concilio bien declaradas por una junta de cardenales estaba la siguiente: «Que no se puede dar hábito de menos de doce años, mas criarse en el monasterio sí» (Cta 89, 3). De igual parecer era el dominico consultado.

      Aunque no se le pueda dar el hábito oficialmente ya como novicia, se lo dieron informalmente:

      Ya ella está acá con su hábito, que parece duende de la casa, y su padre que no cabe de placer, y todas gustan mucho de ella; y tiene una condicioncita como un ángel, y sabe entretener bien en las recreaciones contando de los indios y de la mar mejor que yo lo contara. Holgádome he que no les dará pesadumbre. Ya deseo que vuestra paternidad la vea (Cta 89, 3).

      Ha sido Gracián, en calidad de visitador de la Orden, quien ha dado el permiso para que la recibieran a sus nueve años. Y sigue diciendo: «Creo que se ha de servir (al Señor) de que esta alma no se críe en las cosas del mundo. Ya veo la caridad que vuestra paternidad me ha hecho, que, dejado de ser grande, el ser de manera que no quede con escrúpulo ha sido muy mayor» (ib).

      En el viaje que emprende la Madre desde Sevilla a Malagón y Toledo lleva consigo a la sobrina ecuatoriana de la que dice: «Teresa ha venido dando recreación por el camino y sin ninguna pesadumbre» (Cta 108, 8). Y escribiendo a María de San José a Sevilla vuelve a hablar de la muchacha: «Teresa ha venido, especial el primer día, bien tristecilla; decía que de dejar a las hermanas» (Cta 109, 3). Ahora «no la escribe porque está ocupada; dice ella que es priora, y se le encomienda mucho». Ya podemos pulsar el cariño de la Madre, que se fija en todo lo que dice, lo que hace y lo que siente la sobrina.

      Y Jerónimo Gracián en sus Escolias a la vida de santa Teresa, del P. Ribera, ofrece esta deliciosa estampa de Teresita:

      Esta niña entretenía a la Madre y le daba recreación, porque le contaba de la mar del Sur y de las tormentas que habían pasado y hablaba la lengua india, con que la Madre estaba la boca abierta gustando mucho de oírla. Parécese mucho en el rostro a la Madre y mucho más en las obras, porque siendo de esta edad comenzó a dar muestras de tanta perfección y desasimiento de todas las cosas criadas, que habiéndola un día dado su padre unas sortijas de vidrio o azabache, diciendo yo que ¡buena cosa es tener curiosidades una monja descalza!, dióle un gran llanto, y tomó las sortijas e hízolas pedazos entre una piedra.

      En otra carta dirá la Santa a María de San José que se queda por ahora en Toledo, «que antier se fue mi hermano e hícele llevar a Teresa, porque no sé si me mandarán que vaya con algún rodeo y no quiero ir cargada de muchacha» (Cta 114, 1).

      En carta de septiembre a Sevilla vuelve a decir: «A Teresa le va muy bien. Es para alabar a Dios la perfección que llevó por el camino, que ha espantado. No quiso dormir noche fuera del monasterio. Yo le digo que si lo trabajaron con ella, que las honra bien. Nunca acabo de agradecerlas la buena crianza que la hicieron, ni su padre tampoco. Rompí una carta que me escribió que me ha hecho reír [...]. Escríbenme que todavía tiene de Sevilla soledad y las loa mucho» (Cta 122, 11).

      En su correspondencia la Santa sigue dando noticias menudas de la sobrina y opiniones sobre su modo de ser, como se puede ver por estas simples frases: «Pues Teresica, ¡las cosas que dice y hace!»; y otra vez: «¡Oh, pues Teresa, lo que ha hecho y dicho!»; disfruta con las cartitas que le escribe: «La carta de Teresica me ha caído mucho en gracia».

      La Santa, cuando partió para la fundación de Burgos, llevó consigo a Teresica, «que me dijeron que la querían poner en libertad sus parientes y no la osé dejar» (Cta 432, 4).

      ¿Quién es la princesa?

      Volviendo ahora al caso de Isabel Dantisco, ya referido, sucedía que, como era natural, las monjas de los conventos que conocían un poco a las dos muchachas se inclinaban por una o por otra. Y la Santa que también andaba en la discusión, aunque trataba de disimular, como parte interesada, por aquello del parentesco con Teresita, pinta la cosa con una gracia extraordinaria. Contestando a una carta de María de San José le dice: «Donosa está en no querer que sea otra como Teresa». Y tratando de derribar esa pretensión, replica:

      Pues, sepa, cierto, que si esta mi Bela tuviera la gracia natural que la otra y lo sobrenatural (que verdaderamente veíamos obraba Dios algunas cosas en ella), que el entendimiento y habilidad y blandura, de que se puede hacer de ella lo que quisieren, que lo tiene mejor. [...] Solo tengo un trabajo: que no sé cómo le poner la boca, porque la tiene frigidísima y se ríe muy fríamente, y siempre se anda riendo. Una vez la hago que la abra, otra que la cierre, otra que no se ría. Ella dice que no tiene la culpa, sino la boca, y dice verdad. Quien ha visto la gracia de Teresa en cuerpo y en todo, echarlo ha más de ver, que así lo hacen acá, aunque yo no lo confieso, y a ella se lo digo en secreto. No lo diga nadie, que gustaría si viese la vida que traigo en ponerle la boca. Creo, como sea mayor, no será tan fría; al menos no lo es en los dichos (Cta 175, 6).

      Y después de esta presentación tan deliciosa y aguda, dice a la destinataria de Sevilla: «Hela aquí pintadas sus muchachas, para que no piense que le miento en que hace ventaja a la otra. Por que se ría se lo he dicho».

      Teresita fue novicia en San José de Ávila, donde profesó, ya muerta la Santa, en noviembre de 1582. Murió en Ávila el 10 de septiembre de 1610, a la edad de 43 años. Declaró en el proceso informativo de Ávila de santa Teresa en 1596 (BMC 18, 189-198). Son preciosas sus declaraciones, de las que recordamos algunas acerca de su santa tía:

      Tenía una afabilidad extraña; en toda ella mostraba un ser más que humano y una sencillez y nobleza, que decía algo con aquella primera inocencia.

      En la fe la hizo Dios tanta merced, que no solo la tuvo grande, sino que jamás tuvo tentaciones contra ella. Tenía la tan arraigada en su alma, que la parecía que contra todos los herejes se pudiera a hacerles entender iban errados. Decía que las cosas de la fe, mientras menos las entendía, más las creía y mayor devoción le hacían. Y aunque siempre estaba con letrados, nunca preguntaba, ni aún lo deseaba saber, cómo hizo Dios esto, o cómo pudo ser; porque para ella no había menester más de: hízolo Dios todo, y con esto no tenía que espantarse sino que le alabar.

      Procuraba todo lo que podía encubrir sus ejercicios, sin dar muestras exteriores de santidad ni composturas fingidas; antes tenía un exterior tan desenfadado y cortesano, que nadie por eso la juzgaba por santa; pero tenía en toda ella un no sé qué tan de sustancia, que hacía fuerza que creyesen y viesen los que la trataban, que lo era mucho sin diligencia suya. Nunca estaba ociosa, ni le faltaba en qué ejercitarse aun hasta las doce y la una de la noche.

      Era lenguaje suyo muy ordinario: «o morir o padecer».

      Capítulo 9. La andariega de Dios y sus viajes

      Fémina inquieta y...

      Un nuncio de malas pulgas, llamado Felipe Sega, calificó a santa Teresa de «fémina inquieta y andariega». Inquieta, sí, decimos nosotros, por hacer el bien y ayudar a los demás. Andariega sobre todo cuando, después de la fundación de su primer convento de San José en Ávila, se lanzó por la geografía española a levantar nuevos monasterios. Comenzó por Medina del Campo para acabar en Burgos, después de haber andado por Castilla-La Mancha, Andalucía, y varias ciudades castellanas: Valladolid, Salamanca, Palencia, Soria, Segovia, y por villas como Alba de Tormes, donde terminaron sus caminos y donde reposan sus restos.

      Kilometraje

      Con un cálculo bastante preciso creemos que la Santa desde 1567 a 1582 llegó


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