Cambio sin ruptura. Ignacio Walker Prieto

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Cambio sin ruptura - Ignacio Walker Prieto


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forma de funcionamiento de la sociedad, sino que una contracción del tiempo y el espacio que no tiene antecedentes en la historia de la humanidad. Se produce un acortamiento del espacio por la nueva plataforma comunicacional que achica el mundo. Las cosas se perciben en tiempo real y la información comienza a transmitirse en directo. También suceden cambios muy fuertes en el tiempo. Es decir, antes tenían que pasar generaciones para que las personas cambiaran su forma de ejercer un oficio, sus necesidades educacionales o su estructura familiar. En la era de la información, una misma persona va a tener que adecuarse durante su vida a cambios enormes, desde la misma desaparición de algunos oficios. La relación social y la forma en cómo vive la sociedad cambia enormemente y esto representa un estrés enorme para la sociedad.

      ¿Cuál es la diferencia entre la globalización, que describes, con otros procesos que ha vivido la humanidad, como la mundialización y la internacionalización?

      Ernesto. Esos procesos vienen desde mucho antes. A diferencia de la mundialización y la internacionalización, la globalización implica una contracción de otra dimensión del tiempo y el espacio. Es un proceso histórico y cultural que genera una sociedad en red, con un funcionamiento que cambia la forma en que los hombres y mujeres viven. Es decir, la globalización transforma la práctica social de los seres humanos y, de paso, todos los mecanismos de integración social. Manuel Castells ha explicado de manera rigurosa este fenómeno.

      ¿Y cuáles son estos mecanismos de integración social que cambian?

      Ernesto. Cambia fuertemente la educación. La estructura de la educación de la sociedad industrial pasa a requerir una suerte de educación permanente. Cambia la estructura del trabajo, de la ocupación. Cambia la estructura de la familia. Cambia la forma de vida territorial. Cambia el rol del Estado-nación. Cambian las formas de consumo. El conocimiento adquiere una centralidad total. Cambia incluso la criminalidad: la criminalidad se globaliza, adquiere un carácter distinto a las criminalidades nacionales o locales. En fin, aparecen temas con mucha fuerza, como la relación de género, como la relación del ser humano con la naturaleza. Todo cambia, incluso cuando nos sorprende la pandemia de covid-19: la globalización de la enfermedad es muy rápida y la solución también es una solución global, no una solución nacional.

      ¿En qué medida la globalización afecta a la política?

      Ernesto. Naturalmente afecta a la política. Desde fines del siglo XX cambia toda la estructura del mundo al que estábamos acostumbrados: el de la posguerra estructurado a través de la Guerra Fría, que suponía dos grandes superpotencias con sistemas sociales y económicos distintos. Estados Unidos, por un lado, y la Unión Soviética, por el otro. Eso desaparece sin que nadie haya imaginado que iba a desaparecer con esa rapidez. Y se produce un cambio muy fuerte en las relaciones políticas internacionales. De ahí surge el pensamiento pesimista de Samuel Huntington: lo que viene ahora es el conflicto entre las culturas y civilizaciones. Y Francis Fukuyama, demasiado optimista, recuerda de una manera algo rápida la visión hegeliana y de Alexandre Kojeve del fin de la historia o el fin de los conflictos de la historia. Hay un cambio enorme que cambia toda la estructura geopolítica y afecta fuertemente a los países democráticos.

      Pero, ¿se expande o no la democracia?

      Ernesto. Efectivamente, se expande la democracia. En 1970 había 70 países democráticos y en el 2010 pasan a ser 110. La expansión es muy fuerte en América Latina, donde en los años setenta una gran cantidad de países vivían bajo dictadura, como Chile. Pero, aunque a fines del siglo XX esa democracia se expande, muy pronto enfrenta problemas que se desarrollan en el mundo global tanto en la economía como en lo social y cultural, tensionándose. Las comunicaciones, que anteriormente eran una parte de la política, se transforman ahora en el campo de la política. Es decir, las comunicaciones pasan a ser el ámbito en el cual se genera la política. Por lo tanto, las instituciones tradicionales de la democracia –que se empiezan a crear a fines del siglo XVIII, que atraviesan de manera censitaria y recortada el siglo XIX y que se transforman en una democracia de masas en el siglo XX– comienzan a devaluarse con este tipo de nueva sociedad. Me refiero a los partidos políticos, los parlamentos, el comportamiento volátil del electorado, la crisis de representatividad. Antes, la democracia estaba formada en base a categorías, sectores sociales, grupos con un pensamiento ideológico que muchas veces se transmitían de generación en generación. Pero esta representatividad se difumina y se forma una sociedad mucho más singularizada e individualizada. Por lo tanto, las categorías sociales pierden fuerza.

      Y en muchos países, ya en el siglo XXI, este escenario que describes termina en un malestar…

      Ernesto. Todas las bases del mayor éxito de la democracia –los 30 años gloriosos después de la Segunda Guerra Mundial, de enorme desarrollo en Estados Unidos y Europa Occidental–, comienzan a ser afectadas por las nuevas formas de funcionamiento desregulado de la economía y problemas que se van agrandando y que producen un cierto malestar e incomodidad, particularmente en los sectores medios que comienzan a perder su identidad. La sociedad industrial deja de ser central, se produce una globalización de la economía, se produce una gran concentración de la riqueza. Como consecuencia de ello, las clases medias comienzan a perder su fuerza y centralidad en la democracia. Nos damos cuenta de que la gente no solo es demócrata porque cree en sus valores de libertad e igualdad, sino que también por sus resultados de prosperidad extendida. Si ello falla, los valores tambalean. Los humanos son menos espirituales de lo que nos gusta creer.

      Conoces de cerca, Ernesto, el fenómeno de los chalecos amarillos…

      Ernesto. El conjunto de los chalecos amarillos, no hablo de una parte, sino de la totalidad de los chalecos amarillos, pertenece al 25% más rico de los seres humanos. Sin embargo, ellos se ven a sí mismos como abusados, explotados, malheureux y necesitaban protestar contra una sociedad que les provocaba un tremendo malestar. El cambio en las percepciones de la realidad de la cual estoy hablando tiene una magnitud enorme. Se ha producido una transformación que Stefano Rodotà, un gran politólogo italiano, llama la doxocracia.

      ¿Qué es la doxocracia?

      Ernesto. La democracia de la opinión pública. Los espacios de la democracia tradicional se acortan. Antes, la ciudadanía elegía, esperaba un tiempo y, durante ese tiempo, un Gobierno realizaba un programa que luego era medido en una elección posterior. Podía renovarse o cambiarse. Sin embargo, ahora hay una especie de democracia permanente. Esto está muy ligado a la masificación de Internet, donde ya no existe un emisor y un receptor, sino que el emisor es receptor a la vez y viceversa. Se produce así una ampliación muy grande del discurso público. Ante esta ampliación, en un principio, todos dijimos: “¡Viva! ¡Vamos a tener una sociedad más democrática!”. Pero resulta que esa ampliación también tiene problemas, como dice Jacques Julliard: Internet es una maravilla en términos de la comunicación, pero a la vez una cloaca.

      ¿Una cloaca?

      Ernesto. Porque Internet no solamente produce un diálogo universal, sino de tribus que se comunican entre ellas y donde el debate democrático decae. Entonces, puede producirse un mundo menos pluralista, menos dialogante, donde sólo se escucha a los que piensan como uno. Ese mundo tan complejo, con elementos positivos y con elementos también preocupantes y negativos, es el mundo donde se desarrolla el debate democrático hoy en día.

      ¿Qué otros aspectos contempla la globalización, Ignacio?

      Ignacio. La globalización solemos entenderla en términos de la economía, de la expansión de los mercados, del libre comercio. Más allá de estos aspectos, sin embargo, hay ciertos rasgos que son inherentes a la globalización que no podemos perder de vista. Uno de ellos es el de los derechos humanos contenidos en la Declaración Universal de 1948. El nuevo estatuto de los derechos humanos, según aparecen y se desarrollan desde la Segunda Guerra, perfora la idea predominante de la soberanía absoluta que había estado en boga desde el siglo XVII con Thomas Hobbes, con el desarrollo del Estado-nación. No hay soberanía absoluta. La soberanía reconoce como límite el respeto por los derechos humanos. No se pueden violar los derechos humanos apelando al principio de no intervención. Eso marca una nueva conciencia universal, el avance en torno a los derechos humanos. Es un aspecto central de la globalización.

      Y aparecen


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