Construcción política de la nación peruana. Raúl Palacios Rodríguez
Читать онлайн книгу.primera vez en público, el Himno Nacional, interpretado por la cantatriz limeña Rosa Merino y en un concierto habido en febrero de 1822 —dice el mencionado periódico— “esta misma dama ejecutó con singular gusto diez piezas selectas: en todas obtuvo gran aplauso, pero en la de La Chicha apenas se oía su voz por el incesante palmeo de los circunstantes”28. El estribillo decía:
Patriotas, el mate
de chicha llenad
y alegres brindemos
por la libertad.
La chanza y la mofa —dice Miró Quesada Sosa (1968)— tampoco estuvieron ausentes. El ingenio de Lima tuvo, en esos tiempos, ocasión excelente para manifestarse sin embozo. Con el dardo festivo de un epigrama o la fluidez de una letrilla, se comentaban los trastornos políticos, las defecciones inevitables y el brusco encuentro con una realidad imperfecta y compleja. El clérigo burlón (como así se le conocía a Larriva) llegó a zaherir a Sucre, el Mariscal de Ayacucho, y a apostrofar al propio Bolívar. Su filosofía alegre y decepcionada se expresa en la siguiente décima consignada por Manuel de Odriozola:
¡Cuando de España las trabas
en Ayacucho rompimos,
otra cosa más no hicimos
que cambiar mocos por babas!
Nuestras provincias esclavas
quedaron de otra nación
mudamos de condición,
pero sólo fue pasando
del poder de don Fernando
al poder de don Simón.
Poco después del alejamiento definitivo del Libertador del Norte, el mismo Larriva publicó esta atrevida cuarteta:
Pero aun fuera de esto
el tal San Simón
nunca ha sido santo
de mi devoción.
En resumen, la literatura de la revolución se convirtió en rapto de entusiasmo, manifestación de júbilo, exaltación heroica de la voluntad colectiva y apoteosis del héroe; asimismo, en lírica devoción a la patria que palpitó con la misma intensidad en la arenga escondida del tribuno, en la canción del arrabal, en la hoja periódica clandestina, en la proclama del vivar y, por supuesto, en la clara epifanía del poeta (Porras, 1974, p. 212)29.
¿Qué se puede concluir de todo lo expresado en estas páginas introductorias? Con el riesgo que conlleva toda síntesis, podemos afirmar lo siguiente:
a) Históricamente, el período 1821-1826 (con 1824 como año referente y decisivo) constituye una fase por demás agobiante y crítica en la cual la vida nacional se debatió en una constante contradicción e inestabilidad. Desorden, caos, miseria e incertidumbre, fueron las principales notas que caracterizaron el quehacer político, económico, social, militar e internacional de aquellos días. El amanecer republicano, en este caso, no fue del todo auspicioso y venturoso.
b) La presencia de los Libertadores y sus respectivos lugartenientes y fuerzas militares en nuestro territorio, no solo respondió al llamado de los patriotas peruanos impedidos materialmente de consolidar su propio proceso emancipador, sino también a la perentoria y angustiosa necesidad de las naciones periféricas de salvaguardar su propia autonomía. El enclave del inmenso poder militar realista en el Perú actuó, en este caso, como un peligro latente que, inobjetablemente, tenía que ser destruido para bien de la América hispana entera. ¿Y qué de las clases altas de la sociedad peruana de entonces? Según Heraclio Bonilla y Karen Spalding (1972), fueron célebres por su marcado hispanismo, sentimiento colectivo que perduró por lo menos hasta la guerra con Chile, en 1879.
c) En el contexto anterior, y no obstante que nuestra clase política —como ya se dijo— fue subordinada u opacada por la actuación descollante y protagónica de los jefes militares extranjeros (San Martín, Bolívar, Sucre), no puede obviarse la permanente y trascendental participación (visible o anónima) de muchísimos peruanos al lado de aquellos. Como colaboradores visibles e inmediatos en la administración pública (Unanue, Sánchez Carrión, Pando, Vidaurre); como oficiales combatientes en las largas y fatigosas campañas guerreras (Agustín Gamarra, Ramón Castilla, José de La Mar, Andrés de Santa Cruz, José Andrés Rázuri); o como prestos montoneros dispuestos a dar sus vidas (Ignacio Quispe Ninavilca, Gaspar Huavique, José María Palomo, Francisco de Vidal), la sangre peruana no estuvo ausente en aquellos decisivos días. Talento, valor y osadía fueron los rasgos fundamentales de esos tres estamentos, respectivamente.
d) Las campañas gloriosas de Junín y Ayacucho en 1824, marcaron no solo el ritmo del ímpetu libertario de un pueblo en particular (Perú), sino también la ilusión legítima de toda la América meridional. “La libertad del Nuevo Mundo —escribió José Martí (1970)— era la esperanza del universo y, en particular, del continente”. En este sentido, Junín (6 de agosto) fue el inicio y la antesala de la victoria anhelada; Ayacucho (9 de diciembre) fue la culminación de una utopía hecha realidad. “Ayacucho, sublime nombre donde se ha completado el día que amaneció en Junín”, escribió la Gaceta del Gobierno en su edición del 18 de diciembre de aquel año. Si Junín fue la batalla que abatió el orgullo español (más que una sangrienta acción de armas fue un encuentro de incalculables proyecciones psicológicas), Ayacucho fue la cita última de la libertad y el laurel de la perseverancia. ¿El común denominador? El afán de América de perpetuarse como una comunidad sacudida de servilismo, tutela o patrocinio externo. Se tuvo clara conciencia, en todas partes, de la terminación victoriosa de una larga guerra iniciada en 1810. En su despacho de Viena, el Príncipe de Metternich reconoció el signo de los tiempos. “El Perú —escribió en abril de 1825— ha desaparecido como colonia. En estas circunstancias, me atrevo a preguntar al gobierno español si también está dispuesto a sacrificar del mismo modo a Cuba” (citado por Kossok, 1968, p. 57).
e) Como hecho de enorme gravitación histórica, la Capitulación de Ayacucho (no mencionada con ese nombre en el texto primigenio) representa un hito imperecedero en la historia de América Latina. Ella simboliza, más allá del marco temporal, no solo el reconocimiento tácito al triunfo bélico, sino también al derecho de ser libres para siempre en armonía con los principios entonces imperantes en el mundo civilizado. A partir de entonces, el reloj de la historia marcaría el rumbo de cada país en consonancia con sus propias esperanzas, vicisitudes, aciertos o errores.
f) Finalmente, es oportuno indicar que tanto las fuentes primarias como secundarias acerca del período independentista nacional, en su conjunto, se muestran abundantes y provechosas; mas no así en lo que concierne específicamente a la Capitulación de Ayacucho. Sobre ella y su entorno histórico, las fuentes no solo resultan escasas e insuficientes, sino también sin mayor trascendencia en el ámbito historiográfico. En este sentido, anhelamos que el presente volumen contribuya, por un lado, a una mejor comprensión de cuánto hicieron los peruanos por su independencia y por la independencia de América, y, por otro, a una cabal interpretación de la Capitulación de Ayacucho como hecho culminante de aquella aspiración colectiva. Debemos puntualizar que en la elaboración del presente volumen se ha utilizado una buena parte de los resultados de la investigación histórica realizada hasta ahora sobre el período 1821-1826 (denominado el de la “formación de la nacionalidad”), al igual que los aportes de las fuentes primarias impresas (diarios de viajes, informes de campañas militares, memorias ministeriales, periódicos de la época, reportes oficiales y otras).
A fin de que el lector tenga una información adicional sobre aquellos personajes mencionados a lo largo del texto y que antes, durante o después de la jura de la Independencia tuvieron un rol destacado, se ha juzgado conveniente incluir sus semblanzas biográficas con los datos más relevantes en nuestra opinión (véase el Apéndice biográfico). Para ello, ha sido útil la consulta