Redes cercanas. Javier Díaz-Albertini Figueras

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Redes cercanas - Javier Díaz-Albertini Figueras


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que al analizar la efectividad de las normas no se está midiendo capital social, sino cuán bien responden las normas a las expectativas de los individuos. Para este autor, las principales expectativas giran en torno al acceso a los recursos y oportunidades insertas en las relaciones o redes sociales. Si las normas formales cumplen bien con estos propósitos, entonces son efectivas.

      En el fondo, esta discusión se alimenta del debate sociológico general y de los dilemas teóricos que han acompañado la disciplina desde sus inicios. Temas como el carácter y existencia de normas, su internalización y el efecto que tienen sobre la conducta humana, en qué forma contribuyen al orden o, en todo caso, a la ilusión de orden, siguen siendo importantes y vigentes. Sin duda, es cierto que resulta difícil especificar un conjunto reducido de factores que alientan y alimentan la sociabilidad y la acción colectiva humana. Sin embargo, es bastante claro que la confianza mutua, el cumplimiento de obligaciones y el estar inserto en una densa red de relaciones, son elementos esenciales que facilitan la acción colectiva y reducen los riesgos que conlleva asociarse a los demás. De por sí, estos elementos pueden ayudarnos a explicar por qué resulta más factible la convivencia social en algunas sociedades en comparación con otras. No consideramos que la discusión sobre lo que constituye o no recursos de “sociabilidad” radique en la importancia que tienen la confianza, las normas y las redes en la facilitación de la acción social, sino más bien si llegan a constituir un “capital” en el sentido de asegurar un flujo de beneficios futuros sobre la base de una inversión inicial. Esta es una duda importante porque si no cumplen con estas condiciones, haríamos mal en denominarlo “capital”.

      Debido a que el término capital social aún está en plena construcción y depuración, también resulta apropiado el carácter exploratorio propuesto para esta investigación, ya que nos permite examinar un número mayor de variables e indicadores y observar cuán bien explica las formas como nos relacionamos. El sociólogo chileno Vicente Espinoza (2001) señaló muy bien que, por el momento, resultaba más conveniente ver el capital social como un concepto “sensibilizante”, en el sentido de que nos obliga a examinar los elementos que posibilitan que las personas se acerquen y construyan sociedad. Dependiendo de las particularidades de la confianza, de las formas de obligaciones mutuas y reciprocidades y de los tipos de vínculos que dominan en nuestras relaciones, generamos nuestras realidades sociales y formas específicas de orden social.

      Sobre la base de estudios previos, fue posible perfilar algunas hipótesis de trabajo sobre el capital social en Lima. En términos generales, la evidencia apunta hacia niveles relativamente altos de un capital que podríamos denominar ‘microsocial’, es decir, de la sociabilidad propia de grupos relativamente pequeños y cercanos a los actores sociales. La mayoría de estos grupos cercanos (familia y parientes, comunidad o vecindad, clubes sociales), sin embargo, se encuentran desarticulados entre sí y del resto de la sociedad. En cambio, los niveles de capital ‘macrosocial’, aquel vinculado a las instituciones modernas, aún presentan serias limitaciones y debilidades, lo cual compromete la debida universalización de derechos y deberes y su plasmación en nuestras relaciones cotidianas.

      Nuestra hipótesis es que esta divergencia o falta de interconexión entre lo micro y lo macro debería notarse con claridad en cada una de las fuentes de capital social propuestas (confianza, efectividad de normas, densidad de redes). En términos de confianza, la tendencia sería a lo que Fukuyama (1996) denomina una sociedad “familista”, significando que confiamos principalmente en los que forman parte de nuestro entorno familiar y de cercanía social. Esto se puede apreciar indirectamente en un estudio de valores realizado en 1996, en el cual solo 5 por ciento de los peruanos afirmaron que se podía confiar en la mayoría de la gente (Romero y Sulmont 2000). En comparación con otros cincuenta países del mundo, el Perú ocupaba el penúltimo lugar en términos de confianza interpersonal (en último lugar estaba Brasil con 3 por ciento y en primer lugar Noruega con 65 por ciento). En el mismo estudio, el país obtuvo índices muy bajos con respecto a la confianza en el sistema político, alcanzando solo 20 sobre 100 en el índice de confianza en las instituciones políticas. Mientras que en el caso de Brasil, a pesar de la baja confianza interpersonal, el índice era de 42 sobre 100.

      Diversos estudios y encuestas señalan que las normas formales son poco efectivas y que existen niveles altos de lo que la institución Proética (2003, 2004, 2006) denomina “corrupción cotidiana”. La mayoría de los peruanos tienden a ser medianamente tolerantes con actos corruptos, deshonestos e incluso delictivos, como el hurto. Analistas como Santos (1999) y Vallaeys (2002) consideran que la efectividad de la norma está en función de: a) la percepción de que los otros son iguales en la interacción y, por ende, merecen los mismos derechos y consideraciones que espera tener uno mismo; y b) la capacidad sancionadora del grupo o entorno social. Así, las normas son más efectivas en algunas comunidades (campesinas, asentamientos), asociaciones (clubes, condominios, gremios) e instituciones (universidades), en las cuales se ve al otro como vecino, compañero, colega, amigo, socio y es una relación valorada. Las sanciones son efectivas porque el incumplimiento de la norma pone en juego la posibilidad de seguir participando plenamente en el grupo y por el estigma social.

      Por último, las redes sociales en nuestra sociedad tienden a ser “insulares”, es decir, con pocos vínculos entre ellas. Este aislamiento entre redes es una de las manifestaciones estructurales de la exclusión y marginación en el país. De ahí que puedan existir niveles altos de asociatividad —medida como participación en grupos y organizaciones— pero niveles bajos de relaciones o vínculos transversales que interconecten sectores socioeconómicos, zonas geográficas, grupos étnicos, entre otros. Este relativo aislamiento afecta con mayor fuerza a los pobres y pobres extremos, ya que sus redes tienden a estar constituidas por individuos de su misma condición, existiendo así dificultades en la ampliación de oportunidades y el acceso a recursos económicos y políticos (Díaz-Albertini 2001, Tanaka 2001). La segregación entre redes, especialmente en términos de ingresos y estatus social, es uno de los factores detrás de la concentración de recursos en un número reducido de relaciones sociales. También explica la importancia de actores externos —como las organizaciones no gubernamentales (ONG)— ya que cumplen la función de intermediarios y vinculan a las comunidades y organizaciones aisladas con la sociedad formal. Según Narayan (1999), las sociedades constituidas fundamentalmente con grupos insulares tienden a la exclusión (cuando el Estado funciona) o al conflicto (cuando el Estado es ineficiente).2

      Sobre la base de estas constataciones preliminares, se plantearon las siguientes hipótesis de trabajo:

      • La confianza mutua en Lima tiende a estar limitada a las relaciones más cercanas, especialmente familia, amigos y comunidad (vecinos) debido a la debilidad de las instituciones formales.

      • La efectividad de las normas (medida de acuerdo a nivel de cumplimiento y capacidad de infligir sanciones) está en directa relación con la cercanía de la institución u organización en la vida cotidiana del actor social.

      • Los integrantes de los niveles socioeconómicos (NSE) de menores ingresos tienden a participar más en organizaciones sociales y en sus comunidades.

      • Las redes sociales de los pobres tienden a ser horizontales y de vínculos fuertes con pocas relaciones verticales y acceso a recursos.

      • Las redes sociales de los niveles socioeconómicos de mayores ingresos son más diversas, incluyendo horizontales y verticales, ampliando así su acceso a recursos sociales, económicos y políticos.

      Como analizamos en la sección anterior, las razones detrás de la decisión de realizar una investigación exploratoria fueron varias. En primer lugar, el concepto de capital social aún está en construcción y no existen acuerdos amplios sobre su definición y formas de medirlo. De ahí que lo que se intenta es una aproximación a su medición, que servirá para depurar indicadores y métodos. En segundo lugar, a pesar de que existen estudios parciales sobre capital social en Lima, normalmente limitados a sectores específicos de la ciudad, no se cuenta con un estudio a escala metropolitana, lo cual implica, entre otros factores, un análisis macrosocial.3 No se contaba, entonces, con experiencias


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