La democracia de las emociones. Alfredo Sanfeliz Mezquita

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La democracia de las emociones - Alfredo Sanfeliz Mezquita


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que los ejecutivos se agarran como lapas a las empresas que lideran, y por supuesto que los partidos políticos colocan la búsqueda del interés de su partido por encima de la búsqueda del bien de las naciones o pueblos donde desarrollan su política. Por ello no descubro nada al afirmar la enorme frecuencia con la que se dan fenómenos de deslealtad por parte de quienes representan unos intereses o una causa, pero se mueven mucho más por sus propios intereses que por los de la causa a la que supuestamente representan.

      Se denomina conflicto de agencia a todos los fenómenos en los que esta divergencia se produce en la actuación de los líderes de las organizaciones, partidos políticos, ONGs, etc. En ocasiones las divergencias son plenamente conscientes para quienes las encarnan, pero en otros casos no. El ambiente y la presión del entorno de seguidores que influyen en la creación de contextos y relatos legitimadores de estas actuaciones parece que dan naturalidad a estos fenómenos sin que los afectados sean conscientes. De alguna forma se vive en un ambiente en el que se han hecho tan habituales que se mira con naturalidad y casi parecen comprensibles y excusables. Con el tiempo muchas organizaciones o asociaciones que han nacido con un buen propósito en el que trabajar pierden su razón de ser, y sus líderes se dedican a defender absurdas causas que solo tienen como razón de ser proteger la supervivencia y los puestos de trabajo de tales organizaciones por más que ya no tengan sentido.

      Hay dos niveles de deslealtad muy arraigados y extendidos en nuestra sociedad que conviene refrescar y tener muy presentes. Existe por una parte un altísimo coeficiente de deslealtad por parte de las personas líderes en organizaciones respecto de los intereses que representan, por supeditar, en mayor o menor medida, los intereses de la organización respecto de los suyos propios. Los líderes se dejan llevar más por lo que les conviene a ellos que por lo que conviene a las organizaciones a las que representan o lideran. Por otra parte, existe una deslealtad en el nivel institucional por el cual muchas organizaciones que tienen su razón de ser en la defensa y protección de determinados intereses, casi se olvidan de ellos postergándolos de manera manifiesta a la propia supervivencia de la organización en cuestión, y consiguientemente a los intereses conjuntos de quienes la forman. Creo que los partidos políticos hoy son la mejor representación de este fenómeno, aunque sin duda no son los únicos. Haciendo un cierto paralelismo basta observar también la aceptación y tolerancia de muchas prácticas profesionales y empresariales por las que se atrapa al cliente (cuyos intereses se reitera que son lo primero) en relaciones de servicio en las que se busca mucho más la facturación que los intereses de este. A modo de ejemplo, ¿no es acaso desleal el que una empresa dedicada al asesoramiento en soluciones informáticas o productos financieros prime en la oferta a sus clientes aquello en lo que obtiene mejor comisión postergando el interés del cliente aun cuando este contrate a la empresa por la confianza que le merece para solucionar un problema o gestionar una situación? Lamentablemente estamos tan acostumbrados a que esto ocurra que hemos perdido la conciencia de que es una deslealtad inaceptable.

      Sin duda no hace falta alertar al lector acerca de la existencia de estos conflictos de agencia o lealtad. Pero si lo hago es porque, cuando discutimos y analizamos interiormente o en conversaciones el desarrollo y las acciones de las personas u organizaciones (y con claridad los partidos políticos), a menudo nos olvidamos de esta arraigada práctica y presumimos un actuar recto de las organizaciones y de las personas al servicio de los intereses que representan. Presencio muchas veces posiciones indignadas de personas incapaces de comprender por qué un partido político adopta una determinada posición. Es habitual oír que el partido (o el líder en cuestión) parece tonto, que no se entera de nada, que está equivocado y que no se puede comprender una determinada actuación. Ello ocurre porque nos olvidamos de los arraigados conflictos de agencia y deslealtades, y asumimos que la decisión se ha tomado en limpio beneficio de la causa o intereses representados. Basta considerar la posibilidad de que se esté produciendo dicha deslealtad para comprender con facilidad que lo que ocurre es que la decisión se ha tomado en base a intereses ocultos o torcidos.

      Por ello, aunque no suene bonito, mi recomendación es no asumir que los líderes de organizaciones e instituciones actúan siempre rectamente en defensa de los intereses que representan. Y por ello, cuando no podamos comprender alguna de sus actuaciones por parecernos estúpida, preguntémonos si es estúpida para quien lo que quiere es proteger más sus intereses particulares que los de la institución. Seguramente el simple planteamiento de la pregunta nos dará luz para comprender el porqué de las cosas y dinámicas que se dan en el entramado institucional de la sociedad. No miremos por tanto las cosas con ojos de bien o de mal sino con los ojos realistas de quien conociendo la realidad humana ha podido constatar la extendida práctica de estas deslealtades, a menudo poco conscientes por parte de quien las practica.

      Ya hemos visto que nos cuesta aceptar e integrar en nuestro pensamiento espontáneo el egoísta comportamiento humano propio de nuestra sutil programación para la supervivencia, que en un momento dado es lo que nos puede también llevar a la deslealtad y al conflicto de agencia. Para liberarnos del rechazo que nos puede producir el pensar mal del ser humano, recordemos que el objetivo de este libro no es hacer un juicio ni posicionarnos en uno u otro sentido, sino ayudar a observar y descifrar las fuerzas que mueven nuestro sistema para hacerlo lo más comprensible posible. Solo después entrará la conciencia de cada uno para actuar de una u otra forma en esa complejidad comprendida. Y ya, libres de cualquier ingenuidad buenista y con la sociedad mejor conocida, volver a actitudes positivas que den más peso a la bondad humana que a la maldad, que es mi opción de mirada al mundo y que creo que es también la elegida por parte de la mayoría de las personas.

      Las personas encontramos satisfacción en la ayuda «desinteresada»

      Pasemos a hablar de motivaciones humanas mucho más admirables y elevadas. Existe otra gran fuerza que mueve al hombre y de la que se suele hablar menos. Se trata de la ayuda o el servicio a los demás como factor de motivación y satisfacción. Es en gran medida una fuerza eclipsada por las múltiples muestras de voracidad consumista, de conquista y acaparamiento de riqueza, así como por nuestra educación, demasiado escorada en la práctica hacia estrategias para la competitividad frente a las dirigidas a la cooperación. Occidente combate sus miedos existenciales y temores sobre el futuro mediante la acumulación de dinero y tratando de ser mejor y más competitivo que los que nos rodean. Hemos sido educados de esa manera. Pero la ayuda a los demás como factor causante de muchas de las actuaciones del hombre es algo indiscutible e imborrable de nuestro sistema motivacional. Es además una de las más nobles vías de aquietamiento de muchos de nuestros desasosiegos.

      Se dice que la vida en las grandes ciudades se ha hecho muy fría y que las personas van a lo suyo con cierta deshumanización de las relaciones. No discuto ese fenómeno como algo muy extendido, y seguramente en el pasado los vecinos en los pueblos y ciudades eran más proclives a compartir los problemas y a prestarse ayuda mutua. Nuestras habituales actitudes utilitaristas y de competitividad y conquista nos llevan a que hoy gran parte de las ayudas que desinteresadamente nos prestamos unos a otros hoy se efectúen a través de sistemas organizados en forma de asociaciones, ONGs, voluntariados, etc., olvidándonos de prestar esa ayuda a nuestro vecino o familiar. Parece que nos gusta ayudar, pero haciéndolo con una etiqueta que nos facilite sentir que lo estamos haciendo desinteresadamente. Es en gran medida, y paradójicamente, el premio que buscamos, pues se trata de un interés más elevado, amoroso y espiritual que hace compatible e integra el bien de unos y otros.

      Son crecientes y manifiestas las muestras de acciones e intervenciones humanas basadas en la satisfacción que produce ayudar y servir. Baste para ello ver la felicidad de los misioneros o voluntarios que arriesgan su vida yendo a países peligrosos para educar a sus habitantes o para apoyarlos y procurarles salud, como en el caso de los médicos o personal sanitario. No tengo datos exactos, pero el número de personas que participan en voluntariados dirigidos a una u otra causa es muy creciente y, cada vez más, muchas de las operaciones y movimientos de bienes y servicios del mundo ya no se sustentan en un ánimo de lucro mercantil sino en una filosofía basada en la satisfacción o bienestar interior que nos procura el hecho de prestar ayuda desinteresadamente. Es cada vez mayor la tropa de voluntarios que dedican su tiempo en favor de terceras personas, grupos sociales o incluso el planeta entero (en el caso del tema medioambiental), y parece también incremental el número


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