Fuga y retorno de Teresa. Alfonso Crespo Hidalgo

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Fuga y retorno de Teresa - Alfonso Crespo Hidalgo


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con grandes maestros del Teresianum, en Roma. Aunque mejor que de reflexiones podríamos hablar de coloquios: hemos hecho hablar a Teresa, hemos dialogado con Teresa y con Teresa hemos hablado a Dios. Y a Dios hemos oído hablar desde la experiencia de Teresa. De toda esta conversación te ofrezco un resultado en forma de sinfonía literaria, con un leit motiv de fondo: Dios en la vida de Teresa.

      Comenzamos con un Preludio, en el que nos acercamos a su biografía, plasmada en el Libro de la vida, a la que la Santa llamaba «Mi alma». Sigue un Primer Movimiento, que expone, al hilo de los cuatro primeros capítulos del Libro, las andanzas de Teresa, toda una aventura que culmina con la entrada de «una soñadora en el convento». Un Segundo Movimiento, que abarca los siguientes cinco capítulos del Libro, nos adentra en el interior más denso de Teresa, en su profunda crisis, que culminará en una huida de la Santa y la ardua y dulce tarea de Dios de volver a enamorarla: la «fuga y retorno de Teresa». Y un epílogo en forma de Apoteosis final: «Vida de todas las vidas» es, ahora, Dios para Teresa.

      Desearía, querido lector, que este libro no solo te llevara a conocer algo más de esta insigne Santa, maestra del espíritu y de las letras. Teresa, contando su propia vida, quiere ejemplarizar para que todos aprendamos el camino y los recovecos por los que dejar a Dios entrar en nuestras vidas, eliminando escollos y trampas.

      Te invito a leer estas páginas releyendo tu vida y dialogando con el Dios de Teresa, «el Dios que nos busca». Abriendo la puerta de la oración, ayudado con la lectura de este Libro, estás invitado a contarle a Dios tu propia vida y cantar, también, las «mercedes que Dios ha hecho en ti».

      Preludio: Teresa y el Libro de la vida. «Mi alma»

      El inicio de una amistad siempre encierra una secreta seducción. El atractivo de la persona que concita nuestra empatía activa el deseo de conocerla. El conocimiento acrecienta el trato y surge, a veces, un deseo desbordado de querer desvelar lo más íntimo de la otra persona. Y no me basta lo que me dicen de ella. En lo profundo del corazón vibra el deseo de hacer experiencia propia.

      «Maestro, ¿dónde vives?». Fue la pregunta de aquellos discípulos de Juan que, ante la indicación del Bautista, dejaron a su primer maestro y dirigieron sus pasos, y después toda su vida, tras el Maestro de Nazaret (cf Jn 1,35-39). El relato evangélico nos narra cómo la mirada de Jesús se posó en ellos y les interrogó, no solo con palabras: «¿Qué buscáis?». No era una pregunta banal para romper una situación embarazosa: era un interrogante que ponía en cuestión toda una vida. La respuesta de los dos primeros discípulos, Andrés y «otro» discípulo, que oculta su nombre con humilde pudor, también desborda la limitación de una respuesta de compromiso: «Maestro, ¿dónde vives?».

      La secreta seducción de la mirada del nuevo Maestro provocó en los aprendices de discípulos una curiosidad desbordante: no se limitan a decir: ¿quién eres? ¿A qué te dedicas? ¿Cuál es tu programa? De lo íntimo de su corazón surge un anhelo más profundo: ¿dónde vives? O sea, cuál es tu mundo, tu tiempo, tu espacio, tu ocupación y tu vocación más íntima. Quiero saberlo todo de ti. La respuesta del Maestro de Nazaret fue contundente: «Venid y lo veréis».

      No ha habido un discurso que, con menos palabras, haya provocado un cambio tan radical de vida: Andrés y Juan, amigo fiel y futuro evangelista, «se quedaron con Él». No se trató solo de una visita de cortesía: se quedaron a vivir con él, haciendo un traslado no solo de casa sino de vida. La experiencia de aquel día fue tal que, curiosamente, uno de los protagonistas data la hora exacta de aquel encuentro: «Eran las cuatro de la tarde». La complicidad de este encuentro fue el inicio de una intensa amistad entre el Maestro y aquellos dos primeros discípulos que, desbordantes de entusiasmo, dijeron a sus amigos, y entre ellos a un tal Simón Pedro: «¡Hemos encontrado al Mesías!». El resto de esta historia la conocemos: la leemos con frecuencia en el Evangelio de cada día.

      El Evangelio no es solo historia de salvación; es, también, la historia de amistad entre el Maestro de Nazaret y sus discípulos: Juan, Pedro, Santiago, Andrés... Pero no es una historia de amistad acabada y cerrada en tiempo concluso y en círculo cerrado de protagonistas. Es una historia interminable de relaciones que se prolongan en el tiempo y el espacio. Y que contiene, a veces, páginas ejemplares cuando la mirada del Maestro se posa en un alma con tal profundidad que provoca que la amistad entre el Maestro y el nuevo discípulo llegue a cotas inefables: así ocurrió con Pablo de Tarso, a quien Jesús de Nazaret asaltó en el camino de su vida para convertirlo en apóstol tardío... dejándonos una rica literatura epistolar, en la que podemos desvelar cómo el Maestro se fue apoderando del discípulo hasta hacerle exclamar: «¡Para mí la vida es Cristo!» (cf Flp 1,21). Y con otros grandes santos que, a lo largo de los siglos, nos dejaron a su modo y a su estilo un testimonio escrito del nacimiento, el desarrollo, la crisis y la ascensión hasta la cúspide de este amor enardecido que provoca el Maestro en quien siente sobre sí su mirada divina.

      Uno de los más bellos relatos de esta experiencia de amistad entre Maestro y discípulo es el Libro de la vida de Teresa de Cepeda y Ahumada, la Santa de Ávila.

      Recordé unas palabras oídas en una conferencia sobre mística: «La obra genial de santa Teresa es teología narrativa, es decir, habla de Dios al hilo de unos hechos y no tanto según un esquema doctrinal. En la narración adquiere un puesto señero el acontecimiento de su conversión, que origina un nuevo comienzo en su trayectoria vital y una existencia nueva como monja». Me interesaba buscar este hecho en la vida de la Santa. Me preguntaba: ¿cuál fue el punto de inflexión, el momento decisivo del inicio de esta historia de íntima amistad entre Dios y Teresa? ¿Cuándo sintió Teresa de Ávila posarse sobre su vida la mirada del Maestro, esa mirada que la enamoró hasta hacerla suya? ¿Cómo vivió la Santa este encuentro que la cautivó? Y me atreví a preguntar a la protagonista: ¿cuál fue tu hora, Teresa?

      El Libro de la vida, como dice mi profesor, el P. Tomás Álvarez, «arranca de dos datos fundamentales: un testimonio personal y una tesis. La autora refiere su propio caso, para elevarse desde él a una lección universal». Este particular ensamblaje de «testimonio de la propia experiencia» y «doctrina y magisterio» caracteriza todos los escritos teresianos e impone a la autora un especial cuidado pedagógico: quiere decir lo que ella ha vivido; y, desde su propia experiencia, ejemplarizar en un apostolado suave de elevar el deseo de amar más en aquellos que la leyeren.

      Esta reflexión daba pleno sentido a mi búsqueda. Leyendo a Teresa no solo podría conocer mejor la propia experiencia de la Santa, sino que podría encontrar un modelo de cómo alentar, primero en mí y también en las personas que acompaño, el deseo del encuentro con Dios –en clave teresiana: «Dejarme encontrar» por Él–; y posibilitar la experiencia de sentir su mirada sobre mí, en mi hora decisiva, e iniciar una nueva vida, aspirando a decir: «¡También para mí la vida es Cristo!».

      Nos puede ayudar a abrir con devoción las páginas del Libro una consideración sobre el título del mismo: La vida o el Libro de la vida o La vida de la madre Teresa de Jesús y algunas de las mercedes que Dios le hizo, escritas por ella misma por mandato de su confesor, a quien lo envía o dirige. Todos estos títulos podemos encontrar en sus diversas ediciones. Pero la Santa no dio título alguno al libro. Lo llamaba: «Mi alma», para indicar la relación honda y entrañable entre el escrito y la autora. Teresa, en el Libro que escribió por mandato, había volcado su alma: alma fría y titubeante, calculadora en la entrega, en los comienzos y que terminó siendo alma ardientemente enamorada. Esta mujer austera no se quiso embellecer por otro adorno que por su propia obra, a la que con afecto cómplice llamaba «su joya».

      La «microhistoria» del Libro

      La historia, maestra de vida, también puede ayudarnos a entusiasmarnos con la lectura del Libro de la vida. La intrahistoria de este libro nos puede parecer novelesca o fantasiosa. Tomemos el Libro en nuestras manos: es un humilde cuaderno, modestísimo en todo, menos en su contenido. Escrito en tamaño parecido a nuestro DIN A4, contiene un total de 225 folios, siendo los folios autógrafos 205; los otros son añadidos, como el voto de censura del P. Báñez y varios folios en blanco.

      Los primeros años del Libro no fueron fáciles. Lo escribió, en su segunda redacción, en el convento recién fundado de San José


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