Ideas feministas latinoamericanas. Francesca Gargallo Celentani

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Ideas feministas latinoamericanas - Francesca Gargallo Celentani


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entre los movimientos juveniles mixtos donde las relaciones desiguales entre los géneros se diluyen en el nuevo discurso oficial interiorizado de que «las mujeres y los hombres tenemos los mismos derechos, somos iguales».

      No es casual que en 2010, después de 18 años, en Zacatecas se reunieran las más diversas feministas en un encuentro nacional: indígenas, lesbianas, feministas históricas, jóvenes feministas, periodistas, artistas de diversos estados y muy diferentes formas de organizarse, se conocieron por fin y debatieron abiertamente, sin la dictadura de líneas de reflexión decididas desde las ONG más poderosas, aunque en un recinto muy institucional, proporcionado por una gobernadora que no se atrevió a postular la despenalización del aborto en su estado.

      En los últimos siete años, aun el muy diverso feminismo de los pequeños grupos se ha visto obligado a hacer frente al incremento de los feminicidios (400 por ciento). Importantísimas son sus reflexiones acerca de la crueldad cada vez más descarnada que se ejerce contra los cuerpos y la vida de las mujeres víctimas de violencia doméstica y de violencia en la trata, el secuestro, la desaparición, la prostitución y, aunque sigue siendo menor que entre los hombres, el aumento en las actividades punitivas de estado, en particular la intensificación de los encarcelamientos y de la represión física de sus movimientos. Parecería que hoy en México las mujeres jóvenes y pobres tienen mayor posibilidad de ser asesinadas, mientras los hombres jóvenes y pobres han incrementado sus posibilidades de ser encarcelados. Gajes de la suma de sexismo y criminalización de la protesta.

      Muchísimos grupos de feministas de características no institucionalizadas, reciban o no pequeños financiamientos, que hayan cursado o no estudios en los centros y programas de estudio de género de las universidades públicas y privadas y de las ONG que promueven talleres de «liderazgo de las mujeres», se están reuniendo en torno a la temática de la violencia misógina en su expresión más descarnada: el feminicidio. Superar el pánico de ser mujer y poder vivir con la violencia es en la actualidad una actividad feminista de autoconciencia y práctica de autocuidado. Estos grupos, aunque pequeños, contienen a las sobrevivientes, dialogan sobre los estragos de la violencia misógina en su emotividad, discurren acerca de su cuerpo expuesto a la violencia sexual y a la violencia estética, cuestionan las miradas que construyen su sumisión y las definiciones legales que las relegan al papel impotente de víctimas. Asumen que las experiencias generacionales han construido formas de hacer política que en ocasiones entran en conflicto, que intentan superar enfrentándolo, aunque no siempre lo consigan, debido a verdaderos enfrentamientos intergeneracionales que no logran diluir, aunque sepan que son fruto de separaciones entre mujeres que provienen del mundo patriarcal. Actúan en colectivos pequeños y se reúnen en ocasión de la denuncia pública, así como estrechan relaciones de profunda empatía con los grupos de madres y familiares de las víctimas de feminicidio, trata, desaparición, y confrontan desde al estado hasta a las feministas oficiales que prefieren obviar la urgencia de una alerta en relación con la condición de las mujeres en México. En particular en algunos casos de feminicidio, los grupos más encumbrados del feminismo institucional han llegado a cuestionar que colectivos autónomos de feministas persiguieran el castigo de un asesino por ser hijo de una feminista de renombre, en un caso; hermano de un diputado de un partido de izquierda, en otro; el hijo de una poeta muy querida, en otro más.

      Es interesante subrayar, por último, que las feministas de pequeños grupos y colectivos se acercan y alejan de organizaciones mixtas de pacifistas y personas que buscan modos alternativos de relación de colectivos, de grupo e individuales, con respecto a las formas jerárquicas de género. En particular, el feminismo más joven, que todavía no tiene una producción escrita que se haya publicado, inserta en su reflexión convicciones ecologistas, mientras se afirma antirracista y anticlasista.

      Ante todas estas realidades feministas, apenas esbozadas en la reflexión de estos últimos siete años, agradezco a la editorial de la UACM, universidad popular y de alta calidad intelectual en la que trabajé durante 12 años, que me haya acompañado en la reflexión sobre los feminismos del continente durante tres ediciones. Nunca olvidaré que la UACM me facilitó un año sabático en 2010-2011 para terminar un viaje por Nuestra América durante el que corroboré mucha de la información sobre el actuar como mujeres organizadas para nuestra liberación, que redunda obviamente en la liberación de la sociedad toda. Tampoco que el trabajo de campo para reunir los materiales y organizar la Antología del pensamiento feminista latinoamericano para la Biblioteca Ayacucho (trabajo todavía en prensa) se haya realizado con las alumnas y participantes del seminario permanente de feminismos nuestroamericanos de la maestría en derechos humanos de nuestra alma máter, y sus colegas en todos los países de nuestro continente.

      Francesca Gargallo Celentani,

      ciudad de México, 10 de julio de 2013

       Preámbulo

      Una pregunta deambula, siempre presente pero poco tangible, como un fantasma por estas páginas. Una pregunta vaga y una pregunta íntima: ¿por qué?

      ¿Por qué, en la década de 1990, el feminismo latinoamericano dejó de buscar en sus propias prácticas, en su experimentación y en la historia de sus reflexiones, los sustentos teóricos de su política? ¿Por qué aceptó acríticamente la categoría gender-género para explicarse y la participación en «políticas públicas» como solución a la crisis del movimiento, según lo exigía la cooperación internacional? ¿Por qué se relaciona con la pérdida repentina de la criticidad y de la radicalidad feminista latinoamericana y se acompaña con el descrédito del activismo como instrumento de conocimiento de la propia realidad y del cambio democrático?

      No soy una socióloga, soy una historiadora de las ideas: que el feminismo latinoamericano, buscando fondos para sostener e impulsar actividades de apoyo a las mujeres, no se dio cuenta de cómo era reciclada su autonomía, mediante la dependencia económica de los financiamientos provenientes de las grandes instituciones internacionales y de la cooperación de partidos políticos y de los estados, es una explicación que no termina de convencerme, aunque sea en parte cierta1. Hay algo más, algo que recogí de mis propias dudas y de los malestares intelectuales y vitales de otras: filósofas, sociólogas, economistas y, también, jóvenes mujeres atraídas por el componente libertario de la comunidad entre mujeres del feminismo, y algo asqueadas por las prácticas de esas expertas en políticas de género, perdidas en la elaboración de informes, privadas de su autonomía de pensamiento y limitadas en sus cuestionamientos al orden vigente: mujeres que fueron feministas y ahora están perdidas de sí, fuera de sí, fuera de su historia.

      En la década de 1990 ya se había cumplido la readecuación tecnológica que se inició con la gran crisis del capitalismo de 1973 y que llegaría a rediseñar el mapa del poder en el mundo a través de la modificación de los paradigmas industriales de producción; a la vez, se habían asentado los conceptos de mercado y democracia como mecanismo de control político y económico mundial, y se fortalecía la validación ideológica de la globalización, que en la década de 1980 hizo creer al poder hegemónico que podría avanzar sin fin. A la vez, esta década demostró que la validación del poder militar sería un eje del derecho de quien lo dominara. La nueva economía de mercado, que se centra en la producción de ganancias, de acuerdo con las nuevas pautas tecnológicas, dio validez a una militarización que apuntaría a blancos ecológicos impensables dos décadas antes, para controlar militarmente lo espacial (cielo, mar y tierra), así como los legados históricos de cada pueblo y cada comunidad (seguramente excluidos de la historiografía oficial, pero no de la conciencia de resistencia de los pueblos y colectivos autónomos).

      En la década de 1990, los golpes recibidos por las posiciones ideológicas y políticas críticas al capitalismo no habían sido asimilados; las feministas —como muchos otros colectivos— estaban desmoralizadas y su línea mayoritaria se dejó seducir por las promesas de la democratización funcional capitalista. No obstante, se estaban gestando la voz de antiguos movimientos y nuevas reflexiones acerca del poder destructivo del capitalismo globalizado que demostrarían una vez más que el poder avanza hasta donde puede, es decir, que los sujetos históricos concretos constituyen uno de sus límites: en 1994, el movimiento indígena zapatista y, en 1999, el surgimiento de un movimiento mundial contra la globalización


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