100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй Олкотт

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100 Clásicos de la Literatura - Луиза Мэй Олкотт


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son, cormo quiere Aristóteles en el tercero del Alma.

      Que, conforme a la maldad del alma, he visto tres horribles enfermedades en la mente de los hombres. Es la una causada por natural jactancia, porque son muchos los presuntuosos que creen saberlo todo; y de aquí las cosas inciertas como ciertas las afirman; lo cual abomina Tulio, más que nada, en el primero de los Offici, y Tomás en su Contra gentiles, diciendo: Hay muchos tan presuntuosos de su ingenio, que creen poder medir todas las cosas con su opinión, estimando verdad cuanto a ellos les parece tal, y falso lo que no creen». Y de aquí acaece que nunca logran doctrina, creyéndose suficientemente adoctrinados por sí mismos, nunca preguntan, no escuchan, desean ser preguntados, y, una vez que se les ha hecho la pregunta, contestan mal. Y de éstos dice Salomón en los Proverbios: ¿Visteis al hombre rápido en responder? De él se ha de esperar más bien estulticia que discreción. La otra tiene por causa la natural pusilanimidad, que hay muchos tan vilmente obstinados, que no pueden creer que ni ellos ni otros puedan saber las cosas; y estos tales nunca investigan por sí, ni razonan, ni se curan de lo que otro dice. Y contra éstos habla Aristóteles en el primero de la Ética, diciendo que «hay pocos atentos a la filosofía moral». Éstos viven siempre groseramente, como bestias, desesperados de toda doctrina. La tercera tiene por causa la liviandad de naturaleza; porque hay muchos de tan liviana fantasía, que en todas sus argumentaciones se dejan llevar, y antes de silogizar ya han deducido, y de una conclusión van trasvolando a otra, y les parece que argumentan muy sutilmente, y no se mueven de ningún principio, y así ninguna cosa ven verdadera en su fantasear. Y de éstos dice el filósofo que no hemos de cuidarnos ni tener trato con ellos, diciendo en el primero de la Filosofía que contra el que niega los principios «no se debe discutir». Y de estos tales hay muchos idiotas que no saben el abecé, y querrían discutir de Geometría, de Astrología y de Física.

      Y conforme a la maldad, o defecto de cuerpo, puede no estar sana la mente, ya por defecto de algún principio de nacimiento, como los mentecatos; ya por alteración del cerebro, como los frenéticos. Y de esta enfermedad de la mente trata la ley cuando el Inforziato dice: «En el que hace testamento se requiere en el tiempo en que el testamento hace sanidad de cuerpo, no de mente». Por lo que es manifiesto a aquellos intelectos sanos que no están enfermos por maldad de ánimo o de cuerpo, sino libres y expeditos para la luz de la verdad, que la opinión de la gente que se ha dicho es vana, es decir, sin valor.

      Después añade que yo también los juzgo falsos y vanos, y así pues, los repruebo; y esto hago cuando digo: Y yo también por falsos los repruebo. Y después digo que se ha de mostrar la verdad; y digo que hay que demostrar qué es nobleza y cómo se puede conocer al hombre en que reside; y digo esto en: Y decir ora quiero, cual lo siento.

      XVI

      «El rey se alegrará en Dios, y serán alabados todos aquellos que juran en él, porque cerrada está la boca de los que hablan cosas inicuas». Estas palabras puedo anteponer aquí, porque todo verdadero rey debe amar más que nada la verdad. Y así está escrito en el libro de la Sabiduría: «Amad la luz de sabiduría, vosotros los que presidís a los pueblos»; y la luz de la sabiduría es la propia verdad. Digo, pues, que por eso se alegrarán todos los reyes, porque se ha reprobado la falsa y dañosísima opinión de los hombres malvados y engañados, que de nobleza han hablado inicuamente hasta ahora.

      Es menester proceder a tratar la verdad, conforme a la división hecha más arriba en el tercer capítulo del presente Tratado. Esta segunda parte, pues, que comienza: Digo que toda virtud principalmente se propone determinar la nobleza según la verdad; y esta parte se divide en dos: en la primera de las cuales quiérese mostrar lo que la nobleza es, y en la segunda, como se puede conocer a aquél donde reside; y comienza esta segunda parte: Hay nobleza donde quiera que hay virtud.

      Para entrar con perfección en el Tratado, se han de ver primeramente dos cosas. Una es lo que por la palabra nobleza se entiende, considerada simplemente; la otra es el camino por que se ha de ir para buscar la definición susodicha. Digo, pues, que si queremos considerar la manera común de hablar, por la palabra nobleza se entiende perfección de la propia naturaleza en toda cosa. Así pues, no sólo al hombre se atribuye, sino también a las cosas todas; porque el hombre dice noble piedra, noble planta, noble caballo, noble halcón, a todo aquello que sea perfecto por naturaleza. Y por eso dice Salomón en el Eclesiastés: «Bienaventurada la tierra cuyo rey es noble», que no quiere decir sino «cuyo rey es perfecto, según su perfección de alma y de cuerpo»; y también lo manifiesta en lo que antes dice, al decir: ¡Ay de ti, tierra, cuyo rey es párvulo por su edad, mas por sus costumbres desordenadas y por defecto de vida!», como enseña el filósofo en el primero de la Ética. Hay algunos necios que creen que con la palabra noble se entiende el ser de muchos conocido y nombrado; y dicen que procede de un verbo que significa conocer, es decir, nosco; mas esto es sobremanera falso. Porque, si así fuese, aquellas cosas que más nombradas y conocidas fuesen en su género, más nobles en su género serían;. y así la aguja de San Pedro sería la piedra más noble del mundo, y Asdente, el zapatero de Parma, sería más noble que ninguno de sus ciudadanos, y Albuino della Scala sería más noble que Guido da Castello di Reggio; cosas éstas falsísimas todas. Y, por, lo tanto, es falso proceda de conocer, sino que procede de no vil; y así noble es como no vil. Esta perfección pretende el filósofo en el séptimo de la Física, cuando dice: «Toda cosa es sobremanera perfecta, cuando logra y añade en virtud propia»; y entonces es sobremanera perfecta conforme a su naturaleza. Así pues, puede decirse, perfecto el círculo cuando es verdaderamente círculo, es decir, cuando añade su propia virtud; entonces está en toda su naturaleza y entonces se puede decir círculo noble. Y acaece esto cuando en el lugar hay un punto que diste igualmente de la circunferencia. Pierde su virtud el círculo que tiene figura de huevo, y no es noble, como tampoco que tiene casi figura de huevo, y no es noble, como tampoco que tiene casi figura de luna llena, porque no está en él perfecta su naturaleza. Y así se ve manifiestamente que generalmente esta palabra Nobleza significa en todas las cosas perfección de su naturaleza, y esto es lo primero que se busca, para mejor entrar en el Tratado de la parte que nos proponemos exponer. En segundo lugar, hemos de ver cuál es el camino para encontrar la definición de humana nobleza, que el presente proceso se propone. Digo pues, que como quiera que en todas aquellas cosas de la misma especie, como son los hombres, no se puede definir su inmejorable perfección por los principios esenciales, es menester definir y conocer aquélla por sus efectos, y por eso se lee en el Evangelio de San Mateo, cuando dice Cristo: «Guardaos de los falsos profetas; por sus frutos los conoceréis». Y por el camino derecho se ve esta definición, que se va buscando por los frutos, que son virtudes morales e intelectuales, las cuales siembra nuestra nobleza, como en su definición se manifestará plenamente. Y éstas son las dos cosas que era menester ver, antes de proceder a otras, como se dice en el capítulo de más arriba.

      XVII

      Luego que se han visto las dos cosas que parecía conveniente ver antes de proceder con el texto, hemos de seguir con éste; y dice y comienza así: Digo que toda virtud principalmente procede de una raíz, virtud entiendo, que hace al hombre feliz en su ejercicio; y añade: Es éste (según la Ética dice) un hábito de elección; exponiendo la definición de la virtud moral, según la define el filósofo en el segundo de la Ética. En lo cual se entienden dos cosas: una, es que toda virtud proceda de un principio; la otra, es que estas virtudes todas sean las virtudes morales de que se habla, y esto se manifiesta al decir: Es ésta, según la Ética dice. Donde se ha de saber que nuestros frutos más propios son las virtudes morales, porque están por doquier en nuestro poder, y son diversamente distinguidas y enumeradas por los filósofos. Mas como quiera que allí donde abrió la boca la divina opinión de Aristóteles me pareció que debía dejarse a un lado toda otra, siendo mi intención decir brevemente cuáles son éstas, según su opinión, seguiré hablando de ellas. Once son las virtudes enumeradas por el filósofo.

      La primera se llama Fortaleza, la cual es arma y freno para moderar nuestra audacia y temeridad en las cosas que son corrupción de nuestra vida.

      La segunda es Templanza, la cual es regla y freno de nuestra gala y de nuestra excesiva abstinencia en las cosas que nuestra vida conservan.

      La tercera es Liberalidad, la cual es moderadora de nuestro dar y recibir las cosas temporales.

      La


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