Diamantes para la dictadura del proletariado. Yulián Semiónov

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Diamantes para la dictadura del proletariado - Yulián Semiónov


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preguntó:

      —¿Tiene algo publicado?

      —¡Es incapaz de escribir dos líneas! Un charlatán. Y si hay alguien aquí que sea agente de la Checa, ese es él, se lo aseguro.

      El escritor Nikándrov —alto, venoso, destacable— entró en el pequeño semisótano cuando ya había oscurecido.

      —¿Quién es? —preguntó el francés al momento.

      —Leonid Nikándrov, literato.

      —¿También sin talento?

      —A ver cómo se lo explico… Ensayos, novelas cortas sobre historia antigua, investigaciones sobre Pedro el Grande… No es combativo, no es para nada combativo.

      El francés se presentó él solito a Nikándrov, le pidió que le dejara hacerle una breve entrevista.

      —Tome asiento.

      Malhumorado, Nikándrov accedió.

      —Pero que su compañero se vaya a esperar a otra mesa.

      —Conoce la ciudad, es lo único por lo que utilizo sus servicios —respondió Blenner y, girándose apenas, dijo en voz alta—: Misha, hoy no lo retengo más, gracias.

      Misha, obsequioso, se despidió del francés y fue a sentarse a otra mesa: una donde armaban ruido los poetas.

      —Tengo varias preguntas que hacerle, ciudadano Nikándrov. Me gustaría saber quién tiene, en la Rusia actual y en su opinión, más talento en la literatura, en la pintura, en el teatro.

      —En la literatura, yo —sonrió Nikándrov. Y esa sonrisa hizo de su cara venosa y tensa algo completamente diferente: sincera, de una bondad torpe—, si quiere la verdad. Aunque en principio debería responder que Bunin, Gorki y Blok.

      —Bunin está en París y a mí me interesa Rusia.

      —Ya puede estar Bunin en África, que solo pertenece a Rusia.

      —¿Cree usted que Bunin quiere pertenecer a esta Rusia?

      —¿Y está usted convencido de que esta Rusia seguirá siendo siempre así?

      —No estoy preparado para dar una respuesta, aunque solo sea porque no he leído las obras de Bunin y lo conozco solo de oídas.

      —Verá, a usted le interesan los literatos rusos como figuras dentro de un sistema político, ¿no? Entonces nuestra conversación no va a funcionar.

      —Mentiría si le dijera que no me interesa el sistema político. Pero tengo vivo interés en las bellas letras.

      —Pues a mí no me interesan las bellas letras. Yo pertenezco a la literatura.

      —¿Dónde puedo comprar sus libros?

      —No me publican mucho por aquí…

      —Estoy dispuesto a ayudarlo para que lo publiquen en París.

      Nikándrov miró atentamente al francés y respondió:

      —Pues se lo agradezco, si es que está hablando en serio.

      —Estoy hablando en serio… Antes de que pasemos a sus creaciones, me gustaría preguntarle por aquellos a los que usted valora en el mundo de la pintura.

      —Tenemos mucha gente con talento. Lentúlov, Martirós Sarián, Konchalovski, Maliavin… Es imposible nombrarlos a todos… Konstantín Korovin, ¡Nésterov!

      —Gracias a Dios. —El francés esbozó una amplia sonrisa—. Es usted el primer ruso que me dice que hay talento en Moscú.

      —¿A quién ha conocido usted? No tiene sentido hablar con esa panda. —Nikándrov señaló con la cabeza a los visitantes del comedor—. Auténticas alimañas. Peores que los comisarios, al menos estos saben lo que hacen, mientras que esos de ahí se limitan a gruñir desde la puerta. Levántales la voz, que se esconderán con el rabo entre las piernas. Eso sí, bien que dicen: «Aquí no hay nadie de talento»…

      —¿Es difícil la vida para los que lo tienen?

      —¿Y dónde es fácil? Es complicado tener talento, claro, dado que este siempre busca su propia verdad, y la verdad… está siempre en su interior, en su visión del mundo.

      —¿Usted no está de acuerdo con Marx cuando dice: «El hombre no es libre de la sociedad»?

      —No. El hombre nace libre: nadie lo ha despojado de su derecho a disponer de su vida según su propio parecer.

      —Se han establecido ciertas limitaciones al respecto: a los infelices suicidas no se los entierra en los cementerios, sino fuera.

      —Después de mí, el diluvio.

      —Yo pensaba que un literato pensaba ante todo en sus conciudadanos.

      —Dejemos que el literato piense en sí mismo. Pero que sea honrado hasta el fin. Esto sí que es una buena enseñanza para sus conciudadanos, ya verá.

      —Con ese talante, ¿le cuesta vivir aquí?

      —Me cuesta vivir aquí. Pero no por talante.

      —¿Tiene intención de abandonar Rusia?

      —Sí, estoy haciendo gestiones para conseguir el pasaporte.

      —Si me da sus manuscritos, puede que para cuando usted llegue ya esté listo el libro…

      Nikándrov se puso de pie:

      —Vámonos de este burdel…

      En la calle soplaba un viento gélido.

      —En ninguna capital del mundo existe un cadalso tan cómodo y bonito como el de Moscú. ¿Sabe qué es el Lugar Frontal? Es donde cortaban cabezas. Fíjese, se han escrito tomos y tomos sobre la crueldad en la historia del Gobierno ruso, pero en tiempos de Iván el Terrible y de Pedro el Grande se ejecutó a menos gente que hugonotes despacharon ustedes en París en una sola noche —continuó Nikándrov—. Asustamos con nuestra crueldad, pero, en re alidad, somos buenos. Ustedes, los europeos ilustrados, no abren la boca sobre la crueldad, pero sí que han sido crueles: así es como llegaron a la democracia. Mientras que solo en Rusia es posible que Zasúlich disparara a un general de la policía y que se la justificara en un juicio soberano… Somos… ¡euroasiáticos! Primero los tártaros se cobraron tributos y violaron a nuestras madres, de ahí que tengamos tantos apellidos tártaros: Baskákov, Yamschikov, Yasákov; y de ahí también nuestro repiqueteo blasfemo que tanto gusta a Occidente, pues, cuando están furiosos, no van más allá de mencionar el trasero. Después, a este gran pueblo que anduvo de los varegos a los griegos lo empezaron a gobernar zarinas alemanas. Ni un solo pueblo del mundo ha sido tan dulce ni ha estado tan entretenido apreciando su historia como el mío; mire, Borodín escribe la ópera El príncipe Ígor, donde al invasor Konchak se le representa como un hombre lleno de nobleza, bondad y fuerza. Y esto no disminuye la belleza espiritual de Ígor, ¡sino todo lo contrario! O tome a Pushkin… Escribió unos epigramas contra el soberano, estuvo bajo el incesante control de los gendarmes, confraternizó con los decembristas, pero fue el primero en glorificar la represión del levantamiento revolucionario polaco… ¿Por qué? Porque cada uno de nosotros es una esfinge y adivinar cómo va a continuar cada caso es completamente imposible y peligroso.

      —¿Por qué peligroso?

      —Porque cada adivinación supone crear una concepción opuesta. Pero ¿y si no coincide? ¿La concepción ya se ha formulado? ¿Rusia ha hecho la finta de turno? Entonces, ¿qué? Al momento ustedes agarrarían sus zepelines, esos Bertas tan grandes que tienen y los gases serán tres veces peores…

      —Comprendo su odio por su pueblo, suele pasar, pero ¿qué pintamos aquí nosotros? ¿Por qué nos maldice también a nosotros?

      —Bueno, ya ve cuánto nos cuesta hablar… Yo quiero a mi pueblo y estoy dispuesto a entregar la vida por él. Y a ustedes no los maldigo; nuestra lengua es así: fraseológica, emocional, como quiera usted llamarla, pero no


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