Jacques Derrida y Nicanor Parra. Paula Cucurella

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Jacques Derrida y Nicanor Parra - Paula Cucurella


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comparecemos como ante la ley, se encuentra protegido y validado por guardianes que pueden ser otros autores y autoras, editoriales, archivistas, bibliotecarios, etc. Estos guardianes forman parte de la institución de validación que hace posible la ley literaria, es decir, la pretensión de que hay algo llamado “literatura” que constituye una categoría a la cual un texto puede pertenecer, y que es expresada a través del texto, a través del estilo, a través de forma y contenido. Si bien es cierto hay ciertas marcas genéricas (tales como el título, el objeto libro, el sistema y la economía de las editoriales, etc.) que al estar presentes en un texto lo inscriben en una cierta tradición, estas marcas no son exclusivas a ningún género y a ninguna tradición. Un texto puede pertenecer a diversos géneros al mismo tiempo, es decir que nada impide que un texto pueda ser reinterpretado en el futuro en claves que no fueron intencionalmente incorporadas por el/la autor(a) al momento de escribir y publicar el texto.

      En Force de Loi. Le ‘Fondement mystique de l’autorité’, Derrida se refiere a la fuente de la cual la ley extrae su poder, y nos advierte del peligro de asumir que el poder que le permite a la ley actuar con fuerza de ley deriva de su relación a la justicia. La justicia no es la fuente del poder de la ley, y la ley no es una expresión de la justicia (Derrida 1994a, 30). La justicia en este texto, al igual que la ley en la parábola de Kafka, también aparece como el significado ausente en la cadena significante.

      El significado de la palabra justicia no es claro cuando ponemos esta palabra en diálogo con las reglas que sancionan los bordes y organizan el canon literario y la institución literaria.

      Pues, ¿qué podría significar aplicar una regla sin contenido de una manera justa? Derrida no sigue el derrotero de esta pregunta en Force de Loi, y es probable que lo más cercano a una discusión de la relación entre la ley literaria y la justicia entre los textos publicados de Derrida sean algunas de las respuestas que él da en la entrevista que le hace Derek Attridge, “Cette étrange institution qu’on apelle la littérature”. En esta entrevista Derrida se refiere a la relación entre democracia y literatura: “La institución de la literatura en el Occidente, en su forma relativamente moderna, está asociada a una autorización a decirlo todo, y sin duda también al devenir de la idea moderna de la democracia” (Derrida 2009, 257).

      Derrida no está intentando sugerir que la literatura dependa de la democracia, pero en la medida en que la institución literaria como forma institucionalizada de ficción ha internalizado una de las premisas claves de la democracia, el desarrollo de estas dos instituciones ocurre de modo paralelo en la modernidad. No obstante, esta relación entre democracia y literatura no tiene otras implicaciones, la literatura no es expresión de la democracia: la autoridad de la ley literaria no tiene nada que ver con la justicia; la relación entre ley y justicia no es necesaria; y no es de la justicia de donde la ley obtiene su poder.

      La ley literaria obtiene su poder a partir de tres pasos simultáneos fundamentales a la constitución de la economía literaria: primero, el establecimiento y la validación de la ley a partir de sus representantes. Segundo, el diferimiento de la ley —es decir de su presentación— a través de sus representantes. Y, tercero, la validación de los representantes que validan la ley (personas, textos, instituciones, etc.). La institución de la ley literaria describe una lógica circular. Ninguno de estos pasos ni el círculo que describen en su mutua interdependencia tiene en vistas instituir alguna forma de justicia, ni tampoco asegurarse de que los trabajos validados en este proceso son una muestra representativa de la diversidad de la producción literaria vigente.

      En vistas a que el origen de la autoridad, la fundación o el fundamento, la posición de la ley no se puede por definición apoyar en nada más que en sí mismas, ellas son en sí mismas una violencia sin fundamento. (Derrida 1994a, 34)

      “El fundamento místico de la autoridad” quiere decir que el crédito injustificado que le damos a la autoridad es una forma de fe. Crédito y fe describen nuestra relación a la autoridad y a la fuente de su poder (Derrida 1994a, 30). La inscripción e institución de estas leyes, en tanto “injustificadas” o justificadas solo en ellas mismas, es siempre una operación violenta y arbitraria, independientemente si las leyes mismas hayan sido diseñadas para aminorar algún tipo de violencia. Esta es la violencia del origen y la violencia en el origen; este origen es una forma de imposición. Decir que la ley tiene un fundamento místico y un origen religioso no es muy distinto a decir que la donación de poder de la asumida justicia en el corazón de la ley tiene lugar como ficción, no obstante, la virtualidad de este origen no lo hace necesariamente menos efectivo. La situación del campesino en la parábola de Kafka puede servir de ejemplo.

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      Para evaluar de manera crítica los principios promovidos por la institución literaria es necesario recordar el sistema virtual que la sostiene y la arbitrariedad de la fuente de su autoridad, es decir, es necesario desechar cualquier fantasía de neutralidad. Al reforzar la autoridad del canon literario estamos contribuyendo a la imposición de una ley que no es necesariamente justa no obstante puede que parezca justa y universal en vistas al acuerdo común y la tradición que la sostiene. La falacia de la tradición se encuentra a la base de nuestra defensa de las formas instituidas de enseñar literatura, de leer y escribir sobre literatura, de hacer literatura y de publicar literatura. Hoy en día existe más claridad respecto a la necesidad de incluir minorías en una tradición que históricamente las ha excluido o ignorado. No obstante, el lugar que se le da a estas minorías es suplementario y periférico, es una adición que no pone en cuestión la organización del centro —el espacio que legisla—, y su inclusión no resulta necesariamente en una revisión de las ideas que han constituido el centro del espacio literario como tal. Por esta razón, la inclusión de lo minoritario que sucede de vez en vez no es una garantía de que exclusiones similares no seguirán ocurriendo en el futuro bajo formas distintas, exclusión


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