Humanos, sencillamente humanos. Felicísimo Martínez Díez

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Humanos, sencillamente humanos - Felicísimo Martínez Díez


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no todo es optimismo sobre la propuesta de la «singularidad tecnológica». La teoría es ampliamente debatida entre los científicos. Las cuestiones más discutidas giran en torno a dos asuntos. En primer lugar, la viabilidad de los progresos científicos y los desarrollos tecnológicos que auguran sus defensores. Ya hay experiencia de algunos programas de investigación que se las prometían muy felices y, sin embargo, se han suspendido, por inviables o por inconvenientes. En segundo lugar, está el debate sobre las posibles consecuencias de esa singularidad tecnológica para la humanidad. En caso de que sea viable, ¿será conveniente éticamente? ¿Supondrá una verdadera mejora humana?

      Según los defensores de la teoría de la singularidad, el desarrollo de la ciencia y de la tecnología será tan veloz en un cierto momento que resultará imposible a la mente humana seguir su ritmo. Esto se convertiría en un verdadero problema psicológico para la humanidad. La velocidad es un rasgo esencial de la singularidad. Como consecuencia de esta singularidad tecnológica, aparece otra diferencia substancial entre la evolución natural y el progreso pronosticado por el transhumanismo. Es la diferencia en el ritmo de ambos procesos.

      Ch. Darwin definió la evolución como un proceso de «pasos lentos, cortos y seguros» (Ch. Darwin, On the Origin of Species by Means of Natural Selection, Londres 1859, p. 158). Cuando los científicos hablan de la evolución siempre nos hablan de millones y millones de años, hasta el punto de que a la mayoría de las personas nos resulta imposible imaginarnos esos períodos de tiempo tan largos. Por el contrario, el progreso científico-técnico pronosticado por el transhumanismo se caracteriza por la rapidez, la velocidad y, por consiguiente, una cierta inseguridad.

      A la mayoría de las personas hoy nos resulta prácticamente imposible seguir el ritmo de los descubrimientos científicos y de los desarrollos tecnológicos. A pesar de todos los medios de los que disponemos, no somos capaces de mantenernos al día en la información. Pero lo más grave de la situación no se refiere a la información, sino a la asimilación. La velocidad del desarrollo científico y técnico es tal que nos resulta imposible asimilar psicológicamente las posibles consecuencias del mismo. Mi padre, hombre de cultura absolutamente rural, lo solía decir de forma muy directa contemplando algunos programas de la televisión: «Nos vamos a volver locos con tantas máquinas».

      En este sentido el transhumanismo toma notable distancia de las teorías de la evolución. La evolución natural y el progreso científico-técnico se desenvuelven a muy distintas velocidades. Es como comparar la velocidad de las viejas carretas de bueyes con la velocidad de los aviones de última generación. Y quizá se trata de una comparación demasiado suave.

      El progreso científico-técnico es probablemente el factor más decisivo para esa cultura que hoy se denomina «cultura de la aceleración». La aceleración que fue siempre definida como un fenómeno físico es considerada hoy como un fenómeno cultural. Vivimos una cultura de la aceleración. La era digital es en buena parte responsable de esta aceleración que caracteriza nuestro vivir o nuestro sinvivir. Es un fenómeno paradójico. Las nuevas tecnologías parecen pensadas y diseñadas para facilitarnos la vida ahorrándonos tiempo y esfuerzo. Sin embargo, han terminado por robarnos nuestro tiempo y, como consecuencia, conducen nuestra vida cada vez a una mayor aceleración, sobre todo a una mayor aceleración psicológica. No tenemos tiempo ni sosiego, porque hay que estar pendientes del mensaje que nos llega y para el que se espera una respuesta inmediata.

      Vivimos en la cultura de la aceleración. Hoy todo tiene que ser rápido y al momento: la comida, el trabajo y hasta el descanso. Se trata de una aceleración tal que desborda el ritmo normal y la capacidad promedio de la psicología humana y de la ética disponible. Sin asimilarlo, nos vamos acostumbrando de forma inconsciente a un ritmo de vida acelerado. En un Congreso de Pastores se programó un desayuno lento para que los asistentes se ejercitaran en la comida lenta (slowfood), para que aprendieran a controlar ese ritmo acelerado que se refleja en las comidas rápidas (fastfood). El desayuno duró dos horas más o menos. Para la mayoría de las personas fue un ejercicio difícil de soportar, porque lo consideraban una pérdida de tiempo o, más probablemente, porque no soportaban psicológicamente un ejercicio de sosiego. La cultura de la aceleración está configurando nuestras vidas, con todas las consecuencias negativas que arrastra consigo la aceleración en la vida de las personas: desde el estrés hasta el atolondramiento, pasando por todos los errores que suelen ser producto de la precipitación.

      La ciencia y la técnica son actividades punteras en esta cultura de la aceleración. El progreso científico-técnico ha adquirido tal velocidad que no da tiempo suficiente para pensar, para discernir, para decidir. Si esto es ya un problema a nivel de las vidas individuales, lo es mucho más a nivel de la sociedad en general. Porque están en juego la orientación y el futuro de la humanidad e incluso el futuro de nuestro planeta Tierra. Esa orientación y ese futuro necesitan de científicos y técnicos, de economistas y políticos, de líderes en cualquier área de la vida social para pensar y discernir con sosiego y sensatez, para decidir responsablemente. La velocidad y la aceleración son el gran enemigo del discernimiento y de las decisiones sensatas y responsables.

      Hoy corremos el riesgo de que, debido a la velocidad y la aceleración, el progreso científico-técnico se nos escape de las manos. Ya no parece estar bajo nuestro control. La revolución tecnológica avanza más deprisa que los procesos políticos. Por eso los líderes políticos van perdiendo el control sobre los adelantos científicos y técnicos. El desarrollo se está volviendo autónomo y sin freno posible. Crece la sensación de que no podemos tirar del freno porque no sabemos dónde está y porque el parón haría colapsar la economía y la misma vida social. Sucede con el progreso científico-técnico lo que ocurre con la velocidad del coche cuando ha superado nuestra capacidad de control. Esta situación es nueva en la humanidad y no sabemos bien cómo enfrentarla. El control es totalmente necesario para que cualquier adelanto científico-técnico sea un camino hacia la mejora de la humanidad y no hacia su extinción. De este riesgo son conscientes incluso muchos partidarios del transhumanismo. Por eso alguien ha llegado a afirmar en un tono un tanto apocalíptico: Delante de nosotros está la omnipotencia y bajo nuestros pies está el abismo. Necesitamos la sabiduría capaz de juzgar y decidir qué se debe hacer con el saber.

      Por otra parte, el transhumanismo no solo se considera distante de la evolución natural en la búsqueda de una mejora de la humanidad. También se considera distante del que ha sido el camino más frecuentado y recorrido en la búsqueda de la mejora de las personas y de la humanidad: la educación. La educación ha sido, sin género de duda, el camino que la mayoría de las personas y de los pueblos han escogido para su mejora. Este camino de mejora humana ha tenido algunas características muy especiales y muy distintas de las que propone el camino transhumanista.

      En primer lugar, hasta épocas muy recientes la educación se ha llevado a cabo en la mayoría de los pueblos con escasas herramientas. Basta recordar el aspecto de un aula, incluso universitaria, hace solo algunas décadas. Unos pupitres, unas sillas, un pizarrón, un poco de tiza y algunos libros, cuadernos y mapas. Solo los laboratorios de física, química y ciencias naturales estaban un poco más equipados. Casi todo el proceso educativo se realizaba mediante la palabra del maestro o profesor y, en menor medida, mediante la palabra del alumno. La educación tenía lugar mediante el recurso a la palabra hablada o escrita, pero siempre mediante la palabra. Con la palabra se transmitían conocimientos, valores, sentimientos. Dependiendo de la respuesta del educando al mensaje transmitido por la palabra, la educación podía recurrir también al premio o al castigo. Pero la gran herramienta para buscar la mejora de las personas a través de la educación era siempre la palabra.

      El transhumanismo se distancia notablemente de la educación clásica en la búsqueda de la mejora de la humanidad. También procura esta mejora buscando un mayor conocimiento, sobre todo un conocimiento práctico y aplicado. Pero ya no es la palabra la que manda en la adquisición y transmisión del conocimiento. Es sobre todo el experimento en el laboratorio lo que hace progresar el conocimiento. En definitiva, es este conocimiento experimental el que interesa al transhumanismo y el que da lugar al progreso científicotécnico. En cierto sentido se puede afirmar que las ciencias están pasando de la mera teoría que indagaba la verdad de la naturaleza, a la práctica que ejercita el poder para transformar la naturaleza. El


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