La armonía que perdimos. Manuel Guzmán-Hennessey

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La armonía que perdimos - Manuel Guzmán-Hennessey


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de esas masas de hielo durante un periodo de 16 años mediante la información suministrada por los láseres de los satélites ICESat y ICESat-2. Los datos que revelaron en junio de 2020, publicados en la revista Science21, muestran que la pérdida neta de hielo de la Antártida y Groenlandia entre 2003 y 2019 aumentó el nivel del mar en 1,4 centímetros. Se sabe que Groenlandia es responsable de dos terceras partes de ese incremento y que la Antártida lo es del otro tercio. El servicio de vigilancia de la atmósfera de la red europea Copérnico señaló el aumento, en junio 2020, de los incendios y el calor en el extremo nororiental de Siberia, que causaron la emisión de 59 megatotenaldas de dióxido de carbono22.

      Según las proyecciones de la Met Office, la temperatura media mundial para 2020 estaría entre 0,99 °C y 1,23 °C por encima del promedio preindustrial del periodo 1850-190023. Si este pronóstico se cumplía, continuaría la tendencia de años más cálidos que el mundo ha experimentado desde 2015, cuando las temperaturas globales alcanzaron, por primera vez, 1 °C por encima del periodo preindustrial. En el momento de escribir esta página (julio de 2020), ya sabemos (según un informe de la OMM) que abril de 2020 fue el abril más cálido desde que se tienen registros, exceptuados los años con fenómenos del Niño.

      Todas las previsiones de la mejor ciencia disponible — especialmente las que contiene el Informe Especial 1,5 del IPCC (2018)24— indican que un estado de catástrofe generalizado, relacionado con los efectos del cambio climático, puede llegar antes de 205025. No obstante, algunos creen que poner a 2050 como la meta (un año más o menos lejano de nuestros días) puede distraernos de la emergencia climática que es necesario declarar ya, como en efecto lo hicieron muchos países durante 2019. La declaratoria de esta emergencia climática estaba en curso en países como Colombia cuando sobrevivo el coronavirus (en febrero de 2020). Ya no tiene sentido declarar una emergencia climática sin acompañarla de un Plan de Recuperación de la economía. Europa también había formulado su Pacto Verde antes de la pandemia (diciembre de 2019). Respondía a la urgencia de la crisis climática. En junio de 2020 propuso (en medio de la pandemia) una estrategia ambiciosa para implementarlo: el paquete de recuperación verde. Medidas orientadas a reconstruir las economías afectadas pero incorporando acciones sobre la crisis climática. Repensar la sociedad y desarrollar un nuevo modelo de prosperidad, inversiones para la transición hacia una economía climáticamente neutra, protección de la biodiversidad y transformación de los sistemas agroalimentarios. Todo esto generará nuevos empleos, crecimiento sostenible y mejoras en la forma de vida de la gente. Lo novedoso de esta alianza es que reúne a los actores claves de la sociedad: 79 eurodiputados, grupos de la sociedad civil, incluidos 37 ceo de grandes empresas, 28 gremios empresariales, la confederación sindical europea, siete ONG y seis centros de pensamiento. Colombia debe formular su Pacto Verde. Que tenga la capacidad de recuperar las economías locales, pero que interprete el sentido de urgencia de la emergencia ambiental y climática que vivimos. Nuestras prioridades son distintas de las europeas: un plan integral de agricultura sostenible, lucha contra la deforestación y los cambios en el uso del suelo; una reformulación (en contexto Covid-19) del plan de transición energética 2050, que incluya eficiencia energética y se articule con incentivos tributarios: un más equilibrado impuesto al carbono; incorporación de sectores como la industria, el comercio y el turismo; planes integrales de recuperación y adaptación en zonas de alta vulnerabilidad, y educación para estos grandes cambios, concebidos no como simples materias electivas en los currículos, sino como una cruzada nacional de gran alcance. La sociedad tiene que prepararse para cambiar mediante una estrategia de descarbonización de largo plazo que incluya a todos los actores.

      Por eso se dice (o se decía) desde 2018 que 2030 era el año límite para que estuvieran listas las transformaciones de la economía orientadas a impedir el desenlace negativo de la crisis. Faltan solo once años. Bueno, eso faltaban cuando empecé a escribir este libro. Ahora faltan menos de diez. Cuando se empezó a señalar el 2030 como el año límite para los grandes cambios, no se sospechaba que podría sobrevenir una pandemia. En 1984, Erwin Laszlo se preguntó cuál era el lugar que ocupaba la humanidad en la evolución de la cultura, y fundó el Grupo de Investigación de Evolución General. Y en 1993, cuando hubo certezas científicas de que el modelo de crecimiento ilimitado y la economía intensiva del carbono eran dos fuerzas que retroalimentarían procesos letales para la humanidad, creó el Club de Budapest. ¿El objetivo?: “Unir fuerzas para cambiar el rumbo de nuestro mundo (insostenible, polarizado e injusto) y encaminarlo hacia la ética y el humanismo”. T. Roszack fue seguidor de Lazlo, y señaló que “cuando se alcanza un punto crítico, que es el punto de bifurcación, el sistema o bien se desmorona o bien se reorganiza de otra manera para estabilizarse”. Parece que hemos entrado en ese punto crítico. No es el único pensador contemporáneo que ha señalado la inminencia del punto de bifurcación. Los dos caminos son evidentes: profundizar el modelo de crecimiento ilimitado y avanzar, a velocidades aceleradas, hacia un abismo inédito. O detener el tren suicida de la historia (el tren del desmoronamiento de las cosas) y empezar a construir una sociedad a escala humana. La paradoja es que, hoy, un pequeñísimo individuo, que ni siquiera es considerado un ser vivo por muchos científicos, puede ayudarnos a construir este segundo escenario. El escenario de la bifurcación favorable a la continuidad de la vida.

      ¿Hacia una nueva ‘normalidad’?

      Es aún prematuro elaborar hipótesis sobre lo que vendrá. El signo de lo impensable nos determina, y del conjunto de incertidumbres entrelazadas que vislumbramos en el futuro cercano, solo alcanzamos a elaborar escenarios borrosos. No obstante, lo que hoy nos sucede tiene ya, al menos entre los especialistas, dos interpretaciones que aquí planteo en forma de preguntas: ¿una crisis que acabará en unos cuantos meses al cabo de los cuales todo volverá a ‘la normalidad’? ¿Una pandemia de implicaciones ambientales, sociales y económicas impredecibles que, no obstante, confirmará la índole del Antropoceno y nos enfrentará a un escenario de mayor complejidad?

      Lo cierto es que debemos aprovechar el inesperado laboratorio global de sociedad baja en carbono —como ya dije—; hemos llegado a él, no como consecuencia de una decisión colectiva para hacerle frente a la crisis climática, sino como medida sanitaria para evitar el contagio de un virus. De manera que aunque no es precisamente un ensayo planificado de sociedad baja en carbono puede servirnos para dos propósitos generales: 1) calcular el impacto de la reducción drástica de emisiones de carbono, la recuperación súbita de los ecosistemas y la disminución de la contaminación en las grandes ciudades, y 2) parar y pensar de nuevo.

      Desde el punto de vista técnico, se nos dice que se trata de una pandemia relacionada con mutaciones biológicas imprevisibles. He ahí una tercera palabra que puede ayudarnos a entender lo que sucede: mutaciones. ¿Una mutación biológica que repercutirá en una mutación de la sociedad global? ¿Estamos en los comienzos de un cambio estructural profundo y no simplemente ante una ola que volverá a decrecer hacia ‘la normalidad’? ¿Un nuevo orden y no simplemente una crisis?, o mejor: ¿un nuevo orden catapultado por una pandemia? Más preguntas que respuestas. Pero de todas ellas hemos ido derivando una certeza, que quizá podemos descomponer en partes para ir armando, poco a poco, este incierto rompecabezas que nos espera.

      Primera pieza: habrá nuevas pandemias. Segunda: las pandemias, probablemente, estarán relacionadas con la pérdida de hábitat de múltiples ecosistemas acorralados por el crecimiento ilimitado de las ciudades y el uso indiscriminado de recursos naturales. Tercera: las nuevas pandemias, así mismo, estarán relacionadas con el aumento de la temperatura global de la Tierra, la acidificación de los océanos y las altas concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera. Cuarta pieza: el inusitado laboratorio de sociedad baja en carbono que hemos vivido tendrá tan solo aplicaciones e interpretaciones académicas, mas no derivaremos de este cambios conductuales profundos en nuestros sistemas de producción y consumo. Quinta: aunque un cuadro de incertidumbres de corto y mediano plazo desestabiliza nuestro consabido ‘control’ sobre las cosas, una lenta certeza se irá formando en la conciencia colectiva: la de que de la crisis saldremos no para la conocida ‘normalidad’ del mundo, sino para un punto de bifurcación que señalará dos caminos divergentes. Antes de hablar sobre lo que, a mi juicio, implicará ese punto de bifurcación, quiero detenerme un momento en la necesidad de encontrar, cuanto antes, un modelo de plataforma global para gestionar


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