Doce hábitos para un matrimonio saludable. Richard P. Fitzgibbons
Читать онлайн книгу.que cada esposo ha adquirido cierto conocimiento de sí mismo y del otro, se puede empezar a trabajar el perdón. Ese trabajo se aborda de tres maneras: con la mente (cognitivamente), con el corazón (emocionalmente) o con la oración (espiritualmente).
El perdón cognitivo de la mente
El trabajo de perdonar comienza por tomar la determinación de no volver a expresar la ira dirigiéndola contra el cónyuge o contra los hijos. ¿Cómo?: decidiéndonos a pensar en el perdón cada vez que algo nos altere y a decirnos sobre la marcha: «Quiero comprender y perdonar, comprender y perdonar, comprender y perdonar». Mientras repetimos esas palabras en nuestra mente, la ira empieza a disminuir. Este ejercicio recibe el nombre de perdón inmediato. Puede ser que, mientras se está practicando, surja un recuerdo doloroso en el que está involucrado alguien más: en tal caso, debemos desviar nuestros pensamientos hacia esa persona para perdonarla también.
Si moderamos nuestra ira mediante este ejercicio, aumentará nuestra capacidad de comunicación. Cuando los esposos se dicen claramente y con calma lo que necesitan el uno del otro pueden hablar desapasionadamente de lo que exige cada situación concreta.
El perdón emocional del corazón
Con el perdón emocional la persona experimenta el sentimiento de haber perdonado a quien le ha hecho daño: un sentimiento que suele ir precedido de la ardua tarea de perdonar mentalmente. Una vez que la estrategia cognitiva que acabamos de describir ha moderado la ira, se percibe con más claridad la bondad esencial del ofensor. Cuanto mejor se comprende al otro, mayor es la compasión.
Si los esposos consiguen escapar del control del dolor emocional del pasado, sus sentimientos mutuos de amor y confianza se hacen más fuertes. A medida que aprenden a dominar su ira, se sienten menos ansiosos y más seguros y, por lo tanto, son más capaces de reaccionar con amabilidad y sin ira cuando es necesario corregir a algún miembro de la familia.
Algunos esposos se sienten culpables por no tener ese sentimiento de perdón en el acto. Creen que su condición de cristianos les exige perdonar de corazón y sobre la marcha. Llegan a pensar que, dado que carecen de ese sentimiento, no han perdonado realmente. En ese caso, tienen que ser conscientes de que el perdón de corazón puede tardar mucho tiempo, incluso años, y de que mientras tanto el perdón cognitivo es eficaz y sincero. Si a alguien le cuesta perdonar emocionalmente al cónyuge, a los padres o a quienes le han hecho sufrir, no debe desalentarse.
Al perdón de corazón, que es el nivel más hondo de perdón, se llega gracias a una honda comprensión de las debilidades y de la infancia del ofensor. De este conocimiento suele nacer una actitud compasiva hacia él. No obstante, este extremo final se alcanza por lo general después de un largo proceso de perdón con la mente o bien en la oración, que es el tercer método de perdón.
El perdón espiritual en la oración
Para moderar el exceso de ira dentro del matrimonio es sumamente eficaz la virtud teologal de la fe. Hay daños sufridos en la infancia o a lo largo del matrimonio tan graves y dolorosos que a los esposos les cuesta mucho empezar a perdonar mentalmente o de corazón. En el proceso de sanación hay momentos en que el perdón parece imposible, sobre todo si el cónyuge, el progenitor o un pariente político siguen haciendo daño.
Muchas veces uno de los esposos emprende el proceso de perdón mientras que el otro mantiene su conducta agresiva. En ese caso, el perdón espiritual es capaz de moderar la ira de varias maneras: entre otras, reconociendo nuestra impotencia frente a ella y tomando la decisión de recurrir a Dios en la oración diciendo: «Señor, frena mi ira» o «Señor, perdónale [a mi esposo, mis padres o a otros], porque yo ahora mismo no soy capaz». Los católicos cuentan con la posibilidad de trasladar su lucha por el perdón al sacramento de la reconciliación. Como ocurre con el perdón cognitivo y emocional, el perdón espiritual debe practicarse repetidamente antes de que cesen la ira intensa y las sobrerreacciones. Dominar la ira lleva su tiempo.
El perdón diario
El Señor dijo a san Pedro que no perdonara siete veces, sino setenta veces siete, es decir, muchas veces al día. Se trata de una necesidad psicológica, porque las heridas y las decepciones se producen constantemente. Resulta útil seguir el consejo de san Pablo: «No se ponga el sol estando todavía airados» (Ef 4, 26). Podemos hacerlo antes de acostarnos reflexionando sobre nuestra conducta diaria, pidiendo a Dios que nos perdone y perdonando nosotros también.
Errores y obstáculos para el perdón
A veces existe un arraigado deseo de justicia que nos hace más difícil tomar la decisión de perdonar. Algunas personas se resisten a perdonar porque piensan que decidirse a hacerlo equivale a negar la gravedad del daño y, en cierto modo, a disculpar al ofensor. Otro error frecuente que impide perdonar es la idea de que previamente el ofensor debe pedir perdón.
El perdón no exige una disculpa por parte del ofensor: ni siquiera exige creer que este cambiará de conducta. Tampoco exige depositar la confianza en alguien que no muestra ningún deseo de cambiar. Lo que logra el perdón es hacernos más fuertes para afrontar y gestionar el daño y, en caso necesario, corregir con acierto. Hay gente que comete el error de creer que perdonar es una señal de debilidad cuando lo que revela en realidad es una personalidad firme y sana.
Otro obstáculo para el perdón es el miedo a que vuelva a aflorar y nos inunde la tristeza asociada a las heridas del pasado. Aunque inicialmente el perdón haga emerger de nuevo la tristeza y la ira que no han sido resueltas, ambas irán disminuyendo a medida que la fuerza interior que nace del perdón acreciente la autoestima. Tanto los estudios de investigación realizados por el Dr. Enright como nuestra propia experiencia clínica demuestran que los conflictos emocionales sin resolver disminuyen si existe el perdón.
Ejercicios de perdón inmediato
Los esposos deben aprender a manejar la ira sobre la marcha y cada vez que se presente en respuesta a las tensiones diarias del hogar y el trabajo. El proceso de perdón inmediato es fundamental para la felicidad del matrimonio, la estabilidad familiar y la salud psicológica de los cónyuges y los hijos.
La aspereza de las palabras de una persona colérica puede hacer tanto daño como una bofetada, sobre todo a personas sensibles. Así como la ira física deja heridas en el cuerpo, la ira verbal hiere el corazón, que —como da a entender el libro del Sirácides— es aún más difícil de sanar: «¡Cualquier herida, menos la del corazón!» (Si 25, 13). La ira se expresa también por medios pasivo-agresivos como la frialdad en el trato y el silencio, muy perjudiciales para las relaciones matrimoniales y parentales.
De la misma manera que las enfermedades infecciosas necesitan un tratamiento temprano, la ira requiere el remedio inmediato del perdón con el fin de proteger la salud de los esposos y los hijos. No admitirla ni resolverla perdonando de inmediato crea excesivas tensiones, daña el amor y la confianza conyugales y provoca en los hijos miedo, desconfianza y tristeza. El deseo de proteger a los hijos de los aspectos dañinos y amedrentadores de la ira puede animar a muchos padres a trabajarla lo antes posible.
Cuando se produce un estrés emocional, en lugar de ceder a la ira, los esposos y los padres deben repetir interiormente frases de este tipo: «Perdón, perdón, perdón»; «quiero comprender y perdonar»; «quiero ser fiel a lo bueno que hay en mi cónyuge [o en mi hijo] y perdonar»; o «Señor, frena mi ira». Estas frases surgen más fácilmente si el esposo o la esposa saben que también el otro se está esforzando por cambiar alguna conducta insensible.
Cuando una persona pierde los estribos, debe identificar de inmediato la causa, pedir disculpas a la persona que ha sufrido su ira y comprometerse una y otra vez a controlarla perdonando a aquel cuya conducta ha provocado la respuesta colérica. La negativa a dar estos pasos y a progresar en el control de la ira constituye una grave debilidad psicológica y una de las razones importantes de los conflictos matrimoniales severos, las separaciones y los divorcios.
Esta debilidad se ve fomentada por nuestra cultura narcisista, que permite que los adultos actúen con inmadurez y con esa actitud de tener derecho a todo, reaccionando airadamente cuando las cosas no salen exactamente como ellos desean o retirando su amor y su colaboración a quienes los han defraudado. La determinación de