El infierno del amor: leyenda fantastica. Fernández y González Manuel
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El infierno del amor: leyenda fantastica
AL JOVEN ATENEISTA
DON MANUEL LOPEZ ARZUBIALDE
Mi querido amigo: Leyendo lo que yo he escrito para mi velada del Ateneo, en el presente año, ha colaborado usted conmigo, dando á mis versos la sonoridad, que yo, por mis años y por mis achaques, no hubiera podido darles; gracias, muchas gracias, y considere usted que al dedicarle este trabajo precipitado, hecho durante una dolorosa enfermedad, lo hago, más que como otra cosa, como una sincera manifestacion de afecto.
31 de Mayo de 1884.
INTRODUCCION
I
El alma alentando la fe que la llena,
flotando en espacios de luz y armonía,
con habla sonora que blanda resuena,
mi musa, en sencilla veraz cantilena,
hermosas oyentes, su voz os envia;
Dios haga que ledas la péñola mia
honreis aceptando su fruto humildoso;
así la fortuna con signo dichoso
os dé largos años de amor y alegría.
II
Yo soy de una tierra de eternos verjeles,
do en grutas sombrosas de altivos laureles
se aspira la gloria del nombre español;
do corren las fuentes por cauces de flores,
do vagan rientes graciosos amores,
do brilla cual oro la lumbre del sol.
Do alienta la vírgen de tez africana
de espíritu ardiente, cual lava que emana
del cráter profundo de hirviente volcan,
la luz en la frente del alba serena,
el fuego en los ojos que al alma enajena
en dulce mirada de lánguido afan;
el seno que alienta potente latido,
que inquieto, al impulso del fuego escondido,
el alma revela que sueña el amor;
la leve sonrisa del labio hechicero
que fresco y purpúreo ya exhala agorero
un triste gemido de vago dolor;
la planta que leve las flores no mata;
la crencha sedosa que el viento desata
y rico perfume difunde al flotar;
la dulce morena de acento suave,
gacela que trisca, fantástica ave
que el alma adormece con blando cantar;
magnolia en que toma su esencia la brisa,
suspiro del cielo, divina sonrisa
del ángel que guarda la dicha sin fin;
hurí que en los sueños vagó de Mahoma;
arcángel humano que esconde en su loma
velado por flores el alto Albaicin.
III
¡Granada, mi Granada! yo soy tu peregrino
que vago en lo pasado, buscando gloria y fe:
yo tengo entre sepulcros abierto mi camino,
é impúlsame potente la mano del destino,
á recibir aliento de lo que grande fué.
Al rayo de la luna que cruza solitaria
del infinito espacio por la region azul,
yo elevo á los que fueron mi lánguida plegaria,
y rompe de sus tumbas la losa funeraria
el canto que suspira gimiendo mi laud.
Y villas olvidadas que muestran sus almenas,
levántase á mis ojos la vieja catedral,
recobran sus escombros aljamas sarracenas,
y resonar escucho las ásperas cadenas
al desplomarse el puente de torre señorial.
Un mundo, que ya es polvo, se eleva en torno mio,
un pueblo, que ya es sombra, me signe por do quier,
y del presente, pobre, descolorido y frio,
los soñolientos ojos aparté con hastío,
buscando las grandezas del olvidado ayer.
Yo soy cantor de glorias; las hadas me han contado
leyendas prodigiosas que yo te cantaré:
yo soy tu bardo errante de sueños coronado:
yo arrancaré á las sombras de su sepulcro helado,
y voz, y aliento, y vida, potente les daré.
¡Granada, mi Granada! aportillada y rota,
hundidos tus alcázares, desierto tu Albaicin,
ni tu pendon bermejo en Bib-Arrambla flota
ni en tus marciales fiestas ondula la marlota
del lidiador zenete ó el fiero mogrebin.
Pasaron, y con ellos tus zambras, tus cantares,
tus damas, escondidas en el celoso haren,
de encantos y proezas tus cuentos singulares,
tus amorosas pláticas en rejas y alfeizares,
y en la callada noche los sueños de tu eden.
Pasaron; fiera, altiva, su incontrastable garra
ascética, terrible, en tí clavó la cruz,
y tu gemido triste, que el corazon desgarra,
sin recordar tu pena, al són de su guitarra,
en la doliente caña, repite el andaluz.
¡Granada, mi Granada! fantástica leyenda
de amor y desventura hoy tengo para tí;
concede al amor mio que de ella te haga ofrenda
y un beso de tu boca que, mágico, en mí encienda
la inspiracion ardiente que un tiempo te debí.
PRIMERA PARTE
I
En una calle
que tortuosa
con sus aleros
la luz estorba;
medrosa y lúgubre
cuando las sombras
de la alta noche
la envuelven lóbregas,
calle que llaman
de la Almanzora,
en la opulenta
rica paloma
de las ciudades,
que el nombre roba
á la Granada
que la blasona,
hay una casa,
que hoy se desploma,
cuyas paredes
el viento azota,
la lluvia inunda
y el sol empolva;
abandonada
se