Los monfíes de las Alpujarras. Fernández y González Manuel

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Los monfíes de las Alpujarras - Fernández y González Manuel


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pena, el dominio del vencedor; muchos de ellos, aunque todavía se permitia á los moriscos hablar en su dialecto natural y vestir su trage acostumbrado, hablaban perfectamente el castellano, y vestian como los castellanos. Harum y los veinte monfíes que habian acompañado á Yaye y Ab-el-Gewar, eran de este número. En cuanto á Harum, se llamaba entre los moriscos y por ante los castellanos Pedro el Geniz, y pasaba por hijo de un rico mercader de sedas en la Alcaicería.

      Sus frecuentes y largas ausencias de Granada se justificaban por el comercio de su supuesto padre. Cuando Pedro el Geniz estaba fuera de Granada, el viejo Silvestre el Xeniz, que Dios sabe por qué habia tomado aquel apellido moro, decia á sus conocidos cuando le preguntaban por su supuesto hijo:

      – Está en Florencia por raja, ó en Flandes por encajes: ha ido á Génova á contratar una partida de telas de damasco con unos mercaderes, ú otra contestacion por este estilo.

      Del mismo modo todos los monfíes cuando andaban entre los cristianos, tenian medios para encubrirse y burlar la vigilancia de los castellanos. Los moriscos, como todo pueblo esclavizado, estrechaban sus filas; encubrian sus conspiraciones bajo el mas profundo disimulo; se favorecian los unos á los otros; se entrometian mansamente en todas partes, y de este modo sabian á tiempo cuándo se aprestaban soldados para marchar á las Alpujarras, ó con cuánto resguardo iban las conductas de dinero que se enviaban para pagar los presidios de soldados de las villas y castillos de la montaña; asi es que casi todas aquellas tropas eran batidas por los monfíes, y casi todas aquellas conductas apresadas.

      Interesados en no hacerse sospechosos los monfíes, parecian los moriscos mas reducidos y mas conformes con la dominacion castellana, llegando hasta el punto de no vestir el trage moro, de beber vino, de comer tocino y de pertenecer á cofradías religiosas. Sucedia con mucha frecuencia, que engañados por estas prácticas exteriores, el presidente de la Chancillería, el capitan general, el alcalde mayor y el corregidor, usasen como confidentes contra los monfíes, de los mismos monfíes. Estos casos se repiten en nuestros dias. Con mucha frecuencia los conspiradores sirven como polizontes á los gobiernos; esto es, cobran sueldo del gobierno, y se sirven á sí mismos.

      Harum era uno de estos hombres; conocíanle en Granada altos y bajos, cristianos y moriscos, el capitan general, el buen don Luis Hurtado de Mendoza casi le tenia cariño, y le tuteaba; el presidente de la Chancillería solia citarle como ejemplo de buenos moriscos, y decia con frecuencia, que si todos fuesen como él, se podria dormir á pierna suelta sin temor á levantamientos y alborotos: y en cuanto al corregidor y al alcalde mayor, nunca dejaban de darle crédito cuando le pedian informes acerca de este ó del otro morisco que se habia hecho sospechoso.

      Sin embargo Harum era uno de los walíes ó capitanes mas tremendos de los monfíes; una vez á caballo, al frente de una banda de ballesteros, y acometiendo una villa que se habia hecho merecedora de un severo castigo por parte del emir, la trataba sin compasion; caian bajo su lanza ó su espada la munjer, el niño y el anciano, como el varon mas fuerte y robusto, é incendiaba las mieses y los caseríos, sin lastimarse del hambre que aquella devastacion debia producir en comarcas enteras.

      Entonces el semblante de Harum era feroz, su palabra breve y dura, su corazon inaccesible á la piedad; una vez lanzado su grito de guerra, su tremendo ¡Allah le ille Allah!8, se convertia en un tigre hambriento; poníansele ante los ojos las desdichas de su patria, y se cobraba con usura en sangre cristiana de la fingida sumision que se veia obligado á demostrar cuando vivia en las poblaciones.

      En Harum habia dos hombres: el capitan monfí y el buen espía: cuando desempeñaba este último papel se transformaba: mostrábase afable, locuaz, alegre, un tanto casquivano, un mucho galanteador y de todo punto inofensivo: el amor de las mujeres servíale á las mil maravillas para averiguar muchas cosas, y para introducirse en muchos lugares, y como era jóven y galan, y sobre galan buen mozo, hé aquí que Harum representaba en el Albaicin un tercer papel, el de don Juan Tenorio.

      Generalmente representaba otro cuarto papel, el de gefe de los monfíes que se encontraban como espías en Granada. Harum les daba sus órdenes, recibia sus noticias, las comunicaba, y era en fin, el ege de aquella máquina invisible, cuyos efectos sentian los cristianos sin conocer la causa que los producia.

      Tal era el hombre á quien Yaye habia encargado que no perdiese de vista á la prisionera mejicana, y á quien habia encargado tambien Yuzuf averiguase el paradero del poderoso emir de los monfíes Muley Yaye-Al-Hhamar.

      En cuanto al primer asunto, Harum comprendió que si rondaba mucho la casa del capitan podria inspirar sospechas al estropeado y hacer que se marchase con las dos mujeres y con mas precauciones á otra parte.

      Aprovechó, pues, la ocasion de desalquilarse una vieja casucha medianera de la que ocupaba Sedeño, especie de tinglado viejo, que se levantaba como una construccion parásita, apoyada en el casaron donde vivia el estropeado.

      Apenas se encontró solo en esta casucha Harum, la reconoció de alto á abajo: entraban en ella el viento y el sol por todas partes, cuando no por ventana, por rendija, lo que la hacia sumamente ventilada, cualidad inapreciable en aquella estacion, que, como sabemos era la de los calores; además un pequeño huerto de este tugurio lindaba, por un accidente casual, con los dos jardines de las casas de don Fernando de Válor y del capitan Sedeño.

      Harum reconoció minuciosamente las paredes medianeras con el casaron habitado por el capitan; nada encontró en ellas que le ayudase: eran demasiado fuertes y al parecer gruesas para que pudiese abrirse en ellas una mira sin causar ruido y apercibir á los vecinos: renunció, pues, á las paredes medianeras y reconoció la cueva ó sótano: allí fue distinto: encontró la boca de una mina, pero cegada.

      Harum se decidió á franquear aquella mina.

      Despues reconoció las tapias del huerto y vió que con poco trabajo podia entrarse por ellas tanto al jardin de don Diego de Válor, como al de la casa habitada por el estropeado.

      ¿Pero á qué penetrar en este último jardin no estando en inteligencia con la hermosa morena?

      Sin saber porqué, Harum cifró grandes esperanzas en la mina y se dedicó á hacerla practicable.

      Desde aquella noche principió á trabajar, aunque por el momento los resultados fueron capaces de hacer desistir al mas testarudo.

      La mina estaba cegada á piedra y lodo.

      A pesar de esto, dedicó las noches á aquel trabajo de zapa, sin dejar por ello de aprovechar los dias en otras investigaciones.

      Despues de haber trabajado en la mina con mucha precaucion para no ser sentido, desde el principio hasta el medio de la noche, se recogia al lecho y dormia hasta el amanecer; despues se ponia en la parte mas alta de su habitáculo, detrás de una rendija, á observar los dos jardines y las ventanas y galerías de las casas inmediatas.

      Todos los respiraderos de la casa del capitan estaban siempre cerrados, asi como el jardin desierto: en cuanto á la casa de don Diego de Válor era distinto: veíase tanto en el jardin, como en las ventanas y galerías, el tráfago de una numerosa servidumbre; generalmente despues del amanecer, veia Harum una jóven hermosa y triste, que aparecia en los cenadores, adelantaba con paso lento, se sentaba en un banco de piedra debajo de una enramada de jazmines, y permanecia allí, pálida, inmóvil y profundamente pensativa, hasta que, entrando el dia y creciendo el calor, se levantaba, y con el mismo paso lento volvia á desaparecer por el fondo de los cenadores.

      Aquella jóven era doña Isabel de Válor; la causa indudable para Harum de la pérdida de Yaye.

      Se nos olvidó decir que se habian recibido unas noticias tales de la muerte de Miguel Lopez por los lacayos que habian acompañado á don Diego y á don Fernando, que doña Isabel vestia luto.

      Y ahora que recordamos á Miguel Lopez, debemos añadir que ni una palabra se sabia acerca del paradero de don Diego de Válor y de su hermano don Fernando.

      Aquello era una cadena de misterios.

      En cuanto á doña Elvira de Céspedes, Harum no la habia visto ni una sola vez en el jardin, ni en los miradores, ni en las galerías. Sus mismos criados y su cuñada doña Isabel la veian muy poco: á las horas de comer y de las


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No hay otro Dios que Dios.