Zadig, ó El Destino, Historia Oriental. Voltaire
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DEDICATORIA DE ZADIG
A 18 del mes de Cheval, año 837 de la hegira.
Embeleso de las niñas de los ojos, tormento del corazon, luz del ánimo, no beso yo el polvo de tus piés, porque ó no andas á pié, ó si andas, pisas ó rosas ó tapetes de Iran. Ofrézcote la version de un libro de un sabio de la antigüedad, que siendo tan feliz que nada tenia que hacer, gozó la dicha mayor de divertirse con escribir la historia de Zadig, libro que dice mas de lo que parece. Ruégote que le leas y le aprecies en lo que valiere; pues aunque todavía está tu vida en su primavera, aunque te embisten de rondon los pasatiempos todos, aunque eres hermosa, y tu talento da á tu hermosura mayor realce, aunque te elogian de dia y de noche, motivos concomitantes que son mas que suficientes para que no tengas pizca de sentido comun, con todo eso tienes agudeza, discrecion, y finísimo gusto, y te he oido discurrir con mas tino que ciertos derviches viejos de luenga barba, y gorra piramidal. Eres prudente sin ser desconfiada, piadosa sin flaqueza, benéfica con acierto, amiga de tus amigos, sin colrar enemigos. Nunca cifras en decir pullas el chiste de tus agudezas, ni dices mal de nadie, ni á nadie se le haces, puesto que tan fácil cosa te seria lo uno y lo otro. Tu alma siempre me ha parecido tan perfecta como tu hermosura. Ni te falta cierto caudalejo de filosofía, que me ha persuadido á que te agradaria mas que á otra este escrito de un sabio.
Escribióse primero en el antiguo caldeo, que ni tú ni yo sabemos, y fué traducido en árabe para recreacion del nombrado sultan Ulug-beg, en los tiempos que Arabes y Persianos se daban á escribir las Mil y una Noches, los Mil y un Dias, etc. Ulug mas gustaba de leer á Zadig, pero las sultanas se divertian mas con los Mil y uno. Deciales el sabio Ulug, que como podian llevar en paciencia unos cuentos sin piés ni cabeza, que nada querian decir. Pues por eso mismo son de nuestro gusto, respondiéron las sultanas.
Espero que tú no te parezcas á ellas, y que seas un verdadero Ulug; y no desconfío de que quando te halles fatigada de conversaciones tan instructivas como los Mil y uno, aunque mucho ménos recreativas, podré yo tener la honra de que te ocupes algunos minutos de vagar en oirme cosas dichas en razon.
Si en tiempo de Scander, hijo de Filipo, hubieras sido Talestris, ó la reyna de Sabea en tiempo de Soleyman, estos reyes hubieran sido los que hubieran peregrinado por verte.
Ruego á las virtudes celestiales que tus deleytes no lleven acibar, que sea duradera tu hermosura, y tu ventura perpetua.
SADI.
CAPITULO PRIMERO
El tuerto.
Reynando el rey Moabdar, vivia en Babilonia un mozo llamado Zadig, de buena índole, que con la educacion se habia mejorado. Sabia enfrenar sus pasiones, aunque mozo y rico; ni gastaba afectacion, ni se empeñaba en que le dieran siempre la razon, y respetaba la flaqueza humana. Pasmábanse todos viendo que puesto que le sobraba agudeza, nunca se mofaba con chufletas de los desconciertos mal hilados, de las murmuraciones sin fundamento, de los disparatados fallos, de las burlas de juglares, que llamaban conversacion los Babilonios. En el libro primero de Zoroastro habia visto que es el amor propio una pelota llena de viento, y que salen de ella borrascas así, que la pican. No se alababa Zadig de que no hacia aprecio de las mugeres, y de que las dominaba. Era liberal, sin que le arredrase el temor de hacer bien á desagradecidos, cumpliendo con aquel gran mandamiento de Zoroastro, que dice: "Da de comer á los perros" quando tú comieres, aunque te muerdan "luego." Era sabio quanto puede serlo el hombre, pues procuraba vivir en compañía de los sabios: habia aprendido las ciencias de los Caldeos, y estaba instruido en quanto acerca de los principios físicos de la naturaleza en su tiempo se conocia; y de metafísica sabia todo quanto en todos tiempos se ha sabido, que es decir muy poca cosa. Creía firmísimamente que un año tiene trecientos sesenta y cinco dias y un quarto, contra lo que enseñaba la moderna filosofía de su tiempo, y que estaba el sol en el centro del mundo; y quando los principales magos le decian en tono de improperio, y mirándole de reojo, que sustentaba principios sapientes haeresim, y que solo un enemigo de Dios y del estado podia decir que giraba el sol sobre su exe, y que era el año de doce meses, se callaba Zadig, sin fruncir las cejas ni encogerse de hombros.
Opulento, y por tanto no faltándole amigos, disfrutando salud, siendo buen mozo, prudente y moderado, con pecho ingenuo, y elevado ánimo, creyó que podia aspirar á ser feliz. Estaba apalabrado su matrimonio con Semira, que por su hermosura, su dote, y su cuna, era el mejor casamiento de Babilonia. Profesábale Zadig un sincero y virtuoso cariño, y Semira le amaba con pasion. Rayaba ya el venturoso dia que á enlazarlos iba, quando paseándose ámbos amantes fuera de las puertas de Babilonia, baxo unas palmas que daban sombra á las riberas del Eufrates, viéron acercarse unos hombres armados con alfanges y flechas. Eran estos unos sayones del mancebo Orcan, sobrino de un ministro, y en calidad de tal los aduladores de su tio le habian persuadido á que podia hacer quanto se le antojase. Ninguna de las prendas y virtudes de Zadig poseía; pero creído que se le aventajaba mucho, estaba desesperado por no ser el preferido. Estos zelos, meros hijos de su vanidad, le hiciéron creer que estaba enamorado de Semira, y quiso robarla. Habíanla cogido los robadores, y con el arrebato de su violencia la habian herido, vertiendo la sangre de una persona que con su presencia los tigres del monte Imao habria amansado. Traspasaba Semira el cielo con sus lamentos, gritando: ¡Querido esposo, que me llevan de aquel á quien adoro! No la movia el peligro en que se veía, que solo en su caro Zadig pensaba. Defendíala este con todo el denuedo del amor y la valentía, y con ayuda de solos dos esclavos ahuyentó á los robadores, y se traxo á Semira ensangrentada y desmayada, que al abrir los ojos conoció à su libertador. ¡O Zadig! le dixo, os queria como á mi esposo, y ahora os quiero como aquel á quien de vida y honra soy deudora. Nunca rebosó un pecho en mas tiernos afectos que el de Semira, nunca tan linda boca pronunció con tanta viveza de aquellas inflamadas expresiones que de la gratitud del mas alto beneficio y de los mas tiernos raptos del cariño mas legitimo son hijas. Era leve su herida, y sanó en breve. Zadig estaba herido de mas peligro, porque una flecha le habia hecho una honda llaga junto al ojo. Semira importunaba á los Dioses por la cura de su amante: dia y noche bañados los ojos en llanto, aguardaba con impaciencia el instante que los de Zadig se pudieran gozar en mirarla; pero una apostema que se formó en el ojo herido causó el mayor temor. Enviáron á llamar á Menfis al célebre médico Hermes, que vino con una crecida comitiva; y habiendo visitado al enfermo declaró que irremediablemente perdia el ojo, pronosticando hasta el dia y la hora que habia de suceder tan fatal desman. Si hubiera sido, dixo, el ojo derecho, yo le curaria; pero las heridas del izquierdo no tienen cura. Toda Babilonia se dolió de la suerte de Zadig, al paso que quedó asombrada con la profunda ciencia de Hermes. Dos dias despues reventó naturalmente la apostema, y sanó Zadig. Hermes escribió un libro, probándole que no debia haber sanado, el qual Zadig no leyó; pero luego que pudo salir, fué á ver á aquella de quien esperaba su felicidad, y por quien únicamente queria tener ojos, Hallábase Semira en su quinta, tres dias hacia, y supo Zadig en el camino, que despues de declarar resueltamente que tenia una invencible antipatia á los tuertos, la hermosa dama se habia casado con Orcan aquella misma noche. Desmayóse al oir esta nueva, y estuvo en poco que su dolor le conduxera al sepulcro; mas despues de una larga enfermedad pudo mas la razon que el sentimiento, y fué no poca parte de su consuelo la misma atrocidad del agravio. Pues he sido víctima, dixo, de tan cruel antojo de una muger criada en palacio, me casaré con una hija de un honrado vecino. Escogió pues por muger á Azora, doncella muy cuerda y de la mejor índole, en quien no notó mas defecto que alguna insustancialidad, y no poca inclinacion á creer que los mozos mas lindos eran siempre los mas cuerdos y virtuosos.
CAPITULO II
Las narices.
Un dia que volvia del paseo Azora toda inmutada, y haciendo descompuestos ademanes: ¿Qué tienes, querida? le dixo Zadig; ¿qué es lo que tan fuera de tí te ha puesto? ¡Ay! le respondió Azora, lo mismo hicieras tú, si hubieses visto la escena que acabo yo de presenciar, Habia ido á consolár á Cosrúa, la viuda jóven que ha erigido, dos días ha, un mausoleo al difunto mancebo, marido suyo, cabe el arroyo que baña esta pradera, jurando á los Dioses, en su dolor, que no se apartaria de las inmediaciones de este sepulcro, miéntras el arroyo no mudara su corriente. Bien está, dixo Zadig; eso es señal de que es una muger de bien, que amaba de veras á su marido. Ha, replico Azora, si tú supieras qual era su ocupacion quando