Cuentos Clásicos del Norte, Segunda Serie. Washington Irving

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Cuentos Clásicos del Norte, Segunda Serie - Washington Irving


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y en apariencia abandonada. Tal desolación se sobrepuso a sus temores conyugales, y llamó en alta voz a su mujer y a sus hijos. Las desiertas piezas resonaron un momento con sus voces y luego quedó todo nuevamente silencioso.

      Apresuróse a salir y se dirigió rápidamente a su antiguo refugio, el mesón de la aldea; pero éste también había desaparecido. En su lugar veíase un amplio y desvencijado edificio de madera con grandes y destartaladas vidrieras, rotas algunas de ellas y recompuestas con enaguas y sombreros viejos, el cual ostentaba pintado sobre la puerta un rótulo que decía: “Hotel Unión, de Jónathan Dóolittle.” En vez del gran árbol que cobijaba con su sombra al silencioso y menudo mesonero holandés de otros tiempos, alzábase ahora una larga y desnuda pértiga con algo semejante a un gorro rojo de dormir en su extremidad superior, y de la cual se desprendía una bandera de rayas y estrellas en singular combinación: cosas todas extrañas e incomprensibles. Reconoció en la muestra, sin embargo, la rubicunda faz del rey Jorge, debajo de la cual había saboreado pacíficamente tantas pipas; pero aun la figura se había metamorfoseado de manera singular. La chaqueta roja habíase convertido en azul y ante; ceñía una espada en lugar del cetro; la cabeza estaba provista de un sombrero de tres picos, y debajo del retrato leíase en grandes caracteres: GENERAL WASHINGTON.

      Había, como de costumbre, una multitud de gente delante de la puerta, pero Rip no podía reconocer a nadie. Aun el espíritu del pueblo parecía cambiado. Oíanse acaloradas y ruidosas discusiones en lugar de las flemáticas y soñolientas pláticas de otros tiempos. Buscaba en vano al sabio Nicholas Védder con su ancho rostro, su doble papada y su larga y hermosa pipa, lanzando nubes de humo en vez de discursos ociosos; o al maestro de escuela Van Búmmel, impartiendo a la concurrencia el contenido de antiguos periódicos. En lugar de ellos, un flaco y bilioso personaje con los bolsillos llenos de proclamas, peroraba con vehemencia sobre los derechos de los ciudadanos, las elecciones, los miembros del congreso, la libertad, Búnker Hill, los héroes del setenta y seis, y otros tópicos que resultaban una perfecta jerga babilónica para el trastornado Van Winkle.

      La aparición de Rip con su inmensa barba gris, su escopeta mohosa, su exótica vestimenta, y un ejército de mujeres y chiquillos pisándole los talones, atrajo muy pronto la atención de los políticos de taberna. Amotináronse a su alrededor mirándole con gran curiosidad de la cabeza a los pies. El orador se abalanzó hacia él y llevándole a un costado inquirió “de qué lado había dado su voto.” Rip quedó estupefacto. Otro pequeño y atareado personaje cogiéndole del brazo y alzándose de puntillas le preguntó al oído: “¿Demócrata o federal?” Veíase Rip igualmente perdido para comprender esta pregunta, cuando un sabihondo, pomposo y viejo caballero, con puntiagudo sombrero de tres picos, abrióse paso entre la muchedumbre apartándola con los codos a derecha e izquierda, y plantándose delante de Rip Van Winkle con un brazo en jarras y descansando el otro en su vara, con ojos penetrantes y su agudo sombrero amenazador, preguntó con tono austero, como si quisiera ahondar hasta el fondo de su alma, “qué motivo le traía a las elecciones con fusil al hombro y una multitud a sus huellas, y si intentaba por acaso provocar una insurrección en la villa.”

      – ¡Ay de mí, caballero, – exclamó Rip con desmayo, – yo soy un pobre hombre tranquilo, un habitante del lugar y un vasallo leal de su majestad, a quien Dios bendiga! —

      Aquí estalló una protesta general de los concurrentes.

      – ¡Un conservador! ¡un conservador! ¡un espía! ¡un emigrado! ¡golpe con él! ¡afuera! – Con gran dificultad pudo restablecer el orden el pomposo caballero del sombrero de tres picos; y, asumiendo tal gravedad que produjo diez arrugas por lo menos en su entrecejo, preguntó de nuevo al incógnito criminal el motivo que le traía y a quién andaba buscando por el pueblo. El pobre hombre aseguró humildemente que no tenía proyectos subversivos sino que venía simplemente en busca de algunos de sus vecinos que acostumbraban parar en la taberna.

      – Bien, ¿quiénes son ellos? Nombradlos. —

      Rip meditó un momento e inquirió luego: – ¿Dónde está Nicholas Védder? —

      Hubo un corto silencio, hasta que un viejo replicó con voz débil y balbuciente:

      – ¡Nicholas Védder! ¡Vaya! ¡Si murió y está enterrado hace dieciocho años! Una lápida de madera daba razón de él en el cementerio de la iglesia, pero se gastó también y ya no existe.

      – ¿Dónde está Brom Dútcher?

      – ¡Oh! se fue al ejército al principio de la guerra; algunos dicen que murió en la toma de Stony Point;8 otros que se ahogó en una borrasca al pie de Ántony’s Nose.9 Yo no podría decirlo; lo que sé es que nunca regresó.

      – ¿Dónde está Van Búmmel, el maestro de escuela?

      – Se fué también a la guerra, se convirtió en un gran general y está ahora en el congreso. —

      El corazón de Rip desfallecía al escuchar tan tristes nuevas de su patria y de sus amigos, y encontrarse de repente tan solo en el mundo. Las respuestas le impresionaban también por el enorme lapso de tiempo que encerraban y por los temas de que trataban y que él no podía comprender: la guerra, el congreso, Stony Point. No tuvo valor de preguntar por sus otros amigos, pero gritó con desesperación:

      – ¿Nadie conoce aquí a Rip Van Winkle?

      – ¡Oh, seguramente! Rip Van Winkle está allí recostado contra el árbol. —

      Rip miró en la dirección indicada y pudo contemplar una exacta reproducción de sí mismo como cuando fué a la montaña; tan holgazán como él, al parecer, e indudablemente harapiento al mismo grado. El pobre hombre quedó del todo confundido. Dudaba de su propia identidad y si sería él Rip Van Winkle o cualquier otra persona. En medio de su extravío, el hombre del sombrero de tres picos le preguntó quién era y cómo se llamaba.

      – ¡Sólo Dios lo sabe! – exclamó, al cabo de su entendimiento. – ¡Yo no soy yo mismo, soy alguna otra persona; no estoy allá, no; ése es alguien que se ha metido dentro de mi piel. Yo era yo mismo anoche, pero me quedé dormido en la montaña y allí me cambiaron mi escopeta y me lo han cambiado todo. Yo mismo estoy cambiado, y no puedo decir siquiera cuál es mi nombre ni quién soy! —

      A estas palabras los circunstantes comenzaron a cambiar entre sí miradas significativas, sacudiendo la cabeza, guiñando los ojos y golpeándose la frente con los dedos. Corrió también un murmullo sobre la conveniencia de asegurar el fusil y aun al viejo personaje para evitar que hiciera algún daño; ante cuya suposición el sabihondo caballero del sombrero de tres picos se retiró con marcada precipitación. En tan crítico momento, una fresca y hermosa joven avanzó entre la multitud para echar una ojeada al hombre de la barba gris. Llevaba en sus brazos un rollizo chiquillo que asustado con el extranjero rompió a llorar.

      – ¡Sht, Rip! – dijo la joven, calla, tontuelo; el viejo no te hará ningún daño. —

      El nombre del niño, el aire de la madre, la entonación de su voz, todo despertó en Rip Van Winkle un mundo de recuerdos. – ¿Cómo os llamais, buena mujer? – preguntó.

      – Judith Gardenier.

      – ¿El nombre de vuestro padre?

      – ¡Ah, pobre hombre! Llamábase Rip Van Winkle, pero hace veinte años que salió de casa con su fusil y jamás regresó ni hemos sabido de él desde entonces. Su perro volvió solo a la casa; y nadie podría decir si mi padre se mató o si los indios se lo llevaron. Yo era entonces una chiquilla. —

      Quedábale a Rip sólo una pregunta por hacer y la propuso con voz desfallecida:

      – ¿Dónde está vuestra madre?

      – ¡Oh! ella murió poco después. Se le rompió una arteria en un arranque de cólera con un buhonero de Nueva Inglaterra. —

      Aquello era una gota de alivio, a su entender. El buen hombre no pudo contenerse por más tiempo. Cogió a su hija y al niño entre sus brazos, exclamando:

      – ¡Yo soy vuestro padre! ¡El


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<p>8</p>

Sobre el Hudson. Esta fortaleza es famosa por el atrevido asalto del “loco” Anthony Wayne, el 15 de julio de 1779.

<p>9</p>

Algunas millas arriba de Stony Point se encuentra el promontorio de Ánthony’s Nose (La nariz de Antonio). Si hemos de dar crédito a Díedrich Kníckerbocker, este promontorio fué llamado así en memoria de Anthony Van Córlear, trompeta de Stúyvesant. “Debe saberse que la nariz de Ánthony el trompeta era de tamaño muy desarrollado, elevándose atrevidamente en su rostro como una montaña de Golconda… Ahora, sucedió que cierta brillante mañana muy temprano, habiendo lavado cuidadosamente su voluminoso semblante el buen Anthony, estaba inclinado sobre el entrepaño de la galera contemplándose en las claras ondas. En este preciso momento el ilustre sol, rompiendo en todo su esplendor detrás de un alto risco de las montañas, lanzó uno de sus rayos más fulgentes sobre la bruñida nariz del trompeta; y la refracción de este rayo cayendo directamente al fondo del agua como ardiente proyectil fué a matar a un enorme cocodrilo que se solazaba cerca del buque… Cuando este prodigioso milagro llegó a oídos de Péter Stúyvesant, le causó… extraordinaria maravilla; y como monumento a tal suceso, dió el nombre de Ánthony’s Nose a un macizo promontorio de las cercanías que ha continuado llamandose así desde aquellos tiempos.” —History of New York, libro VI. capítulo IV.