¿Psicólogo o no psicólogo? Cuándo y a quién consultar. Patrick Delaroche

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¿Psicólogo o no psicólogo? Cuándo y a quién consultar - Patrick Delaroche


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lo haga todo como él». Después: «El maestro está menos burlón que antes. Seguro que se ha dado cuenta de que trabajamos mejor cuando grita menos». Al cabo de algunas sesiones, declara: «Ahora que ya lo he dicho todo, puedo hacer la reeducación».

      En este caso, el deseo del niño ha prevalecido no solo por encima del de los padres (lo cual es poco habitual) sino también sobre el sentido común y objetivo que dice que se «rehabilitan» los tipos de trastornos llamados «instrumentales» en oposición a los de tipo afectivo, es decir, un trastorno relacionado con el aprendizaje más que con la relación educativa.

      El criterio subjetivo también puede ser simplemente temporal: el niño no está listo por ahora, pero podrá estarlo más adelante.

      ♦ Criterios objetivos

      Los criterios objetivos están formados por diferentes parámetros:

      • La edad. Puede parecer que los tratamientos se dirigen a niños que hablan, lo cual no es del todo cierto, porque pueden realizarse terapias madre-hijo basadas no solo en las palabras de la madre sino también en los gestos del bebé que «responde» a las actitudes maternas. Es impresionante ver la expresividad del bebé cuando el analista habla con él o con su madre. Françoise Dolto ha demostrado que una intervención del analista puede ser excelente en muchas dificultades de los bebés. Así, los cólicos de los tres primeros meses, la anorexia (falta de apetito), insomnios precoces, lloros continuos… son síntomas para los cuales resulta adecuado consultar a un psicoanalista especializado en trabajar con los más pequeños después de eliminar las posibles causas orgánicas; a menudo, pocas sesiones bastan.

      La psicoterapia y la reeducación pueden realizarse a todas las edades, solo cambia el instrumento de la terapia: en los niños muy pequeños se da más importancia al juego, pero en los que están ya en edad escolar se recurre al dibujo, a la plastilina o a las marionetas. Sea cual sea el instrumento utilizado, lo básico es lo que el niño puede llegar a decir. Incluso si, a través del dibujo, el especialista ve más de lo que le cuenta el niño, la regla es no interpretar bruscamente para no atormentar inútilmente al joven paciente con un problema del que no es consciente. Ello es válido para todos los tipos de tratamiento.

      Armando, visitado a la edad de 16 años, recuerda literalmente cómo le traumatizó la interpretación de un psiquiatra, amigo de su padre médico. Cuando tenía 6 años, este le pidió que dibujara a su familia. Armando «olvidó» dibujar los brazos de sus padres, y el psiquiatra declaró que «no cogían a su hijo en brazos y que este carecía de afecto». Era cierto, pero dicho así el comentario no hizo más que humillar a Armando, que se sintió traicionado porque el psiquiatra había desvelado su sufrimiento sin que él lo hubiera pedido.

      • Las muestras del comportamiento. Ensimismamiento, agresividad, nerviosismo, timidez… traducen una posible dificultad en el campo afectivo. El profesional quizás detecte los síntomas de una neurosis, una psicosis o una depresión en el niño o, como sucede con muchos síntomas, concluirá que estos solo indican un problema de relación que siempre implica a los demás, y los enfados son un buen ejemplo. Las fugas en adolescentes tampoco indican necesariamente una patología intrínseca.

      • Las dolencias de origen psicosomático. Resultaría demasiado extenso hablar aquí de qué es psicosomático y qué no; de hecho, para calificar con rigor un trastorno psicosomático, deberíamos «probar» que un problema psíquico ha causado una lesión orgánica. Cabe decir que, mientras todavía no se habían descubierto las verdaderas causas orgánicas de ciertas enfermedades, la tendencia era encontrarles un origen psíquico, sobre todo si tenían repercusión sobre el carácter.[6] El modelo demostrado de una afección psicosomática es el del enanismo psicosocial: se trata de niños de poca estatura que empiezan a crecer en cuanto se les retira del entorno familiar y que dejan de crecer cuando regresan al mismo; la prueba se obtuvo con la dosificación nocturna de la hormona de crecimiento, pero este tipo de prueba es excepcional. La mayoría de los pediatras, sin embargo, han observado que ciertos niños reaccionan ante la ansiedad de la madre mediante cólicos cuando su sistema nervioso vegetativo no está maduro, es decir, antes de los tres meses, después de los cuales desaparecen. Algunas infecciones, como las rinofaringitis o las otitis reiteradas, parecen sensibles al estado afectivo del niño y de su entorno, ya que desaparecen cuando este cambia. Pero debemos ser prudentes en cuanto a su interpretación, ya que, aunque la correlación sea cierta, el modo de expresión del trastorno psíquico a través del cuerpo demuestra que todavía no puede expresarse verbalmente (o no puede «ser mentalizado», según la expresión). Por consiguiente, prefiero hablar de signos de alerta que utilizan la vía corporal.

      Martín, de 5 años, sufre fuertes dolores de cabeza y vómitos por los que ha tenido que ser hospitalizado, sin que las pruebas revelen nada orgánico. El pediatra me lo envía porque «en él, no consigue distinguir lo psíquico de lo orgánico». Estas molestias se producen desde hace varios años sin que pueda establecerse un vínculo evidente con hechos concretos. Martín no tiene molestias en casa de sus abuelos maternos, pero ahora se encuentra lejos de ellos debido al traslado de sus padres. Para él, este alejamiento ha supuesto una ruptura difícil. Desde entonces, de hecho, choca mucho con su madre y rechaza ciertos alimentos. Me entero de que los padres han cambiado de domicilio para alejarse de la suegra. En la segunda visita, sucede casi un milagro: Martín ha dejado de vomitar y los padres lo relacionan sobre todo con unos problemas evidentes. De repente, han decidido dejar de ceder: ahora, aunque vomite, si tienen que marcharse, cogen el coche. Los padres no se sienten culpables y se comportan como padres, lo cual disminuye la ansiedad de Martín.

      • Las dificultades de aprendizaje. Un gran número de disortografías o de discalculias puede ser objeto de reeducaciones adecuadas, sobre todo cuando se producen de manera aislada, pero antes hemos visto que muchas de ellas van acompañadas de otras dificultades que es necesario resolver previamente antes de iniciar la reeducación. Además, pueden tener un significado inconsciente cuya descodificación podrá permitir en ocasiones una gran mejoría. La incapacidad de hacer divisiones o restas puede traducir la imposibilidad para el niño de aceptar una recomposición familiar, por ejemplo el divorcio de sus padres. Como mostró Stella Baruk en Échec et maths[7] (Fracaso y matemáticas), el problema de las matemáticas también plantea, sobre todo en los enunciados, un problema de lengua, es decir, de comprensión, cuyas raíces suelen ser psicológicas.[8]

      ♦ Cómo presentárselo al niño

      Un primer consejo: si teme que su hijo pequeño o adolescente rechace la consulta con el especialista, sobre todo no le cuente historias. No le diga, por ejemplo, que se lo lleva de compras. Primero, el niño comprobará que lo ha engañado, lo cual no es nada deseable. La mentira de los padres merma en el niño de forma duradera su confianza en ellos y en los adultos. Además, pondrá más difícil la tarea al especialista, porque deberá partir de lo que molesta al niño para proponerle una ayuda.

      Si el niño no sabe por qué va, o más bien por qué sus padres lo han llevado, no tendrá nada que decir a este extraño que le hace preguntas.

      A decir verdad, muchos padres temen dar al niño la impresión de que se están quejando a una tercera persona. Es cierto que la petición de ayuda aparece a menudo de esta forma. «En clase trabaja poco, desobedece, tiene pataletas, todavía se hace pipí en la cama, etc.» se utiliza más que «está mal consigo mismo, está triste, no tiene amigos». Este segundo registro, por otro lado, también es considerado negativo por los padres y, por ello, el niño que lo oye suele sentirse menospreciado por tales observaciones.

      Por todas estas razones, aconsejo a los padres que digan al niño la verdad, pero una verdad traducida en palabras simples; por ejemplo, los padres pueden explicarle al niño que necesitan los consejos de un psicólogo porque no saben cómo arreglárselas, o que están preocupados y quieren saber si su hijo necesita una ayuda externa. A partir de aquí, el especialista podrá ver al niño solo y presentarse ante él como «un doctor que no pone inyecciones» en el caso de los más pequeños, que se conforman con poco, y seguir con «… que habla con los


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<p>6</p>

Este fue el caso de la úlcera gastroduodenal, cuyo causante sabemos ahora que es un microbio, o del glaucoma (hipertensión ocular), que de hecho es una enfermedad hereditaria.

<p>7</p>

Point Sciences, Le Seuil.

<p>8</p>

Véase el caso de Carlota en el capítulo 7.