La Fontana de Oro. Benito Pérez Galdós
Читать онлайн книгу.vida y sin honor. ¿Había, por ventura, Constitución cuando España fué el primer país del mundo? Eso de hacer el pueblo las leyes es lo más monstruoso que cabe. ¿Cuándo se ha visto que el que ha de ser mandado haga las leyes? ¿Sería justo que nuestros criados nos mandaran? Aquí no hay Rey ni Dios esto se acabará; yo te jure que se acabará."
Al decir esto, el viejo abría los ojos y apretaba los puños con furor. El del café no pudo resistir al encanto de tanta elocuencia, levantóse de su trípode y le abrazó. Al alargar sus manos con entusiasmo, una botella cayó y fué rodando hasta dar un golpe á Robespierre, el cual, despertando súbitamente, dió un atroz maullido y fué á buscar regiones más tranquilas en lo alto del armario de los bizcochos.
Elías sacó de su bolsillo una pequeña faja negra, que le servía de tapabocas, se la envolvió al cuello y se dispuso á salir. El cafetero, con su oficiosidad acostumbrada en presencia de aquel personaje, se dirigió á abrirle la puerta. Ya principiaba á despuntar el día. El viejo realista salió sin saludar á su amigo y tomó la dirección de su casa.
CAPÍTULO III
#Un lance patriótico y sus consecuencias#.
Don Elías cruzaba la Carrera de San Jerónimo, cuando vió que hacia él venían unos cuantos hombres que reían y gritaban dando vivas á la Constitución y á Riego. Trató de evitar el encuentro, y tomó la otra acera; pero ellos pasaron también, y uno le detuvo.
Eran cinco individuos, y de ellos tres, por lo menos, estaban completamente embriagados. Nuestro ya conocido Calleja les mandaba. Componíase la cuadrilla de un chalán del barrio de Gilimón y un matutero del Salitre, un caballero particular conocido en Madrid por sus trampas y gran prestigio en la plazuela de la Cebada, y finalmente, un mocetón alto, flaco y negro, que tenía fama de guerrillero, y del cual se contaban maravillas en las campañas de 1809 y después en los sucesos del 20. El sello de sus hazañas marcaba siniestramente su rostro en un chirlo, que le cogía desde la frente hasta el carrillo, cegándole un ojo y abollándole media nariz.
Los cinco detuvieran al anciano.
"¡Mátale, mátale!—dijo con aguardentosa voz el matutero, pinchando con la varita que llevaba en la mano el pecho de Elías.
–No, déjale, Perico. ¿De qué vale espachurrar á este bicho?
–Si es Coletilla—exclamó él del chirlo reconociéndole.—Coletilla, el amigo de Vinuesa, el que anda por los clubs para contarle al Rey lo que pasa.
–¡Que cante el Trágula!—dijo el chalán, que estaba envuelto desde el pescuezo á la rabadilla en un ceñidor encarnado, por entre cuyo pliegues asomaba el puño de uno de aquellos célebres alfileres de Albacete que tanto dan que hacer á la justicia.
–Tres Pesetas, coge por ese brazo al señorito."
Tres Pesetas puso su mano sobre el gorro de Elías y se lo tiró al suelo, dejando al aire la pelada calva del anciano. Carcajada sonora acogió este movimiento.
"¡Miren que orejazas de mochuelo!—añadió el guerrillero, tirándole de la derecha hasta inclinarle la cabeza sobre el hombro.
–Pos no tiene mala cabeza é pelailla pa jugar á los trucos—dijo el matutero, dándole un papirotazo en mitad del cráneo."
El realista estaba lívido de cólera: apretaba los puños en convulsión nerviosa, y en sus ojos brillaron lágrimas de despecho. En esto Calleja, que parecía tener gran autoridad entre aquella gente, se agarró al brazo de Elías, y exclamó, riendo con la desenfrenada hilaridad de la embriaguez:
"Ven, bravucón, ven con nosotros. Ciudadanos—prosiguió, volviéndose á los otros:—éste es el gran Coletilla, el mismo Coletilla. Seremos amigos. Nos va á presentar al Rey constitucional para que nos haga…."
–¡Menistros!—gritó el matutero enarbolando su vara.
–Ciudadanos, ¡viva el Rey absoluto, viva Coletilla!
–Vamos á jaserle comunero de la gran comuniá—dijo el matutero.—Primera prueba. ¡Que salte!
–¡Que salte!
–¡Que salte!
Y uno de ellos tomó de la mano á Elías como para hacerle saltar, mientras otro, empujándole con violencia, le hizo caer al suelo.
"Zegunda prueba—chilló Tres Pesetas:—toma esta espada, pincha á uno de nosotros."
Y sacando un sable le dió de plano tan fuerte golpe, que le obligó á caer en opuesto sentido.
"Dí '¡viva la constitución!'
–¿Pues no lo ha é ezir? Y si no, yo tengo aquí unas explicaeras…—vociferó el matutero, sacando su navaja.
–Este tunante fué el que delató al cojo de Málaga—dijo el caballero particular.
–Y el amigo de Vinuesa.
–Señores, éste no es más que Coletilla, el gran Coletilla—afirmó Calleja con mucha gravedad."
La ferocidad se pintaba en los ojos del matutero y del chalán. El de la cicatriz cogió por el cuello á Elías, y con su mano vigorosa le apretó contra el suelo.
"Suéltalo, Chaleco; déjalo tendido."
Es de advertir que el matutero era conocido entre los de su calaña por el extravagante nombre de Chaleco.
"Déjamelo á mi—exclamó el chalán.—Tríncalo por el piscuezo; quío ver lo que tienen esos realistas dentro del buche."
Muy mal parado estaba el infeliz Elías; y ya se encomendaba á Dios con toda su alma, cuando la inesperada llegada de un nuevo personaje puso tregua á la cólera de sus enemigos, salvándole de una muerte segura.
Era un militar alto, joven, bien parecido y persona de noble casa sin duda, porque, á pesar de su juventud, llevaba charreteras de una alta graduación. Traía largo capote azul, y uno de aquellos antiguos y pesados sables, capaces de cercenar de un tajo la cabeza de cualquier enemigo. Al verle que se interponía en defensa del anciano, los otros se apartaron con cierto respeto, y ninguno se atrevió á insistir.
"Vamos, señores, dejen ustedes en paz á ese pobre viejo, que no les hace ningún daño—dijo el militar.
–Si es Coletilla, el mismo Coletilla.
–Pero sois cinco contra él, y él es un pobre señor indefenso.
–Eso mismo decía yo—exclamó Calleja, con la misma risa de borracho.
–Poz que diga '¡viva el Rey constitucional!'
–Lo dirá cuando se vea libre de vosotros. Yo respondo de que es un buen liberal y hombre de bien.
–¡Si es un servilón!—exclamó Chaleco.
¿Y qué queréis hacer con él?—preguntó el militar.
–Poca cosa—dijo Tres Pesetas, que era el más atrevido.—No más que abrirle un tragaluz en la barriga pa que salgan á misa las asaúras.
–Vamos, marchaos á vuestras casas—dijo el militar con mucha entereza:—yo le defiendo.
–¿Usía?
–Sí, yo. Marchaos, yo respondo de él.
–Pues sino ize ¡viva la…!
–Dí '¡viva la Constitución!'—exclamaron todos á la vez, menos Calleja, que se estaba riendo como un idiota.
–Vamos—manifestó el militar, dirigiéndose á Elías: dígalo usted, es cosa que cuesta poco, y además hoy debe decirlo todo buen español.
–¡Que lo diga!
–¡Que lo iga pronto!"
El militar persistía en que dijera aquellas palabras, como un medio de verse libre; pero Elías continuaba en silencio.
"Vamos padrito, pronto—dijo el matutero.
–¡No!—exclamó