Un Giro En El Tiempo. Guido Pagliarino

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Un Giro En El Tiempo - Guido Pagliarino


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lanzando el bulo del meteorito. Hasta hoy nuestra Aeronáutica ha sido la primerísima del mundo y el mundo debe continuar pensándolo. ¡Mil kilómetros por hora! ¡Parece una novela de Julio Verne! Tenemos que lograrlo nosotros también, ¿eh?”

       “Sin duda, Duce”, había asegurado Bocchini, aunque con respecto a la fabricación de aviones, él era como mortadela con fresas con nata.

       “Si no me lo dijeras tú, no lo creería; mil kilómetros por hora; formidable; pero volviendo a la mujer muerta: su presencia en la aeronave corrobora lo que he dicho antes”.

      â€œÂ¿?”

      â€œâ€¦ ¡Que sí, que se trata de espionaje! La mujer, por serlo, no podría ser militar, sino una intérprete o algo parecido, de un servicio secreto”.

      â€œSí, Duce. Lo investigaré. Entre tanto, si me lo permite, le continúo informando”.

      â€œProceda”.

      â€œCon otras tantas ambulancias, se han llevado los tres cadáveres a la morgue del Hospital Militar de Milán, donde han quedado a la espera de la autopsia. Al mismo tiempo se han reunido en el lugar del impacto camiones especiales y grúas móviles de la Aeronáutica, con neumáticos gruesos y orugas para terrenos sin asfaltar y han conseguido cargar el aparato y librar a la zona de su abrumadora presencia, evidentemente después de haber cortado el tráfico a lo largo de todo el trayecto, ya que el disco ocupa casi todo el ancho de la carretera”.

      â€œÂ¿Algún daño a los cultivos locales?”.

      â€œEh, sí, Duce, entre los neumáticos y las orugas, y considerando que hasta la carretera asfaltada solo estaba el camino de tierra, los campos a ambos lados de este han sufrido daños notables”.

      â€œIndemnizaremos a los propietarios. Y advertiremos al prefecto local... ¿de qué provincia?”.

      â€œVarese, Vergiate está en la provincia de Varese”.

      â€œSí, Varese. ¿Hay fotos del disco?”.

      â€œSí, Duce, se han tomado muchísimas fotografías”.

      â€œQuiero verlas de inmediato”.

      â€œLas están revelando, Duce. Mañana por la mañana, como muy tarde, estarán su escritorio mediante correo urgente de la Seguridad Pública”.

      â€œBien. Continúe”.

      â€œLa aeronave se ha guardado no muy lejos del lugar de aterrizaje, en la fábrica de las antiguas Oficinas Electroquímicas Doctor Rossi, adquiridas hace tiempo por la empresa aérea SIAI Marchetti, que las ha transformado en una fábrica de aviones. Junto a la instalación, la SIAI, con la aprobación del Ministerio de la Aviación y con la colaboración del Genio Aeronáutico, han preparado una pista para vuelos de prueba.

      â€œÂ¿Y con respecto a la seguridad?”

      â€œUn manípulo11 de la Milicia del cuartel Berta monta guardia tanto sobre el disco como sobre la pista; he nombrado a dos subtenientes de la OVRA, que me informarán diariamente”.

      â€œTodos deben estar siempre fresquísimos de mente, para no sufrir ni un solo momento de distracción. ¿Harán turnos de veinticuatro horas?”.

      â€œNo, Duce: cambio del manípulo y de mis hombres cada doce horas, porque así todos están siempre alerta”.

      â€œBien. Escuche, Bocchini, no hace falta subrayar que esto tiene prioridad absoluta. Debe salir inmediatamente la prohibición a la prensa de hablar del suceso, solo se deberá hablar de un aerolito natural e insistir en ese cuento, aunque alguien con información haya dado ya información real. Dale los medios a la Stefani y haz precisar a los periodistas que los autores, aunque solo sean unos pocos, serán denunciados ante el Tribunal Especial para la Seguridad del Estado”.

      El duro efecto de esa denuncia habría sido el confinamiento político en la peuqeña isla con acantilados de Ventotene, asignada para vacaciones forzosas de miembros desafectos del mundo de la cultura y periodistas insuficientemente fieles a las órdenes transmitidas por la susodicha propaganda de la Agencia Stefani.

      â€œAdiós, Bocchini. Te llamaré”, había terminado Mussolini.

      El jefe de la OVRA, después de responder a la despedida y colgar el teléfono, descolgó otro aparato, que estaba en comunicación directa con la central de la Stefani y había dado las instrucciones estrictas que había recibido del Gran Jefe. Había ordenado enviar dichas órdenes a todos los medios de información por vía telegráfica de inmediato.

      La sede milanesa de la agencia se había activado inmediatamente, no solo porque era la más cercana al lugar del aterrizaje, sino porque en Milán residía el jefe de la Stefani, Manlio Morgagni y esa sección se consideraba tan importante, si no más, que la de Roma.

      Inmediatamente después Bocchini en persona daba telefónicamente al Observatorio de Brera la orden de apresurarse a trasladar a la prensa el “boletín científico” que atestiguaría que el objeto visto en el cielo de Milán era absolutamente natural, un aerolito que había caído a tierra en campo abierto; a esto le seguiría una carta de solicitud de confirmación del director del observatorio que había sido entregada en mano por un correo de la Seguridad Pública, carta que solo debía ver y devolver de inmediato al portador, que la había devuelto al OVRA y que esta había archivado entre los documentos clasificados como alto secreto.

      Capítulo 2

      Permanecerían mucho tiempo sobre aquel planeta azul de masa un poco menor que la de su mundo y que tenía mares y continentes.

      Poco después de llegada de la cronoaeronave a la órbita normal, los cronoastronautas habían lanzado el satélite de inspección para el mapeado y la investigación de posibles formas biológicas. Analizados los datos, habían encontrado vida animal dentro de los océanos y las grandes superficies acuáticas lacustres, pero no sobre la tierra emergida, aunque pudieron advertir vestigios de una civilización ya extinguida. La vegetación en tierra firme, que era en buena parte desértica, iba de los musgos a los arbustos y las matas y sobre la superficie de las aguas iba de las algas a los nenúfares: no había presente en aquel mundo ninguna forma vegetal más compleja.

      Los exploradores científicos habían descendido a bordo de lanzaderas que se movían bajo el principio de la antigravedad, aprovechando la energía solar de la estrella más cercana y, como reserva, la producida por la fusión nuclear en la cronoaeronave y almacenada en los acumuladores de dichas lanzaderas. Cada una de ellas tenía como dotación estándar cuatro misiles equipados con bombas, dos eran potentes desintegradores y dos de fusión térmica, que no debían servir como armas, salvo en casos extremos, sino para operaciones científicas, como por ejemplo para levantar un terreno para investigación geológica. En caso de hostilidad de los nativos o presencia de animales feroces en el lugar de desembarco, por otro lado ausentes en este planeta, cada disco podía lanzar rayos que aturdían y paralizaban temporalmente. En cuanto a la defensa personal, cada investigador llevaba una pequeña pero eficaz arma paralizadora individual. Todos portaban también, para sus más diversas necesidades, una microcalculadora que, dependiendo de su psicología, estaba implantada quirúrgicamente en el cerebro y se activaba con el pensamiento o se llevaba en el bolsillo o la cintura y podía manejarse con la voz. Por fin, cada uno llevaba un pequeño contenedor con mosquitos electrónicos espías, activables mediante voz y útiles para la exploración del territorio de forma casi secreta, ya que parecían ser simples insectos.


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