Antes De Que Cace . Блейк Пирс
Читать онлайн книгу.Mackenzie ya había visto este enfoque antes. Kim estaba eligiendo mantener toda conversación sobre su marido fallecido fuera de las cuatro paredes de su casa.
“¿Entonces qué es lo que creen que les pueda ofrecer?” preguntó Kim. “Ya repasé esto al menos tres veces después de que muriera Jimmy. No tengo ninguna información nueva.”
“Bueno, el bureau sí,” dijo Mackenzie. “Para empezar, después de su marido y otro hombre más, el asesino parece haber tomado un interés por los vagabundos. Ya ha matado a cuatro que nosotros sepamos. ¿Sabe si había alguna conexión que Jimmy pudiera tener con la comunidad de los sin techo?”
La pregunta pareció dejarla perpleja. La expresión en su rostro era de confusión y disgusto. “No. Lo más cerca que ha podido estar de los sin techo fue cuando llevaba la ropa de la que se había cansado al Ejército de Salvación. Lo hacemos dos veces al año para hacer espacio en los armarios.”
“¿Y qué hay de la gente con la que trabajaba? ¿Sabe si alguno de ellos pudiera haber tenido alguna conexión con gente sin techo o quizá solo con los más necesitados?”
“Lo dudo. Estaba solamente él con otros dos hombres dirigiendo una pequeña compañía de marketing. No se equivoque… Jimmy siempre fue un hombre compasivo, pero él nunca—ninguno de los dos, para ser honestos, llegamos a implicarnos en servicios comunitarios.”
Mackenzie buscó y rebuscó en pos de su siguiente pregunta, pero no le venía a la mente. Ahora ya estaba bastante segura de que Jimmy Scotts había sido un objetivo al azar. Ni razón, ni motivo, solo la mala pata de haber sido visto y aparentemente seguido por el asesino. Esto también le hizo pensar que quizá las muertes de Gabriel Hambry, Dennis Parks, y de su padre también lo fueran.
En fin, quizá no. Hay una conexión entre mi padre y Dennis Parks. Así que, si sus muertes no fueron fortuitas, ¿por qué lo serían las demás?
“¿Qué hay de sus hijas?” preguntó Ellington, retomando el hilo de la conversación. “¿Participan ellas en algún proyecto de compromiso con la comunidad de la escuela o algo así?
“No,” dijo Kim. El aspecto de su cara dejaba claro que no le gustaba nada en absoluto pensar en que sus hijas pudieran estar relacionadas de ninguna manera con este asesino.
“Ha mencionado que su marido trabajaba con unos cuantos amigos en una empresa de marketing. ¿Sabe si alguna vez tuvieron clientes que pudieran haber estado vinculados con algún tipo de compromiso con la comunidad?”
“Eso no lo sé. De ser cierto, se hubiera tratado de un proyecto pequeño. Jimmy solo me hablaba de los grandes proyectos. Claro que, si quieren, tengo copias de todos los albaranes. No sé cómo acabaron llegando a mis manos cuando murió. Los puedo traer para que los vean si lo desean.”
“Eso sería útil,” dijo Mackenzie.
“Un momento, por favor,” dijo Kim. Regresó al interior de la casa, cerrando la puerta al hacerlo y sin invitarles todavía a pasar.
“Buena idea lo de los clientes,” dijo Ellington. “¿Crees que saldrá algo de todo ello?”
Mackenzie se encogió de hombros. “No vendrá mal.”
“Podría requerir mucha investigación,” señaló Ellington.
“Sin duda, pero eso nos dará algo que hacer durante ese trayecto de seis horas hasta el condado de Morrill.”
“Genial.”
Kim volvió a salir al porche con cinco carpetas enormes apiladas y sostenidas en su sitio con unas anillas y una goma enorme. “Sinceramente,” dijo ella, “me alegro de deshacerme de ello. Pero, si no es mucho pedir, ¿podrían decirme algo si encuentran alguna cosa? Puede que haya intentado poner esta muerte a mis espaldas, pero eso no significa que el misterio de todo este asunto no me vuelva loca a veces.”
“Sin duda alguna,” dijo Mackenzie. “Señora Scotts, gracias por su tiempo y su cooperación.”
Kim les lanzó un breve gesto de asentimiento y se quedó allí de pie mientras ellos descendían por los escalones y se dirigían de vuelta al coche. Mackenzie podía sentir la mirada de la viuda sobre ella, asegurándose de que no se hiciera mención de su marido muerto dentro de su casa. Kim no relajó la postura hasta que tanto Mackenzie como Ellington estuvieron dentro del coche.
“Pobre mujer,” dijo Ellington. “¿Crees que realmente ha dejado esto atrás?”
“Quizás. Dice que lo ha dejado atrás pero no estaba por la labor de dejarnos entrar a su casa. No quería que se mencionara su muerte allí dentro.”
“Pero, al mismo tiempo,” dijo Ellington, levantando las carpetas que les había entregado, “pareció contenta de librarse de todo esto.”
“Quizá también quiera deshacerse de los recordatorios que haya en la casa de él,” dijo.
Sacaron el coche de su aparcamiento, en dirección a la interestatal. Los dos guardaron silencio, un silencio casi respetuoso por la viuda doliente con la que acababan de hablar.
Estaban de regreso en la oficina de campo justo en el momento que los oficinistas estaban disponiéndose a terminar su jornada. Mackenzie se preguntó cómo sería eso de que un reloj organizara tu tiempo en vez de que lo hicieran las preocupaciones acuciantes que solían llegar con los macabros casos que le solían asignar. No creía que pudiera manejarlo.
Ellington y ella se reunieron con Penbrook en la misma sala de conferencias que habían visitado por la mañana. Había sido una larga jornada, que el vuelo tempranero desde DC había hecho comenzar muy temprano. No obstante, sabiendo cuál era el siguiente paso en el proceso, Mackenzie se sentía revitalizada y preparada para ponerse de nuevo en marcha.
Pusieron al día a Penbrook contándole su conversación con Kim Scotts y les llevó algún tiempo revisar los albaranes que les había dado. Lo hicieron con rapidez, casi como un ejercicio obligado.
“¿Qué hay por aquí en el frente local?” preguntó Ellington. “¿Alguna novedad?”
“Ninguna,” dijo Penbrook. “Con toda honestidad, me encantaría escuchar lo que tenéis vosotros. Entiendo que este caso te toca de cerca, agente White. ¿Cuál es nuestro siguiente paso?”
“Quiero ir al condado de Morrill. Allí es donde mataron tanto a mi padre como a Jimmy Scotts. Y como parece que la muerte de mi padre parecer haber sido la primera de esta serie, creo que es el mejor lugar por donde empezar.”
“¿En busca de qué, exactamente?” preguntó Penbrook.
“Todavía no lo sé.”
“Pero no te dejes engañar por eso,” le dijo Ellington. “Consigue algunos de sus mejores resultados cuando entra a por ello sin ninguna idea de lo que está buscando.”
Mackenzie le lanzó una sonrisa maliciosa y volvió su atención hacia Penbrook. “Crecí en un pueblo que se llama Belton. Voy a empezar por allí. Sabré cuál es el siguiente paso cuando se presente.”
“Si eso es lo que quieres hacer, no intentaré disuadirte,” dijo Penbrook. “Pero el condado de Morrill está a cuánto… ¿seis horas de distancia?”
“No me importa conducir,” dijo Mackenzie. “Estaré bien.”
“¿Cuándo vas a salir hacia allá?”
“Quizá pronto. Si puedo salir de aquí para las seis, eso me colocaría en Belton para la medianoche.”
“En fin, feliz viaje entonces,” dijo Penbrook. Parecía decepcionado y un poco disgustado. Mackenzie asumió que eso se debía a que tenía la impresión de que Ellington y ella iban a estar a su lado hasta que se solucionara este caso.
Sin pretender ocultar sus sentimientos en lo más mínimo, Penbrook se dirigió hacia la puerta. Mirando de soslayo por encima de su hombro a donde estaban ellos, les hizo un gesto mecánico. “Hacednos saber si necesitáis cualquier cosa.”
Cuando Penbrook ya había cerrado la puerta