Amores . Морган Райс
Читать онлайн книгу.como “las afligidas” sufrieron de una misteriosa enfermedad que las condujo a un comportamiento histérico y a asegurar con vehemencia que en la comunidad había brujas que las atormentaban. Lo anterior dio origen a los juicios de Salem.
Hasta la fecha no se ha podido explicar la misteriosa enfermedad que aquejó a las jóvenes.
Esta noche soñó que vio mi estatua,
Cual fuente de cien bocas, pura y roja
Sangre manar, y que después vinieron
Numerosos romanos eminentes
Allí risueños a bañar sus manos.
Y todo esto cual aviso juzga
De inminentes peligros...
—William Shakespeare, Julio César
UNO
Valle del Hudson, Nueva York
(Día de hoy)
Caitlin Paine se sintió tranquila por primera vez en semanas. Sentada cómodamente en el suelo del pequeño establo, se apoyó en una paca de heno y exhaló. En la chimenea de piedra, a unos tres metros de distancia, ardía un fuego encrespado; acababa de arrojar otro leño y el chisporroteo de la madera le brindaba tranquilidad. Marzo aún no terminaba y aquella noche había sido particularmente helada. La ventana en el muro más alejado ofrecía una vista del cielo nocturno y de la nieve que no dejaba de caer.
Como el establo no tenía calefacción, se sentó cerca de la chimenea para que las llamas calmaran un poco su frío. Estaba muy cómoda y los párpados comenzaban a pesarle. El aroma del fuego invadía el lugar, y cuando se reclinó un poco más, sus hombros y piernas se relajaron.
Pero por supuesto, sabía que la verdadera razón por la que sentía paz no era ni el fuego, ni el heno; ni siquiera el resguardo que le brindaba el establo. Era por él, por Caleb, a quien contemplaba desde donde estaba sentada.
Caleb se reclinó y se mantuvo inmóvil frente a ella, a unos cinco metros de distancia. Dormía. Caitlin aprovechó la oportunidad para estudiar su rostro, sus rasgos inmaculados, su piel pálida y translúcida. Nunca había visto un rostro creado con tanta perfección. Era tan irreal como contemplar una escultura. No comprendía cómo era posible que tuviera tres mil años de vida. Ella, a sus dieciocho, ya lucía más grande que él.
Sin embargo, había algo más allá de sus rasgos. Era cierto espíritu; la sutil energía que transpiraba. Una profunda sensación de paz. Cuando estaba cerca de él, sabía que todo estaría bien.
Le hacía feliz verlo ahí, con ella; hasta se atrevió a desear permanecer juntos. Pero cuando apenas lo estaba pensando, se reprendió a sí misma porque sabía que se estaba buscando problemas. Sabía que los hombres como él no se quedan por mucho tiempo. Sencillamente no estaban hechos para eso.
A Caitlin le era difícil asegurar si continuaba dormido porque su sueño era tan perfecto, que apenas se notaba su respiración. Caleb había regresado más relajado; cargaba una pila de leños y había encontrado la manera de sellar la puerta del establo para que no entrara la fría corriente de la nieve. Encendió la chimenea, y ahora que estaba dormido, ella atizaba el fuego para mantenerlo vivo.
Caitlin se estiró, alcanzó su vaso y bebió otro sorbo de vino tinto; sintió cómo el tibio líquido la relajaba poco a poco. La botella la había sacado de un baúl escondido debajo de una paca de heno; estaba en ese lugar desde la ocasión en que Sam, su hermanito, la dejó ahí por capricho varios meses antes. Ella nunca bebía, pero le pareció que no había nada malo en tomar un poco, en especial, después de lo que había vivido.
Tenía su diario abierto sobre el regazo; con una mano sostenía una pluma, y con la otra, el vaso con vino. Llevaba veinte minutos así porque no sabía por dónde comenzar. Nunca antes le había costado trabajo escribir, pero ahora era diferente. Los sucesos de los últimos días habían sido demasiado dramáticos, demasiado difíciles de asimilar. Esa era la primera vez que se podía sentar y relajar, que se sentía remotamente segura.
Decidió que lo mejor sería comenzar por el principio; narrando lo que había sucedido. Por qué estaba ahí y quién era. Necesitaba procesarlo porque ya ni siquiera estaba segura de conocer las respuestas.
La vida fue bastante normal, hasta la semana pasada. Me estaba empezando a gustar Oakville, pero luego llegó mamá un día y nos anunció que nos mudaríamos. Otra vez. La vida se volteaba de cabeza, como siempre sucedía gracias a ella.
Sin embargo, era peor en esa ocasión. No nos mudaríamos a otro suburbio, sino a Nueva York. Sí, a la ciudad. Escuela pública, una existencia de concreto… y un vecindario peligroso.
Sam también estaba molesto. Hablamos sobre no mudarnos, pensamos en escapar, pero la verdad era que no teníamos a dónde ir, así que le seguimos la corriente. No obstante, ambos juramos en secreto que, si no nos gustaba, nos iríamos. Encontraríamos algún lugar, cualquiera. Tal vez hasta podríamos tratar de encontrar otra vez a papá, aunque en el fondo, los dos sabíamos que eso no sucedería.
Y luego, pasó todo lo demás. Fue demasiado rápido. Mi cuerpo mutó, cambió. Todavía no entiendo lo que sucedió ni en quién me convertí. Sólo sé que ya no soy la misma persona.
Recuerdo aquella fatídica noche que comenzó todo. El Carnegie Hall, mi cita con Jonah, y luego… el intermedio. ¿Me… alimenté?, ¿asesiné a alguien? Aún no puedo recordarlo; sólo sé lo que me dijeron. Sé que hice algo aquella noche, pero sólo es un recuerdo borroso. Cualquier cosa que haya sido, todavía me produce la sensación de un hoyo en el estómago. Jamás quise hacerle daño a alguien.
Al día siguiente me di cuenta de que había cambiado. Definitivamente me estaba volviendo más fuerte y más sensible a la luz. También podía percibir aromas; los animales actuaban de forma extraña cuando estaban cerca de mí, y yo, cuando estaba cerca de ellos.
Y lo que sucedió con mamá: me confesó que no era mi madre biológica y luego fue asesinada por aquellos vampiros, los que me habían estado persiguiendo. Habría deseado jamás verla sufrir de esa manera; todavía creo que fue mi culpa. Pero al igual que con todo lo demás, es un problema que no puedo regresar a solucionar. Ahora tengo que enfocarme en lo que tengo frente a mí, en lo que sí está en mis manos.
También me capturaron esos espantosos vampiros. Luego escapé y apareció Caleb. Estoy segura de que si no hubiera sido por él, me habrían asesinado… o algo peor.
La Cofradía de Caleb, su gente. Era muy distinta a él a pesar de que, de todas maneras, todos eran vampiros. Territoriales, celosos, suspicaces. Me exiliaron y, a él, no le dieron ninguna prerrogativa.
Pero Caleb eligió. A pesar de su situación me eligió a mí. Arriesgó todo para volver a salvarme. Por eso lo amo; mucho más de lo que jamás podrá imaginarse.
Tengo que ayudarlo a volver; él cree que soy la elegida, una especie de mesías de los vampiros o algo así. Está convencido de que lo conduciré hasta donde se encuentra una espada perdida que impedirá la guerra entre los vampiros y salvará a todo mundo. Yo, en lo personal, no lo creo.
Su propia gente no lo cree, pero sé que tiene gran fe en ello y que significa mucho para él. Además se arriesgó por mí, así que, es lo menos que puedo hacer. A mi parecer, ni siquiera tiene que ver con la espada; es sólo que no quiero que se vaya.
Es por eso que haré todo lo posible por ayudarlo. De cualquier manera siempre he querido encontrar a mi papá y saber quién es en realidad. También quiero saber quién soy yo, si en verdad soy medio vampira o medio humana, o lo que sea. Necesito respuestas, y si no logro investigar mucho más, por lo menos necesito saber en qué me estoy convirtiendo…
*
—¿Caitlin?
La chica despertó aturdida y volteó hacia arriba; vio que Caleb estaba al frente y que había apoyado las manos con suavidad sobre sus hombros. Sonreía.
—Creo