Antes De Que Peque . Блейк Пирс
Читать онлайн книгу.más asesinatos. Esto es… repugnante.”
“Lo es,” dijo Mackenzie. “Pero no estoy del todo segura de por qué me hace sentir así.”
“Porque las iglesias son lugares seguros. No te esperas encontrarte agujeros profundos hechos con puntas y sangre húmeda en sus puertas. Eso es alguna historia del Antiguo Testamento ahí mismo.”
No es que Mackenzie fuera una erudita sobre la Biblia ni de lejos, pero recordaba algunas historias de su infancia—algo sobre el Ángel de la Muerte atravesando una ciudad y secuestrando a los primogénitos de cada familia si no había cierta marca en las puertas.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Lo reprimió al darse la vuelta hacia el equipo forense. Con un leve saludo, consiguió captar la atención de un miembro del equipo. Se acercó, claramente angustiado por lo que el equipo y él acababan de ver. “Agente White,” dijo. “¿Es este tu caso ahora?”
“Eso parece. Me preguntaba si teníais las puntas que utilizaron para clavarle allí arriba.”
“Claro que sí,” dijo él. Hizo un gesto con la mano a otro de los miembros de su equipo y entonces volvió a mirar al portón. “Y el tipo que hizo esto… o era fuerte como un oso o tenía todo el tiempo del mundo para hacer esto.”
“Eso es improbable,” dijo Mackenzie. Asintió de nuevo hacia el aparcamiento de la iglesia y la calle detrás de él. “Incluso si el asesino hizo esto sobre las dos o las tres de la mañana, las probabilidades de que no hubiera un vehículo pasando por Browning Street que le pudiera ver son mínimas.”
“A menos que el asesino estudiara el área de antemano y conociera al dedillo las horas muertas del tráfico después de medianoche,” ofreció Ellington.
“¿Alguna posibilidad de grabaciones de video?” preguntó.
“Ninguna. Ya lo comprobamos. La Agente Yardley llamó a unas cuantas personas—los propietarios de los edificios cercanos. Solo uno de ellos tiene cámaras de seguridad y no están enfocadas sobre la iglesia, así que no hay nada que hacer al respecto.”
El otro miembro del equipo forense se acercó. Llevaba una bolsa de plástico de tamaño medio que contenía dos agujas grandes de hierro y lo que parecía ser un hilo de cable grueso. Las puntas estaban cubiertas de sangre, que tambien se había derramado por el interior transparente de la bolsa.
“¿Esas son agujas de ferrocarril?” preguntó Mackenzie.
“Probablemente,” dijo el chico del equipo forense. “Pero si lo son, son unas agujas en miniatura. Quizá la clase que utiliza la gente para los corrales de gallinas o las vallas en los prados.”
“¿Cuánto tiempo antes de que obtengas algún tipo de resultado de ellas?” preguntó Mackenzie.
El hombre se encogió de hombros. “¿Medio día, quizás? Dime qué estás buscando específicamente y trataré de que los resultados te lleguen cuanto antes.”
“Comprueba si puedes averiguar qué utilizó el asesino para clavar las agujas. ¿Puedes averiguar ese tipo de cosas por el desgaste reciente en los cabezales de las agujas?”
“Claro, deberíamos poder hacerlo. Ya hemos hecho todo lo que podemos hacer por nuestra parte. El cuerpo sigue con nosotros; no llegará a la oficina del forense hasta que lo digamos nosotros. Ya hemos espolvoreado el portón y la escalinata en busca de huellas. Te comunicaremos si encontramos alguna cosa.”
“Gracias,” dijo Mackenzie.
“Perdona que ya hayamos retirado el cadáver, pero estaba saliendo el sol y la verdad es que no queríamos que esto saliera en los periódicos de hoy. O en los de mañana, la verdad.”
“No, está bien. Lo entiendo perfectamente.”
Dicho esto, Mackenzie se giró hacia las puertas dobles, despidiéndose sin palabras del equipo forense. Intentó imaginarse a alguien arrastrando un cuerpo por el pequeño jardín y subiéndolo por las escaleras en medio del silencio nocturno. La posición de las luces de seguridad en la calle hubiera dejado a oscuras el portón de la iglesia. No había luces de ninguna clase junto al portón de la iglesia, por lo que hubiera estado sumida en una oscuridad casi absoluta.
Quizá fuera más probable de lo que pensé originalmente que el asesino se tomara todo el tiempo del mundo para hacer esto, pensó.
“Esa me pareció una solicitud extraña,” dijo Ellington. “¿Qué estás pensando?”
“Todavía no lo sé, pero sé que hubiera sido necesaria mucha fuerza y determinación para trabajar en solitario para levantar a alguien del suelo y clavar sus manos a esta puerta. Si se empleó un mazo para clavar las puntas, puede que indique que había más de un asesino—uno para levantar a la víctima del suelo además de extender el brazo, y otro para clavar las puntas.”
“Tiene cada vez mejor pinta, ¿no es cierto?” dijo Ellington.
Mackenzie asintió mientras comenzaba a tomar fotografías de la escena con la cámara de su teléfono. Al hacerlo, la idea de la crucifixión volvió a recorrerle todo el cuerpo. Le hizo pensar en el primer caso en el que había trabajado en que se habían utilizado temas de crucifixión—un caso en Nebraska que había acabado por llevarle a entablar relaciones con el Bureau.
El Asesino del Espantapájaros, pensó. Dios, ¿voy a ser capaz alguna vez de dejar ese asunto en las catacumbas de mi memoria?
Por detrás suyo, el sol comenzaba a salir, proyectando los primeros rayos de luz del día. A medida que su sombra se proyectaba lentamente sobre las escaleras de la iglesia, trató de ignorar el hecho de que casi parecía una cruz.
De nuevo, los recuerdos del Asesino del Espantapájaros le nublaron la mente.
Quizá este sea el momento, pensó con esperanza. Quizá cuando cierre este caso, los recuerdos de esa gente crucificada en los maizales dejarán de atormentarme.
Sin embargo, mientras mirada de nuevo a las puertas manchadas de sangre de la iglesia Presbiteriana Cornerstone, se temió que eso no eran más que castillos en el aire.
CAPÍTULO TRES
Mackenzie se enteró de muchas cosas sobre el reverendo Ned Tuttle en la siguiente media hora. Para empezar, dejaba atrás dos hijos y una hermana. Su mujer le había dejado hacía ocho años, para mudarse a Austin, Texas, con el hombre con el que había estado teniendo relaciones durante un año antes de ser descubierta. Los dos hijos vivían en el área de Georgetown, lo que suponía que esa iba a ser la primera parada del día para Mackenzie y Ellington. Eran poco más de las 6:30 cuando Mackenzie aparcó su coche junto a la curva que había al lado del apartamento de Brian Tuttle. Según el agente que les había informado de la noticia, los dos hermanos estaban allí, esperando a hacer lo que fuera posible para responder a sus preguntas sobre la muerte de su padre.
Cuando Mackenzie entró al apartamento de Brian Tuttle, se sorprendió un poco. Estaba esperando encontrar a los dos hijos de luto, desgarrados por la muerte de su devoto padre. En vez de ello, les encontró sentados a una pequeña mesa que había en la cocina. Los dos estaban tomando un café. Brian Tuttle, de veintidós años de edad, estaba comiéndose un bol de cereales mientras que Eddie Tuttle, de diecinueve, mojaba con aire distraído un panqueque Eggo en un charquito de sirope.
“No sé con exactitud lo que creen que podemos ofrecerles,” dijo Brian. “No es que estuviéramos en los mejores términos posibles con papá.”
“¿Puedo preguntar por qué?” dijo Mackenzie.
“Porque dejamos de asociarnos con él cuando se metió de lleno en la iglesia.”
“¿No sois creyentes?” preguntó Ellington.
“No lo sé,” dijo Brian. “Supongo que soy agnóstico.”
“Yo soy creyente,” dijo Eddie. “Pero papá… lo llevó a un nivel