Antes de Que Vea . Блейк Пирс

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Antes de Que Vea  - Блейк Пирс


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tenían que haber sido podadas.

      Se trataba de un barrio tranquilo, pero no del estilo en el que viviría Susan. Las viviendas eran pequeñas cajas de cerillas que salpicaban las calles. La mayoría de ellas, asumió, serían propiedad de parejas de ancianos o de los que tenían problemas para llegar a fin de mes. Esta casa, en particular, parecía encontrarse a una tormenta o una crisis financiera de distancia de convertirse en propiedad de la banca.

      Estiró la mano para hacer sonar el timbre de nuevo pero la puerta se abrió antes de que pudiera llegar a tocarla. El hombre que salió a recibirla era de altura y tamaño medio. Le echó unos cuarenta años. Había algo femenino en él, algo que pudo observar cuando él le abrió la puerta con tal sencillez y le lanzó una sonrisa de oreja a oreja.

      “Buenos días,” dijo el hombre.

      “Buenos días,” dijo ella.

      Sabía de sobra su nombre, pero los que le habían aleccionado, le habían dicho que no lo utilizara antes de que las líneas de comunicación estuvieran claramente abiertas. Cuando se les saludaba directamente por su nombre, eso les hacía sentir más como objetivos que como clientes—incluso aunque hubieran organizado la reunión con antelación.

      Tratando de evitar que tuviera un momento para hacerle preguntas y como consecuencia, tomar el control de la conversación, añadió: “Me preguntaba si tenía un minuto para hablar conmigo sobre su dieta actual.”

      “¿Dieta?” preguntó el hombre con una sonrisa cínica. “No llevo nada que se parezca a una dieta. La verdad es que como lo que quiero.”

      “Oh, debe de ser agradable,” dijo Susan, colocándose su más encantadora sonrisa y su tono de voz más animado. “Como estoy segura que ya sabe, no hay mucha gente de más de treinta años que pueda decir eso y mantener un cuerpo saludable.”

      Por primera vez, el hombre miró a la maleta que ella llevaba en la mano izquierda. Sonrió de nuevo y esta vez lo hizo de manera indolente—el tipo de sonrisa que uno utiliza cuando sabe que le han tomado el pelo.

      “¿Qué es lo que vende?”

      Era un comentario sarcástico, pero al menos no era una puerta que se le cerraba en las narices. Interpretó eso como la primera victoria necesaria para entrar. “Bueno, estoy aquí como representante de la Universidad Un Usted Mejorado,” dijo ella. “Ofrecemos a adultos de más de treinta años una manera muy fácil y metódica de mantenerse en forma sin tener que ir al gimnasio o alterar demasiado su estilo de vida.”

      El hombre suspiró y llevó la mano a la puerta. Parecía aburrido, listo para mandarle al carajo. “Y eso, ¿cómo se hace?”

      “Mediante una combinación de batidos de proteínas hechos con nuestros propios polvos de proteína y más de cincuenta recetas saludables para darle a su nutrición diaria la inyección que necesita.”

      “¿Y ya está?”

      “Ya está,” dijo ella.

      El hombre lo pensó por un instante, mirando a Susan y después al enorme paquete en sus manos. Entonces echó una ojeada a su reloj y se encogió de hombros.

      “Te diré una cosa,” dijo él. “Tengo que irme en diez minutos. Si logra convencerme en ese periodo de tiempo, tendrá un cliente. Lo que sea para no tener que volver al gimnasio.”

      “Estupendo,” dijo Susan, encogiéndose por dentro al escuchar la falsa alegría en su voz.

      El hombre se echó a un lado y le hizo un gesto para que entrara a la casa. “Entre,” le dijo.

      Ella entró a una pequeña sala de estar. Había un televisor de aspecto anticuado sobre una zona de entretenimiento desvencijada. Unas cuantas sillas polvorientas de madera llenaban las esquinas de la sala junto a un sofá arrugado. Había figuras de cerámica y tapetes por todas partes. Parecía que fuera la casa de una anciana señora más que la de un soltero de unos cuarenta años.

      Por razones que desconocía, escuchó cómo se disparaban sus alarmas interiores. Y entonces trató de reducir su miedo con una lógica falible. Así que o está realmente mal de la cabeza o esta no es su casa. Quizá viva con su madre.

      “¿Está bien aquí?” preguntó ella, señalando a la mesa de café que había delante del sofá.

      “Sí, ahí mismo está bien,” dijo el hombre. Sonrió a Susan mientras cerraba la puerta.

      En el instante en que se cerró la puerta, Susan sintió cómo se revolvía algo en su estómago. Parecía que la estancia se hubiera quedado helada y que todos sus sentidos estuvieran respondiendo a ello. Algo andaba mal. Era un sentimiento extraño. Miró a la figura de cerámica más cercana—un chiquillo tirando de un carro—como si estuviera buscando alguna clase de respuesta.

      Se entretuvo abriendo su maleta. Sacó unos cuantos paquetes del Polvo de Proteínas de la Universidad Un Usted Mejorado y la mini-trituradora de regalo (¡con un valor en el mercado de $35 pero suya completamente gratis con su primera compra!) para distraerse.

      “Y bien,” dijo ella, tratando de mantener la calma y de ignorar el escalofrío que sentía. “¿Está interesado en perder peso, en ganar peso, o en mantener su tipo de cuerpo actual?”

      “No estoy seguro,” dijo el hombre, de pie junto a la mesa de café y escudriñando los productos. “¿A usted qué le parece?”

      A Susan le resultaba difícil hablar. Sentía miedo y por ninguna razón aparente.

      Miró hacia la puerta. El corazón le martilleaba en el pecho. ¿Había cerrado la puerta con llave? No podía verlo desde donde estaba sentada.

      Entonces cayó en la cuenta de que el hombre todavía estaba esperando su respuesta. Se sacudió las telarañas y regresó a la modalidad de presentadora de televisión.

      “Pues no lo sé,” dijo ella.

      Quería mirar a la puerta de nuevo. De pronto los ojos de mentira de cada una de las figuras de porcelana en la habitación parecían estar mirándola a ella —acechándola como un depredador.

      “No como demasiado mal,” dijo el hombre. “Aunque tengo debilidad por el pastel de lima. ¿Podré seguir comiendo pastel de lima con su programa?”

      “Seguramente,” dijo ella. Rebuscó entre sus materiales, acercando la maleta hacia ella. Diez minutos, pensó, sintiéndose cada vez peor a medida que pasaban los segundos. Dijo que tenía diez minutos. Puedo hacerlo así de largo.

      Encontró el pequeño folleto que mostraba lo que el hombre podría comer durante el programa y volvió su mirada hacia él para entregárselo. Él lo cogió, y al hacerlo, su mano se rozó con la suya por un leve instante.

      Una vez más, sonaron las alarmas dentro de su mente. Tenía que salir de allí. Nunca había experimentado una reacción tan intensa al entrar a la casa de un cliente potencial, pero esta era tan agobiante que no podía pensar en otra cosa.

      “Lo siento,” dijo ella, recogiendo los materiales y colocándolos en su maleta. “Acabo de acordarme de que tengo una reunión que atender en menos de una hora, y es al otro lado de la ciudad.”

      “Oh,” dijo él, mirando al folleto que ella le acababa de entregar, “Claro, entiendo. Adelante. Ojalá que llegue a tiempo.”

      “Gracias,” dijo ella apresuradamente.

      Él le ofreció el folleto y ella lo agarró con mano temblorosa. Lo puso dentro de la maleta y se dirigió hacia la puerta de entrada.

      Estaba cerrada con llave.

      “Perdone,” dijo el hombre.

      Susan se dio la vuelta, con la mano todavía en busca del picaporte.

      Apenas vio el puñetazo que se le venía encima. Solo vio un puño blanco cegador que le golpeó la boca. Sintió correr la sangre de inmediato y la saboreó en su lengua. Se cayó directamente de vuelta en el sofá.

      Abrió


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