Una Razón Para Aterrarse . Блейк Пирс

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Una Razón Para Aterrarse  - Блейк Пирс


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DIECINUEVE

       CAPÍTULO VEINTE

       CAPÍTULO VEINTIUNO

       CAPÍTULO VEINTIDÓS

       CAPÍTULO VEINTITRÉS

       CAPÍTULO VEINTICUATRO

       CAPÍTULO VEINTICINCO

       CAPÍTULO VEINTISÉIS

       CAPÍTULO VEINTISIETE

       CAPÍTULO VEINTIOCHO

       CAPÍTULO VEINTINUEVE

       CAPÍTULO TREINTA

       CAPÍTULO TREINTA Y UNO

       CAPÍTULO TREINTA Y DOS

       CAPÍTULO TREINTA Y TRES

       CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

       EPÍLOGO

      PRÓLOGO

      Roosevelt “Rosie” Dobbs caminó hasta el porche del apartamento 2B con su modo de andar habitual. Si alguien hubiera estado por allí, lo habría oído maldiciendo por lo bajo.

      Rosie golpeó la puerta con su puño gigante. Con cada golpe, vio el rostro del hombre que vivía en el 2B. Un imbécil pretencioso llamado Alfred Lawnbrook, del tipo que se creía mejor que los demás a pesar de que vivía en un apartamento de segunda en una de las peores zonas de la ciudad. Nunca había pagado su renta a tiempo. Durante los dos años que había estado viviendo en el apartamento, siempre había pagado con una semana de retraso. Esta vez habían pasado tres semanas… y Rosie estaba harto. Si Lawnbrook no le pagaba el alquiler hoy mismo, lo echaría.

      Era sábado, poco después de las nueve de la mañana. El auto de Lawnbrook estaba estacionado en su lugar habitual, así que Rosie sabía que estaba en casa. Pero no había abierto la puerta, a pesar de lo duro que estaba tocando.

      Rosie dio un último golpe violento y decidió usar su voz. —Lawnbrook, ¡ábreme la puerta ya! Y más te vale que tengas la renta en mano cuando lo hagas.

      Rosie trató de ser paciente. Esperó aproximadamente diez segundos antes de pegar otro gran grito: —¡Lawnbrook!

      Cuando aún no hubo respuesta, Rosie desenganchó el gran llavero que llevaba en un mosquetón en su cadera. Buscó hasta encontrar la llave del 2B. Sin otra advertencia, Rosie metió la llave en la cerradura, giró el pomo y entró en el apartamento.

      —¡Alfred Lawnbrook! Es Rosie Dobbs, tu arrendador. Llevas tres semanas retrasado con el alquiler y…

      Pero Rosie supo enseguida que no iba a obtener una respuesta. Todo estaba tan quieto y silencioso que supo que Lawnbrook no estaba en casa.

      «No, no es eso. Es otra cosa… Aquí pasó algo. Algo malo…», pensó Rosie.

      Rosie avanzó, pero se detuvo cuando llegó al centro de la sala de estar.

      En ese momento se percató del olor.

      Al principio, le recordó a papas podridas. Pero el olor era distinto, más sutil.

      —¿Lawnbrook?— repitió, pero esta vez con miedo en su voz.

      Una vez más, no hubo respuesta… aunque Rosie no había estado esperando una. Caminó por la sala de estar y se asomó en la cocina, pensando que tal vez había dejado comida afuera que se había echado a perder. Pero la cocina estaba bastante limpia y, debido a su pequeño tamaño, era evidente que no había nada fuera de lugar.

      «Llama a la policía. Sabes que algo anda mal, así que llama a la policía y lávate las manos», pensó Rosie.

      Pero la curiosidad era tremenda droga, así que Rosie siguió indagando. Empezó por el pasillo y su intuición lo llevó derechito a la puerta de la habitación. El olor se tornó más desagradable y supo de inmediato qué se encontraría. Pero no pudo evitar seguir adelante. Él tenía que saber… tenía que ver.

      La habitación de Lawnbrook estaba un poco desordenada. Algunas cosas se habían caído de su mesa de noche, incluyendo su cartera, un libro y una foto enmarcada. Las persianas de plástico en la ventana estaban un poco torcidas, las de abajo dobladas.

      Y aquí, el olor era peor. No era insoportable, pero ciertamente no era algo que Rosie quería respirar por mucho más tiempo.

      La cama estaba vacía y no había nada que ver en el espacio entre la cómoda y la pared. Con un nudo en la garganta, Rosie se volvió hacia el clóset. La puerta estaba cerrada y de alguna forma eso fue peor que el olor. Sin embargo, su curiosidad morbosa lo impulsó y Rosie se encontró dirigiéndose al clóset. Tocó la perilla y por un momento creyó poder sentir el terrible olor, pegajoso y caliente.

      Antes de girar la perilla, vio algo por el rabillo del ojo. Miró sus pies, pensando que sus nervios le estaban jugando una mala pasada. Pero no... Definitivamente había visto algo.

      Dos arañas salieron por debajo de la puerta. Los dos eran bastante grandes, una del tamaño de una moneda y la otra tan grande que apenas cabía por la rendija. Rosie dio un salto hacia atrás, sorprendido, y soltó un grito. Las arañas se metieron debajo de la cama y, cuando se volvió a mirarlas, vio unas cuantas arañas aferradas a la cama también. La mayoría de ellas eran pequeñas, pero había una del tamaño de un sello postal en la almohada.

      La adrenalina lo impulsó. Rosie cogió la perilla, la giró y abrió la puerta.

      Intentó gritar, pero sus pulmones parecían estar paralizados. Lo único que salió de su garganta fue un ruido ahogado mientras se alejó lentamente de lo que había visto en el clóset.

      Alfred Lawnbrook estaba extendido en la esquina trasera del clóset. Su cuerpo estaba pálido e inmóvil.

      También estaba casi totalmente cubierto de arañas. Vio algunas telarañas en su cuerpo.

      Una telaraña en su brazo derecho era tan espesa que Rosie no pudo ver su piel. La mayoría de las arañas eran pequeñas y se veían inofensivas, pero también vio unas grandes. Mientras Rosie se quedó mirando horrorizado, una araña del tamaño de una pelota de golf comenzó a andar por la frente de Lawnbrook. Otra más pequeña se subió por su labio inferior.

      Ver eso hizo que Rosie saliera corriendo. Casi se tropezó con sus propios pies mientras salió de la habitación gritando, manoteando su nuca con fuerza, sintiendo que tenía millones de arañas trepando por todo su cuerpo.

      CAPÍTULO UNO

      Dos meses antes…

      Mientras Avery Black abría una de las muchas cajas todavía dispersas en su nuevo hogar, se preguntó por qué había esperado tanto tiempo para mudarse de la ciudad. No la extrañaba en lo absoluto y en realidad estaba empezando a resentir el hecho de haber perdido tanto tiempo allí.

      Miró dentro de la caja, con la esperanza


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