Una Vez Perdido . Блейк Пирс
Читать онлайн книгу.Jenn levantó la mirada y asintió a lo que Riley se sentó al otro lado de la mesa.
Riley hizo lo mismo.
Luego Riley miró por la ventana durante el despegue y mientras el avión subía a la altitud de crucero. No le gustaba el silencio incómodo entre ella y Jenn. Se preguntó si tal vez a Jenn tampoco le gustaba. Estos vuelos normalmente eran buenos momentos para hablar sobre los detalles de un caso. Pero no había nada que decir acerca de este todavía. El cuerpo acababa de ser encontrado después de todo.
Riley sacó una revista de su bolso y trató de leer, pero no pudo centrarse en las palabras. Tener a Jenn frente a ella era demasiado molesto. En su lugar, Riley se quedó allí, fingiendo leer.
“La historia de mi vida”, pensó.
Fingir y mentir se estaban volviendo demasiado rutinarios.
Finalmente Jenn levantó la mirada de su portátil.
“Agente Paige, lo que dije en la oficina de Meredith fue de corazón”, dijo.
“¿Cómo?”, preguntó Riley, levantando la mirada de su revista.
“Lo que dije respecto a que será un honor trabajar contigo. Es un sueño para mí. He seguido tu trabajo desde que empecé en la academia”.
Por un momento, Riley no supo qué decir. Jenn le había dicho lo mismo antes. Pero, de nuevo, Riley no sabía por la expresión de Jenn si estaba siendo sincera.
“He oído cosas buenas de ti”, dijo Riley.
Aunque sonaba muy evasivo, al menos era verdad. En circunstancias diferentes, Riley se habría emocionado ante la oportunidad de trabajar con una nueva agente inteligente.
Riley agregó con una sonrisa débil: “Pero, si fuera tú, no me emocionaría mucho con este caso”.
“Sí”, dijo Jenn. “Probablemente ni siquiera sea un caso para la UAC. Quizás volvamos a Quántico esta misma noche. Bueno, habrá otros casos”.
Jenn volvió su atención de nuevo a su portátil. Riley se preguntó si estaba trabajando en los archivos de Shane Hatcher. Y, por supuesto, le preocupó de nuevo el hecho de que quizás no debió haberle entregado la unidad USB.
Pero se dio cuenta de algo. Si Jenn realmente había tenido la intención de traicionarla al pedirle esa información, ¿ya no la habría usado en su contra?
Recordó lo que Jenn le había dicho ayer.
“De hecho, estoy bastante segura de que las dos queremos exactamente lo mismo. Acabar con la carrera criminal de Shane Hatcher”.
Si eso era cierto, Jenn realmente era una aliada de Riley.
Pero ¿cómo podría saberlo a ciencia cierta? Se quedó allí considerando si debería abordar el tema.
No le había dicho nada a Jenn sobre la amenaza que había recibido de Hatcher.
¿Realmente existía una razón para no hacerlo?
¿Jenn podría realmente ser capaz de ayudarla de alguna manera? Tal vez, pero Riley todavía no se sentía lista para dar ese paso.
Mientras tanto, parecía francamente extraño que su nueva compañera aún la llamara agente Paige aunque insistía en que Riley la llamara por su nombre de pila.
“Jenn”, dijo.
Jenn levantó la mirada de su portátil.
“Creo que deberías llamarme Riley”, dijo Riley.
Jenn sonrió un poco y volvió su atención a su portátil.
Riley colocó la revista a un lado y miró las nubes por la ventana. El sol brillaba, pero Riley no le parecía nada alegre.
Se sentía terriblemente sola. Echaba de menos tener a Bill con ella.
Y extrañaba tanto a Lucy que le dolía el corazón.
*
Cuando el avión llegó al Aeropuerto Internacional de Des Moines, Riley fue capaz de chequear su teléfono celular. Le contentó ver que había recibido un mensaje de Mike Nevins.
Bill está aquí conmigo en este momento.
Era una cosa menos de qué preocuparse.
Una patrulla estaba esperándolas afuera del avión. Dos policías de Angier se presentaron en la base de la escalerilla. Darryl Laird era un joven desgarbado de unos veinte años, y Howard Doty era un hombre mucho más bajito de unos cuarenta años.
Ambos tenían expresiones de asombro en sus rostros.
“Estamos muy felices de que estén aquí”, les dijo Doty a Riley y Jenn mientras los dos policías las acompañaban hasta el auto.
Laird dijo: “Todo esto es tan...”.
El joven negó con la cabeza sin terminar su oración.
“Pobrecitos”, pensó Riley.
No eran más que policías regulares. Los asesinatos no eran muy comunes en un pequeño pueblo de Iowa. Tal vez el policía mayor había manejado uno que otro homicidio, pero Riley supuso que era primera vez que el joven pasaba por algo así.
A lo que Doty comenzó a conducir, Riley les pidió a los dos policías que les dijeran todo lo posible acerca de lo que había sucedido.
Doty dijo: “El nombre de la chica es Katy Philbin, de diecisiete años de edad. Una estudiante de la Escuela Secundaria Wilson. Sus padres son dueños de la farmacia local. Una chica agradable, les agradaba a todos. El viejo George Tully encontró su cuerpo esta mañana cuando él y sus muchachos se preparaban para hacer la siembra de primavera. Tully tiene una granja cerca de Angier”.
Jenn preguntó: “¿Saben cuánto tiempo pasó enterrada allí?”.
“Tendrás que preguntárselo al jefe Sinard. O al médico forense”.
Riley pensó en lo poco que Meredith había sido capaz de decirles sobre la situación.
“¿Y la otra chica?”, preguntó ella. “¿La que desapareció hace poco?”.
“Su nombre es Holly Struthers”, dijo Laird. “Ella era... eh, supongo que es una estudiante de nuestra otra escuela secundaria, Lincoln. Lleva aproximadamente una semana desaparecida. Todo el pueblo esperaba que simplemente apareciera. Pero ahora... bueno, supongo que tenemos que seguir albergando esa esperanza”.
“Y orando”, agregó Doty.
Riley sintió un extraño escalofrío cuando dijo eso. Era muy frecuente oír a las personas decir que estaban orando para que una persona desaparecida apareciera sana y salva. Nunca tuvo la impresión de que orar ayudara en algo.
“¿Hace que la gente se sienta mejor?”, se preguntó a sí misma.
No entendía por qué o cómo.
Era una tarde brillante y despejada cuando el auto salió de Des Moines y se dirigió por una amplia carretera. Pronto Doty salió a una carretera de dos carriles que se extendía sobre el campo.
Riley sintió una sensación extraña en su estómago. Le tomó unos minutos darse cuenta de que sus sentimientos no tenían nada que ver con el caso, al menos no directamente.
Normalmente se sentía así cada vez que tenía un trabajo que hacer en el Medio Oeste. Normalmente no temía los espacios abiertos, no sufría de “agorafobia”, como se llamaba. Pero las vastas llanuras y praderas despertaban una ansiedad en ella.
Riley no sabía qué era peor, las llanuras que había visto en estados como Nebraska, que se extendían tan lejos como el ojo humano alcanzaba a ver, o las praderas monótonas como estas, las mismas casas de campo, pueblos y campos apareciendo una y otra vez. De cualquier manera, le resultaba inquietante, incluso un poco nauseabundo.
A pesar de la reputación de