Una Vez Atado . Блейк Пирс

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Una Vez Atado  - Блейк Пирс


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grueso ante lo que vio.

      Las imágenes cursi de villanos bigotudos y damiselas en apuros desparecieron de su mente.

      Esto era demasiado real… y demasiado horrible.

      CAPÍTULO CINCO

      Riley se quedó mirando el cuerpo en las vías durante un rato. Había visto cuerpos mutilados en todo tipo de formas terribles. Aun así, esta víctima presentaba un espectáculo impactante y único. La mujer había sido decapitada por las ruedas del tren, casi como si hubiera sido obra de la cuchilla de una guillotina.

      A Riley le sorprendió que el cuerpo sin cabeza de la mujer había salido ileso de todo esto. La víctima estaba atada con cinta de embalar, sus manos y brazos pegados a sus costados, y sus tobillos atados juntos. Vestida en lo que había sido un atuendo atractivo, el cuerpo estaba retorcido en una posición desesperada. En el lugar donde su cuello había sido cortado, sangre estaba salpicada en las rocas trituradas, las traviesas de madera y las vías. La cabeza había salido despedida a unos dos metros por las vías. Los ojos y la boca de la mujer estaban completamente abiertos, congelados en una expresión horrorizada.

      Riley vio a varias personas paradas alrededor del cuerpo, algunas de ellas uniformadas, otras no. Riley supuso que eran una mezcla de la policía local y ferroviaria. Un hombre uniformado se acercó a Riley y sus colegas.

      Él dijo: —Supongo que son los del FBI. Soy Jude Cullen, subjefe de la Policía Ferroviaria de Chicago. La gente me llama ‘Toro’ Cullen.

      Se veía orgulloso del apodo. Riley sabía que así les decían a los policías ferroviarios. De hecho, en la organización policial ferroviaria llevaban los cargos de agente y agente especial, al igual que en el FBI. Este policía aparentemente prefería el término más genérico.

      —Fue mi idea que ustedes vinieran —continuó Cullen—. Espero que el viaje valga la pena. Entre más pronto podamos sacar al cadáver de aquí, mejor.

      Mientras Riley y sus colegas se presentaron, comenzó a observar a Cullen. Se veía muy joven y era muy musculoso, sus brazos sobresaliendo de las mangas cortas de la camisa de uniforme que le quedaba apretada sobre su pecho.

      El apodo «Toro» le sentaba bastante bien, pero Riley nunca se encontraba atraída por hombres que obviamente pasaban muchas horas en un gimnasio para verse así.

      Se preguntó cómo un tipo musculoso como Toro Cullen tenía tiempo para hacer otra cosa. Entonces se dio cuenta de que no llevaba un anillo de boda. Supuso que su vida consistía en trabajar y hacer ejercicio, y no mucho más.

      Parecía ser bondadoso y no se veía muy conmovido por la naturaleza macabra de la escena del crimen. Eso sí, ya llevaba unas cuantas horas allí, lo suficiente como para entumecerse ante los acontecimientos. Aun así, el hombre le pareció superficial y vanidoso.

      Ella le preguntó: —¿Ya identificaron a la víctima?

      Toro Cullen asintió y dijo: —Sí, su nombre era Reese Fisher, de treinta y cinco años de edad. Vivía muy cerca de aquí en Barnwell, donde trabajaba como la bibliotecaria local. Estaba casada con un quiropráctico.

      Riley miró por las vías. Este tramo estaba curvado, de modo que no podía ver muy lejos en cualquier dirección.

      —¿Dónde está el tren que la atropelló? —le preguntó a Cullen.

      Cullen señaló y dijo: —Aproximadamente a un kilómetro por allá abajo, exactamente en el mismo lugar donde se detuvo.

      Riley notó un hombre obeso con uniforme negro que estaba en cuclillas al lado del cuerpo.

      —¿Ese es el médico forense? —le preguntó a Cullen.

      —Sí, te lo voy a presentar. Este es el forense de Barnwell, Corey Hammond.

      Riley se puso en cuclillas al lado del hombre. Se dio cuenta de que, a diferencia de Cullen, Hammond aún estaba luchando por contener su shock. Su respiración estaba entrecortada, en parte debido a su peso, y en parte debido al horror y repugnancia. Seguramente nunca había visto nada parecido en su jurisdicción.

      —¿Qué puedes decirnos hasta ahora? —le preguntó al médico forense.

      —No veo señales de agresión sexual. Eso concuerda con la autopsia del otro médico forense de la víctima de hace cuatro días, cerca de Allardt. —Hammond señaló pedazos destrozados de cinta para embalar plateada alrededor del cuello y los hombros de la mujer—. El asesino la ató de manos y pies y luego pegó su cuello a la vía e inmovilizó sus hombros. La víctima debió haber luchado mucho por soltarse. Pero no tenía ninguna oportunidad.

      Riley se volvió hacia Cullen y le preguntó: —Su boca no estaba amordazada. ¿Alguien habría oído sus gritos?

      —No creemos —dijo Cullen, señalando hacia unos árboles—. Hay unas casas al otro lado de esos árboles, pero están fuera del alcance del oído. Algunos de mis hombres fueron de puerta en puerta preguntando si alguien había oído algo o tenía alguna idea de lo que había ocurrido en el momento del asesinato. Nadie supo nada. Se enteraron del asesinato por televisión o en Internet. Recibieron órdenes de mantenerse alejados de aquí. Hasta ahora, no hemos tenido ningún problema con curiosos.

      Bill preguntó: —¿Le robaron algo?

      Cullen se encogió de hombros y dijo: —No creemos. Encontramos su cartera a su lado, y todavía tenía su identificación, dinero y tarjetas de crédito. Ah, y un teléfono celular.

      Riley estudió el cuerpo, tratando de imaginarse cómo el asesino había colocado a la víctima en esa posición. A veces obtenía sensaciones poderosas y extrañas del asesino simplemente sintonizándose a su entorno en la escena del crimen. A veces parecía que podía meterse en sus pensamientos, saber lo que tuvo en mente mientras cometió el asesinato.

      Pero no ahora.

      Había demasiado movimiento y demasiada gente aquí.

      Ella dijo: —Tuvo que haberla sometido de alguna forma antes de atarla. ¿Y qué del otro cadáver, la víctima que fue asesinada antes? ¿El médico forense local encontró drogas en su sistema?

      —Se encontró flunitrazepam en su torrente sanguíneo —dijo el forense Hammond.

      Riley miró a sus colegas. Sabía lo que era el flunitrazepam, y sabía que Jenn y Bill también. Su nombre comercial era Rohypnol, y se conocía comúnmente como la droga para cometer violaciones. Era ilegal, pero muy fácil de comprar en las calles.

      Y ciertamente habría sometido a la víctima, dejándola indefensa aunque quizá no totalmente inconsciente. Riley sabía que el flunitrazepam tenía un efecto amnésico una vez que sus efectos se desvanecían. Se estremeció al darse cuenta que quizá sus efectos habían desvanecido aquí, justo antes de morir.

      Si fue así, la pobre mujer no habría tenido ninguna idea de cómo o por qué le había sucedido esa cosa tan terrible.

      Bill se rascó la barbilla mientras miraba el cuerpo y dijo: —Así que tal vez esto comenzó como una «violación», con el asesino drogando su bebida en un bar o una fiesta o algo así.

      El forense negó con la cabeza y dijo: —Aparentemente no. No se encontraron rastros de la droga en el estómago de la otra víctima. Debió haber sido inyectada.

      Jenn dijo: —Eso es raro.

      El subjefe Toro Cullen miró a Jenn con interés.

      —¿Por qué? —preguntó.

      —Es un poco difícil de imaginar, eso es todo —dijo Jenn, encogiéndose de hombros—. El flunitrazepam no hace efecto de inmediato, sin importar cómo se administre. En una situación de violación, eso generalmente no importa. La víctima desprevenida tal vez se toma unos tragos con su futuro asaltante, empieza a sentirse mareada sin saber muy bien por qué y dentro de pronto queda indefensa. Pero si el asesino le clavó una aguja, se habría dado cuenta de que


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