Si Ella Supiera . Блейк Пирс
Читать онлайн книгу.se sintió de inmediato metida en el rol de agente. Se imaginó que sería lo mismo que sentiría un atleta entrenado después de estar alejado de la pista por demasiado tiempo. Ella podría no tener cancha o una multitud que la adorara y le recordase cómo habían sido sus días de g!oria, pero tenía una mente afinada para resolver crímenes.
—No te vayas por allí —dijo Clarissa, intentando poner su mejor sonrisa.
—¿Ir adónde?
—No seas ahora la Agente Wise —dijo Clarissa—. Ahora mismo, tan solo sé su amiga. Puedo ver cómo dan vuelta esos engranajes en tu cabeza. Jesús, mujer. ¿No tienes una hija embarazada? ¿No vas a ser abuela?
—Qué manera de patearme cuando estoy por los suelos —dijo Kate con una sonrisa. Dejó que el comentario se desvaneciera y entonces preguntó—. La hija de Deb… ¿tenía un novio?
—No tengo idea —dijo Jane.
Un incómodo silencio se sentó a la mesa. A lo largo del año en que el pequeño grupo de amigas recién jubiladas se había estado reuniendo, la conversación había sido mayormente superficial. Este era el primer tema serio y no encajaba con la rutina del grupo. Kate, por supuesto, estaba acostumbrada al mismo. Su tiempo en la academia le había enseñado cómo manejar estas situaciones.
Pero Clarissa tenía razón. Al escuchar las noticias, Kate había asumido con facilidad su rol de agente. Sabía que debería haber pensado primero como una amiga —pensar en la pérdida de Deb y su estado emocional. Pero la agente que había en ella era demasiado fuerte, los instintos estaban todavía al alcance de la mano luego de haber estado guardados en un anaquel durante un año.
—Entonces, ¿qué podemos hacer para que se sienta mejor? —preguntó Jane.
—Estaba pensando en un tren de comidas —dijo Clarissa—, conozco a otras señoras que podrían unirse. Es sólo para asegurar que ella no tenga que cocinar para su familia en las próximas semanas mientras lidia con todo esto.
En los siguientes diez minutos, las tres mujeres planificaron la manera más efectiva de poner en marcha un tren de comidas para la amiga alcanzada por la desgracia.
Pero para Kate, la conversación se quedó en la superficie. Su mente estaba en otra parte, intentando pensar en los chismes y detalles ocultos sobre Deb y su familia, tratando de encontrar un caso donde quizás no lo había.
O quizás sí, pensó Kate.Y presumo que solo hay una manera de averiguarlo.
CAPÍTULO DOS
Luego de su jubilación, Kate habia regresado a Richmond, Virginia. Había crecido en el pequeño pueblo de Amelia, como a cuarenta minutos de Richmond, pero había asistido a la universidad justo cerca del centro de la ciudad. Había pasado sus años de pregrado en VCU, queriendo en principio aprender de todo. Llevaba tres años allí cuando descubrió que sentía pasión por la justicia penal, a través de uno de sus cursos electivos en psicología. Había sido un camino sinuoso e irregular el que la había conducido a Quantico y a los treinta años ininterrumpidos de una ilustre carrera.
Ahora mismo conducía por algunas de esas calles de Richmond, tan familiares para ella. Había estado solo una vez en la casa de Debbie Meade, pero sabía exactamente dónde estaba ubicada. Sabía donde estaba porque envidiaba la ubicación, una de esas edificaciones de aspecto antiguo en una de las calles cercanas al centro de la ciudad, con filas de árboles en lugar de postes de iluminación y edificios elevados.
La calle de Deb estaba en esos momentos inundada con las hojas caídas de los olmos que bordeaban la calle. Tuvo que estacionar tres casas más allá porque la familia y los amigos habían comenzado a llenar los espacios delante de la casa de Deb.
Caminó por la acera, intentando convencerse de que no era una mala idea. Sí, ella planeaba entrar a la casa solo como una amiga —a pesar de que Jane y Clarissa habían decidido dejarlo hasta bien entrada la tarde a fin de darle a Deb algo de espacio. Pero había también algo más profundo. Ella había estado buscando algo que hacer en estos meses, algo mejor y más significativo para llenar su tiempo. En ocasiones había soñado con que de alguna manera pudiera hacer un trabajo freelance para el Buró, quizás solo unas sencillas tareas de investigación.
Incluso las más pequeñas alusiones a su trabajo la excitaban. Por ejemplo, debía asistir a la corte en el transcurso de la semana para testificar en una audiencia de libertad bajo palabra. No era que ansiara encarar de nuevo al criminal sino que el solo poder sumergirse otra vez en su trabajo, al menos por un rato, era algo bienvenido.
Pero eso sería en el transcurso de la semana —y ahora mismo lucía como para dentro de unos siglos.
Alzó la vista hacia el porche delantero de Debbie Meade. Sabía por qué realmente estaba allí. Quería encontrar respuestas para las preguntas que bullían en su mente. Eso la hacía sentirse egoísta: estaba usando la pérdida de su amiga como una excusa para mojarse de nuevo los tobillos en aguas que no había frecuentado hacía más de un año. Esta situación involucraba a una amiga, lo que lo hacía complicado. Pero la vieja agente que había en ella aspiraba a que la misma pudiera convertirse en algo más. La amiga que había en ella, sin embargo, pensaba que podría ser riesgoso. Y en conjunto, esas partes de ella se preguntaban si simplemente no se estaría dejando llevar de manera fanatica por la idea de regresar al trabajo.
Quizás eso es exactamente lo que estoy haciendo, pensó Kate mientras subía los escalones de la residencia Meade. Y honestamente, no estaba muy segura de qué pensar acerca de eso.
Tocó a la puerta con suavidad y de inmediato fue atendida por una mujer de edad a quien Kate no conocía.
—¿Es de la familia? —preguntó la mujer.
—No —contestó Kate—, solo una amiga muy cercana.
La mujer la examinó por un instante antes de franquearle el paso. Kate entró y caminó por el pasillo, pasando por delante de un área de recibo repleta de caras que rodeaban a una persona sentada en una poltrona. La persona de la poltrona era Debbie Meade. Kate reconoció a Jim, el marido, en el hombre parado junto a ella que estaba conversando con otra persona.
Entró con cierta torpeza en la habitación y fue directo hacia Deb. Sin darle tiempo a Deb para que se levantara de la silla, Kate se inclinó y la abrazó.
—Lo siento tanto, Deb —dijo.
Deb estaba sin duda agotada de tanto llorar, por lo que solo pudo asentir sobre el hombro de Kate. —Gracias por venir —musitó Deb en su oído—. ¿Podrías verme en la cocina en unos minutos?
—Por supuesto.
Kate se separó e inclinó la cabeza ante los pocos rostros que pudo reconocer. Sintiéndose fuera de lugar, caminó hasta el final del corredor que desembocaba en la cocina. No había nadie pero sí platos y vasos vacíos, por lo que no hacía mucho que la gente había estado allí. Había tartas en el mostrador junto a rollos de jamón y otros canapés. Kate se dispuso a limpiar un poco, acercándose al fregadero para comenzar a lavar los platos.
Unos momentos después, Jim Meade entró a la cocina. —No tienes que hacer eso —dijo.
Kate se volvió hacia él y vio que lucía agotado y triste a más no poder. —Lo sé —dijo—, vine a mostrar mi apoyo. Parecía que las cosas estaban bastante difíciles en la sala de recibo cuando entré, así que los apoyo a ustedes lavando los platos.
Él asintió, como si no pudiera hacer otra cosa. —Una de nuestras amigas nos dijo hace unos minutos que vio entrar a una mujer. Me alegra que seas tú, Kate.
Kate vio entrar a otra persona a espaldas de él, luciendo igual de exhausta y destrozada. Los ojos de Deb Meade estaban hinchados y enrojecidos de tanto llorar. Sus cabellos estaban desordenados, y cuando miró a Kate y trató de esbozar una sonrisa, esta no logró dibujarse en su cara.
Kate dejó el plato que estaba lavando, secándose rápidamente sus manos con una toalla