Un Rastro de Muerte . Блейк Пирс

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Un Rastro de Muerte  - Блейк Пирс


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Se veían desconcertados hasta que Keri gritó de nuevo.

      —¡Deténganlo!

      El chico comenzó a caminar hacia el hombre, y luego empezó a correr. Para entonces el hombre había llegado a la van. Deslizó la puerta del costado y lanzó a Evie hacia el interior como si fuera un saco de patatas. Keri escuchó el golpe sordo cuando el cuerpo golpeó contra algo sólido.

      Cerró la puerta violentamente y enseguida corrió alrededor del vehículo para llegar al lado del conductor, pero el adolescente le alcanzó y le agarró por un hombro. El hombre giró en redondo y Keri tuvo la mejor visión posible de su aspecto. Tenía puestas unas gafas de sol, la gorra con la visera baja y era difícil verle a través de las lágrimas. Pero pudo entrever un cabello rubio y lo que lucía como parte de un tatuaje, en el lado derecho del cuello.

      Pero antes de que pudiera captar algo más, el hombre recogió su brazo y le soltó un golpe al adolescente en el rostro, haciendo que el cuerpo de este tropezara con un auto cercano. Keri escuchó un doloroso crujido. Vio entonces al hombre sacar un cuchillo de la funda que llevaba al cinto, y hundirlo en el pecho del adolescente. Lo sacó a continuación y aguardó un segundo mientras veía como el chico caía al suelo; corrió entonces al asiento del conductor.

      Keri se forzó a sacar de su cabeza lo que acababa de ver y no se concentró en otra cosa que no fuera llegar hasta la van. Escuchó el encendido del motor y vio que comenzaba a arrancar. Ella estaba a menos de seis metros.

      Pero ya el vehículo estaba acelerando. Keri siguió corriendo pero sentía que su cuerpo empezaba a rendirse. Miró la matrícula para memorizarla. No había ninguna.

      Buscó sus llaves, cayendo en cuenta que estaban en su cartera, allá en el campo de juegos. Corrió de regreso adonde estaba el adolescente, con la esperanza de tomar las de él y su auto. Pero cuando llegó hasta el chico, vio a su novia arrodillada junto a él, llorando desconsolada.

      Levantó la vista de nuevo. La van ya estaba lejos, dejando atrás un rastro de polvo. Ella no tenía matrícula, ninguna descripción que dar, nada que ofrecer a la policía. Su hija se había ido y ella no sabía cómo hacer para que regresara.

      Keri se dejó caer al suelo junto a la chica adolescente y comenzó a llorar a su vez , sin que pudieran distinguirse los gemidos de desesperación de una y de otra.

      Cuando abrió sus ojos estaba de nuevo en la casa de Denton. Ella no recordaba haber salido del cobertizo ni haber caminado por el césped reseco. Pero de alguna manera había llegado a la cocina de Rivers. Con esta eran dos en un día.

      Se estaba poniendo peor.

      Entró de nuevo en la sala, miró a Denton a los ojos, y dijo:

      —¿Dónde está Ashley?

      —No lo sé.

      —¿Por qué estás en posesión de su teléfono?

      —Ella lo dejó aquí ayer.

      —¡Basura! Ella rompió contigo hace cuatro días. No estaba aquí ayer.

      El rostro de Denton acusó de lleno el golpe verbal.

      —Okey, se lo quité.

      —¿Cuándo?

      —Esta tarde, en la escuela.

      —¿Solo se lo arrebataste de la mano?

      —No, tropecé con ella después de la última campanada y se lo saqué de su bolso.

      —¿Quién es el propietario de la van negra?

      —No lo sé.

      —¿Un amigo tuyo?

      —No.

      —¿Alguien que contrataste?

      —No.

      —¿Cómo te produjiste esos rasguños en tu brazo?

      —No lo sé.

      —¿Cómo conseguiste ese chichón en tu cabeza?

      —No lo sé.

      —¿De quién es la sangre que está sobre la alfombra?

      —No lo sé.

      Keri se remeció y trató de refrenar la furia que crecía en su sangre. Podía sentir que estaba perdiendo la batalla.

      Miró a través de él y dijo, sin emoción:

      —Voy a preguntarte una vez más: ¿dónde está Ashley Penn?

      —Vete al carajo.

      —Esa es la respuesta incorrecta. Piensa en ello de camino a la estación.

      Le dio la espalda, vaciló por un instante, y entonces, repentinamente, giró y lo golpeó con el puño duro y cerrado, con cada gramo de frustración en su cuerpo. Le dio de lleno en la sien, en el mismo punto de la herida anterior. Esta se abrió y salpicó de sangre todo, incluyendo la blusa de Keri.

      Ray la contempló incrédulo, paralizado. Entonces puso de pie a Denton Rivers de un solo tirón y dijo:

      —¡Escucha a la dama! ¡Muévete! Y no tropieces y golpees tu cabeza con otra mesa de café.

      Keri le dedicó una sonrisa agridulce pero Ray no se la devolvió. Se veía horrorizado.

      Algo como esto podía costarle a ella su trabajo.

      A ella no le importaba, sin embargo. Todo lo que le importaba ahora mismo era hacer que este pequeño vago hablara.

      CAPÍTULO CINCO

      Lunes

      Atardecer

      Keri condujo el Prius, con Ray en el asiento de pasajero, mientras seguían a la patrulla que ella había llamado para trasladar a Rivers a la estación. Keri escuchaba en silencio mientras Ray atendía el teléfono.

      La capitana a cargo de la División Los Ángeles Oeste era Reena Beecher, quien sería puesta al tanto de la situación por la cabeza de la Unidad de Delitos Mayores de la División Pacífico, el Teniente Cole Hillman, a la sazón jefe de Keri y Ray. Era él a quien Ray estaba informando. Hillman, o “Martillo” como algunos de sus subordinados le llamaban, tenía jurisdicción sobre personas desaparecidas, homicidio, robo, y crímenes sexuales.

      Keri no era una gran fan de él. Para ella, Hillman parecía más interesado en cuidar su trasero que ponerlo en la línea de fuego para resolver los casos. Quizás los años de servicio le habían suavizado. No tenía escrúpulos en atacar a los detectives que no limpiaban las mesas de su lista de casos abiertos. De allí el sobrenombre de “Martillo” que parecía agradarle. Pero para la mentalidad de Keri él era un hipócrita que se cabreaba cuando ellos no cerraban casos y se cabreaba también cuando ellos se arriesgaban para resolver esos mismos casos. Keri pensaba que un sobrenombre más apropiado era “imbécil”. Pero ya que no lo podía llamar así, su pequeña rebelión era tampoco llamarlo por su sobrenombre.

      Keri aceleró por las calles de la ciudad, tratando de no perder al vehículo del escuadrón que iba delante. Junto a ella, Ray resumía para Hillman el cómo una llamada cayendo la tarde acerca de una adolescente perdida por un par de horas, se había transformado de pronto en una situación potencial de secuestro, de la hija quinceañera de un senador de los Estados Unidos. Describió el video de vigilancia de la oficina de préstamos, la visita a Denton Rivers (excepto algunos detalles) y todo lo demás entre una cosa y otra.

      —La Detective Locke y yo estamos llevando a Rivers a la estación para más interrogatorios.

      —Espera, espera —dijo Hillman—. ¿Qué está haciendo Keri Locke en este caso? Esto está muy por encima de su rango, Sands.

      —Ella tomó la llamada, Teniente. Y ella ha descubierto casi todas las pistas que tenemos hasta ahora. Ya casi estamos en la estación. Le informaremos lo demás entonces, señor.

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