Historia sencilla de la filosofía. Rafael Gambra Ciudad

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Historia sencilla de la filosofía - Rafael Gambra Ciudad


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filosofía responde, pues, a la actitud más natural del hombre. En rigor, todo hombre posee, más o menos confusamente, una filosofía. Piénsese, por ejemplo, en la India, ese pueblo apático, indiferente ante la vida y la muerte, tan proclive a dejarse gobernar por extranjeros solo por no tomarse el trabajo de hacerlo por sí mismo; en el fondo de su actitud ante la vida hay toda una concepción filosófica: ellos son panteístas, creen que el mundo es una gran unidad, de la que cada uno no somos más que una manifestación, y a la que todos hemos de volver. Ante este fatalismo que anula la personalidad, la consecuencia natural es el quietismo.

      Los pueblos occidentales, en cambio, han sido siempre activos, emprendedores. También les mueve una filosofía, que es en ellos colectiva: creen en la personalidad de cada uno como distinta de las cosas y de Dios, y como perfectible por su propio obrar. A semejanza de aquel que escribía en prosa sin saberlo, todo hombre es filósofo aunque no se dé cuenta.

      En sus orígenes, filosofía era lo mismo que ciencia; filósofo, lo mismo que sabio o científico. Así, Aristóteles trata en su obra no solo de esas remotas cuestiones que hoy se reservan los filósofos, sino también de física, de ciencias naturales... Fue más tarde, con el progreso del saber, cuando se fueron desprendiendo del tronco común las llamadas ciencias particulares. Cada una fue recortando un trozo de la realidad para hacerlo objeto de su estudio a la luz de sus propios principios. Esto constituyó un proceso necesario por la misma limitación de la capacidad humana para saber. Hasta después del Renacimiento hubo todavía —excepcionalmente— algún sabio universal: hombres que poseían cuanto en su época se sabía. Descartes, por ejemplo, fue uno de ellos. Quizá el último sabio de este estilo fuera Leibniz, un pensador de la escuela cartesiana que vivió en el siglo XVII-XVIII. Después nadie pudo poseer ya el caudal científico adquirido por el hombre, y hoy ni siquiera es ya posible con cada una de las ciencias particulares.

      Sin embargo, por encima de esta inmensa y necesaria proliferación de ciencias independientes, subsiste la filosofía como tronco matriz, tratando de coordinar y dar sentido a todo ese complejísimo mundo del saber y planteándose siempre la eterna y radical pregunta sobre el ser y el sentido del Universo.

      DIVISIÓN DE LA FILOSOFÍA

      Cuando la filosofía abarcaba todo el ámbito de la ciencia, Aristóteles dividió los modos del saber por lo que él llamó los grados de abstracción. Abstraer es una operación intelectual que consiste en separar algún aspecto en el objeto para considerarlo aisladamente prescindiendo de lo demás. Este poder de abstraer se identifica realmente con la facultad intelectual o racionalidad del hombre: traspasar las cosas concretas, singulares, que conocen también los animales, para quedarse con lo que tienen de común, con su esencia o concepto, prescindiendo de lo que tienen de individual, es la función racional, propiamente humana. Intelectual procede de esto: intus legere, leer dentro, captar la idea o universal separando todo lo demás.

      Cabe realizar la abstracción en tres grados sucesivos: en el primero se prescinde de los caracteres individuales, concretos, de las cosas que nos rodean, para quedarnos solo con sus caracteres físicos o naturales, y ello determina la física y las ciencias de la naturaleza. En un segundo grado de abstracción, se prescinde también de toda cualidad específica o natural y nos fijamos solo en la cantidad pura —el número—, engendrándose así las ciencias matemáticas. En un tercero, por fin, prescindimos también de la cantidad y nos quedamos únicamente con el ser —lo que tienen de común todas las cosas—, esa noción generalísima y primera, y este es el origen de la metafísica, a la que Aristóteles llamaba filosofía primera. Así, la clasificación aristotélica del saber abarcará tres grupos de ciencias: ante todo, una ciencia instrumental, previa: la Lógica u Organon que nos enseña las formas y leyes del pensamiento para su recta utilización. Sigue el saber especulativo o teorético que se dividirá según esos grados de abstracción en ciencias físico-naturales, ciencias matemáticas, y metafísica. Añádese por último la fundamentación de nuestro recto obrar, es decir, de las nociones de Bien y de Mal (el hombre no solo conoce sino que actúa) que deben regir nuestra conducta. Este es el objeto de la Ética o Moral.

      Sin embargo, dado que posteriormente se han ido separando las ciencias particulares y hoy no se considera filosofía a ciencias como las matemáticas o las físico-naturales, ha prevalecido otra división en el seno de los estudios que hoy se reserva la filosofía. Esta división es debida a un alemán —Christian Wolff— que fue discípulo de Leibniz, a quien ya conocemos. Dividía Wolff la filosofía en tres grupos generales de materias: la filosofía real, la filosofía del conocimiento y la filosofía de la conducta. La primera estudia el ser y las cosas en general; la segunda trata de ese gran fenómeno que se da en nuestra mente y que nos pone en relación con las cosas exteriores —el conocimiento—, fenómeno que nos diferencia de una piedra, por ejemplo, que, no teniendo conocimiento, está cerrada sobre sí, no entra en relación con lo que está fuera de ella; la tercera estudia la acción y las normas que la rigen: complemento del conocer es el obrar, el reaccionar sobre las cosas que se nos manifiestan en el conocimiento.

      Cada uno de estos grupos abarca varias ciencias. La filosofía real se divide en metafísica general y metafísica especial. La primera, que es la fundamental y determina en cada filósofo la naturaleza toda de su sistema, estudia el ser en cuanto ser, el ser en sí. La especial se divide en cosmología, psicología y teología natural o teodicea. Esta división corresponde a las tres más generales categorías del ser real; el cosmos o conjunto ordenado del mundo material, inerte; las almas, como algo distinto e irreductible a la materia, y Dios, que sobrepasa y no corresponde a ninguno de los dos grupos.

      En la filosofía del conocimiento cabe distinguir dos ciencias: la lógica y la teoría del conocimiento. El pensamiento no se produce espontáneamente, de un modo anárquico, en la mente del sujeto, sino que, sea lo que quiera lo que se piense, debe sujetarse a unas formas y leyes, que son la estructura misma del pensamiento. A una persona que no hilvane su pensamiento de acuerdo con un orden y consecuencia la llamamos ilógica, y a quien no razona en absoluto conforme a esas leyes, lo recluimos en un manicomio. Esas formas y leyes del pensamiento son el objeto de la lógica. Para estudiarlas no es necesario salir del pensamiento mismo: al lógico no le interesa que lo pensado esté de acuerdo con la realidad, sino que esté de acuerdo con las leyes del pensamiento. Imaginemos el siguiente razonamiento:

      Los cuadrúpedos son racionales.

      Las aves son cuadrúpedos.

      Luego las aves son racionales.

      En él todo lo que se afirma es falso; sin embargo, para la lógica es un razonamiento válido, porque está trazado según las reglas del silogismo. Supongamos este otro:

      Algunos españoles son andaluces.

      Algunos españoles son sevillanos.

      Luego los sevillanos son andaluces.

      Todas las proposiciones son en él verdaderas, pero lo son por casualidad, porque la consecuencia es ilógica: lógicamente es rechazable.

      Cabe, pues, que fuera de la lógica nos planteemos otra pregunta sobre el conocimiento en general: ¿corresponde el pensamiento con la realidad o nos engaña en sus datos? ¿O se tratará, incluso, de una creación de la mente? A esta pregunta trata de responder la otra rama de la filosofía del conocimiento: la epistemología o teoría del conocimiento.

      Pero entre sujeto y objeto no se tiende solo el puente del conocimiento, sino también el de la acción. Si en el conocimiento el objeto impresiona al sujeto transmitiéndole su imagen, en la acción es el sujeto quien reacciona sobre el objeto modificándole. Pues bien, el obrar, como el pensar, está también sometido a sus normas, que son inmutables y universales. El niño, al mismo tiempo que conoce la noción de verdadero y falso, y antes de llegar a las de lógico e ilógico, aprende a distinguir las de bueno y malo, la licitud o ilicitud de los actos. Pues bien, la parte de la filosofía que estudia las leyes de la licitud o moralidad de los actos y su fundamento es la ética.

      Tenemos, con esto, el sistema de las ciencias propiamente filosóficas,


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