Te veo. Teresa Driscoll

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Te veo - Teresa Driscoll


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te lo recomiendo, Sarah. Tómate el té. Le diré a papá que te has despertado, y que pueden subir ya.

      —No pienso volver a hablar con ellos. Todavía no.

      —Ay, cariño, sé que esto es una pesadilla. Tanto para ti como para todos nosotros. —Su madre se ha puesto a dar vueltas por la habitación—. Pero la encontrarán, mi vida, estoy segura. Lo más probable es que se fuera por ahí a otra fiesta y ahora esté preocupada porque ha metido la pata.

      Rodea a su hija con el brazo —ha colocado las tazas de té entre el caos del tocador—, pero Sarah se lo aparta.

      —¿Los padres de Anna están aquí?

      —Todavía no, no lo sé. No sé qué van a hacer. La policía quería comprobar algunas cosas con ellos en Cornualles.

      —¿El qué?

      —Creo que los ordenadores o algo así. No lo sé, no me acuerdo exactamente, Sarah. Todo es muy confuso. Quieren recabar toda la información posible que sea de ayuda… Con la búsqueda.

      —¿Y crees que yo no? ¿Crees que no me siento suficientemente mal?

      —Pero si nadie te culpa, cariño.

      —¿Perdón? Y ¿por qué usas el verbo «culpar» si no me culpa nadie?

      —Sarah… mi vida. No te pongas así. La encontrarán. Estoy segura. Voy a llamar a la planta baja.

      —No, quiero que me dejes en paz. Tú y todos. Es lo único que necesito.

      La madre de Sarah se saca el móvil del bolsillo y, justo cuando se pone a buscar las gafas, llaman a la puerta.

      —Seguro que son ellos.

      Es el mismo inspector de antes, pero lo acompaña una agente de policía diferente, además del padre de Sarah.

      —¿Hay alguna novedad?

      La madre de Sarah empieza a levantarse de la silla, pero se deja caer al ver que todos niegan con la cabeza.

      —¿Has podido descansar algo, Sarah? ¿Podemos charlar un poco más? —pregunta la agente de policía.

      —No estaba borracha. Cuando hemos hablado antes. No estaba borracha.

      —Claro que no.

      Los adultos se miran los unos a los otros.

      —Hemos echado un vistazo a las grabaciones de las cámaras de seguridad de la discoteca, Sarah. —Ahora le habla el inspector, con más firmeza—. Por desgracia, algunas de las cámaras no funcionaban. Pero hay ciertas cosas que no acabamos de entender, Sarah. Además, nos ha llamado una testigo.

      —¿Una testigo?

      —Sí, una mujer que iba en el tren.

      Lo nota al instante. Cómo se estremece. Cómo se delata. Cómo baja la temperatura cuando la sangre se desplaza.

      Y abandona su rostro.

      Capítulo 4

      La testigo

      No me he hecho ilusiones.

      Ya sabía lo que iba a pasar esta semana. Una parte de mí lo estaba deseando: la que alberga la tenue esperanza de que el reportaje con motivo del primer aniversario pueda darle un empujón a la investigación. Sin embargo, otra parte de mí está muerta de miedo. La gente volverá a dirigirme las mismas miradas. «Es esa mujer. ¿Te acuerdas? La que no dijo nada, la del tren. ¿No lo recuerdas? De cuando desapareció aquella chica… Madre mía, ¿ya ha pasado un año?».

      Con todo, no me importa, prefiero que hagan la reconstrucción de lo que ocurrió en el programa sobre crímenes Crimecatchers. Sobre todo por la familia. Por la pobre madre. Lo único que yo quiero es quedar al margen.

      Me entiendes, ¿verdad? A ver, no me importó que me hicieran preguntas. Aunque Tony se puso hecho una furia cuando la policía nos llamó; estaba sorprendido por que hubieran tenido el descaro de hacerlo.

      «Filtrasteis su nombre. Habéis dejado que la juzgue todo el mundo y ahora creéis que querrá salir en el programa…».

      Él insiste en que la filtración fue deliberada, que alguien hizo algo para que la prensa supiera mi nombre. Seguimos sin tener pruebas, y, sinceramente, he llegado al punto en que ya no tengo claro si me importa. Lo único que sé es que no soporto imaginarme a la gente volviendo a hablar del tema, volviendo a removerlo todo. Que me juzguen. Que me odien.

      Incluso los clientes más habituales de la tienda me miran un poco raro, aunque no dicen ni mu sobre el tema.

      La versión oficial del gabinete de prensa de la policía es que no hubo filtración alguna; tan solo mencionaron a un puñado de periodistas que la testigo del tren «se dirigía a un congreso». Pero deben de haberles dicho de qué era el congreso, porque, si no, ¿cómo ha podido averiguar la prensa que yo era florista? Bueno, qué más da. Algún periodista debió de consultar los diferentes eventos relacionados con la floristería, buscó con atención en las listas de asistentes de Devon y Cornualles y, al final, se plantaron en nuestra puerta.

      Recordarlo me sigue provocando escalofríos.

      De todas formas, si yo hubiese sido más lista, no habrían podido confirmarlo. Si se me hubiese ocurrido decir «no tengo ni idea de a qué os referís», lo habrían dejado ahí. Pero no respondí eso.

      Soy consciente de que esto sonará muy estúpido, pero lo que les contesté desde el umbral de mi casa, desorientada por completo, fue: «¿Quién os ha dicho quién soy?».

      «Joder, ¿por qué les has dicho eso?», fue lo primero que me preguntó Tony. «Madre mía, Ella. Es que se lo has puesto en bandeja».

      Pero eso no era verdad, al menos, no del todo. No había dejado entrar a ningún reportero. No había hecho declaraciones, lo juro, pero me habían sacado una foto, y nos llamaban, y venga a llamar, hasta que cambiamos el número.

      —Esto es acoso —había saltado Tony. «¿Acaso no ha sufrido suficiente?». Es tan bueno. Qué bonachón es mi marido.

      Después de eso, las cosas se pusieron muy feas. La gente me empezó a decir cosas horribles por las redes sociales. Al final, tuvimos que cerrar la tienda un tiempo.

      Sin embargo, lo cierto es que, por muy espantoso que haya sido, creo que no he sufrido lo bastante. Esa chica preciosa sigue desaparecida. Lo más probable es que esté muerta —es casi seguro—, aunque, por lo que he oído, su pobre madre sigue aferrándose a la esperanza de que sigue viva.

      Y ¿acaso se la puede culpar? Yo, seguramente, haría lo mismo.

      El agente de policía de Crimecatchers me ha dicho que la señora Ballard ha ofrecido una entrevista dura y desgarradora. No creo que sea capaz de verla. La madre de Anna se ha pasado este último año recopilando información sobre casos de chicas desaparecidas que aparecieron años más tarde. Lo típico: algún lunático las había secuestrado, les había lavado el cerebro, pero, al final, habían escapado. Se ve que han tenido que cortar todo eso de la entrevista, porque la policía no quiere enfocarlo así. Es evidente que creen que, lo más probable, es que Anna esté muerta. Emitirán el programa con el objetivo de encontrar al asesino, no a un loco que retiene a una chica en el sótano.

      Por pura delicadeza, han dejado todo lo que cuenta la señora Ballard de cuando Anna era pequeña. Sobre sus esperanzas y sueños. Al parecer, eso es lo que hace que la gente llame y aporte nueva información. Pero el objetivo principal es encontrar a los dos muchachos. Y encontrar el cuerpo, supongo. Se me pone la piel de gallina solo de pensarlo…

      Por eso, Tony se cabrea. Cree que, si la policía no hubiera tardado tanto en lanzar la orden de búsqueda de Karl y Antony después de que yo les hubiera puesto sobre aviso, quizá los habrían detenido justo antes de largarse. Seguramente, los habrían pillado en el


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