La IlÃada. Homer
Читать онлайн книгу.le causaba: dábanle miedo el bronce y el terrible penacho de crines de caballo, que veía ondear en lo alto del yelmo. Sonriéronse el padre amoroso y la veneranda madre. Héctor se apresuró á dejar el refulgente casco en el suelo, besó y meció en sus manos al hijo amado, y rogó así á Júpiter y á los demás dioses:
476 «¡Júpiter y demás dioses! Concededme que este hijo mío sea, como yo, ilustre entre los teucros y muy esforzado; que reine poderosamente en Ilión; que digan de él cuando vuelva de la batalla: ¡es mucho más valiente que su padre!; y que, cargado de cruentos despojos del enemigo á quien haya muerto, regocije de su madre el alma.»
482 Esto dicho, puso el niño en brazos de la esposa amada, que al recibirlo en el perfumado seno sonreía con el rostro todavía bañado en lágrimas. Notólo Héctor y compadecido, acaricióla con la mano y así le habló:
486 «¡Esposa querida! No en demasía tu corazón se acongoje, que nadie me enviará al Orco antes de lo dispuesto por el hado; y de su suerte ningún hombre, sea cobarde ó valiente, puede librarse una vez nacido. Vuelve á casa, ocúpate en las labores del telar y la rueca, y ordena á las esclavas que se apliquen al trabajo; y de la guerra nos cuidaremos cuantos varones nacimos en Ilión, y yo el primero.»
494 Dichas estas palabras, el preclaro Héctor se puso el yelmo adornado con crines de caballo, y la esposa amada regresó á su casa, volviendo la cabeza de cuando en cuando y vertiendo copiosas lágrimas. Pronto llegó Andrómaca al palacio, lleno de gente, de Héctor, matador de hombres; halló en él á muchas esclavas, y á todas las movió á lágrimas. Lloraban en el palacio á Héctor vivo aún, porque no esperaban que volviera del combate librándose del valor y de las manos de los aqueos.
503 Paris no demoró en el alto palacio; pues así que hubo vestido las magníficas armas de labrado bronce, atravesó presuroso la ciudad haciendo gala de sus pies ligeros. Como el corcel avezado á bañarse en la cristalina corriente de un río, cuando se ve atado en el establo, come la cebada del pesebre y rompiendo el ronzal sale trotando por la llanura, yergue orgulloso la cerviz, ondean las crines sobre su cuello, y ufano de su lozanía mueve ligero las rodillas encaminándose al sitio donde los caballos pacen; de aquel modo, Paris, hijo de Príamo, cuya armadura brillaba como un sol, descendía gozoso de la excelsa Pérgamo por sus ágiles pies llevado. El deiforme Alejandro alcanzó á Héctor cuando regresaba del lugar en que había pasado el coloquio con su esposa, y así le dijo:
518 «¡Mi buen hermano! Mucho te hice esperar y estarás impaciente, porque no vine con la prontitud que ordenaste.»
520 Respondióle Héctor, de tremolante casco: «¡Hermano querido! Nadie que sea justo reprochará tu faena en el combate, pues eres valiente; pero á veces te abandonas y no quieres pelear, y mi corazón se aflige cuando oigo murmurar á los troyanos que tantos trabajos por ti soportan. Pero vayamos y luego lo arreglaremos todo, si Júpiter nos permite ofrecer en nuestro palacio la copa de la libertad á los celestes sempiternos dioses, por haber echado de Troya á los aqueos de hermosas grebas.»
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