Aproximaciones a la filosofÃa polÃtica de la ciencia. ОтÑутÑтвует
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37 Vega y Broncano, "Representation at Work", contribución presentada en el XXI International Congress on Logic, Metodology and Philosophy of Science, Oviedo, 2003. [Regreso]
38 Michel Callon, Pierre Lascoumes y Yannick Barthe, Dans un monde incertain. Essai sur la démocratie technique, París, Seuil 2001, reconstruyen ejemplos de cómo las movilizaciones sociales a veces concluyen en la apertura de nuevas líneas de investigación incluso dirigidas por los intereses de las partes implicadas. [Regreso]
La filosofía política de la ciencia:
una perspectiva histórica
Stephen Turner
La reflexión sobre asuntos de conocimiento y poder, ciencia y sociedad, y la naturaleza de la ciencia como actividad socialmente organizada e institucionalizada, puede encontrarse ya desde La República de Platón, alcanzando momentos álgidos en la visión baconiana de una clase de científicos a quienes se les ha otorgado el poder de dominio, en los intentos de la Royal Society en Londres, para construirse una identidad propia como un tipo de asociación política, en la emergencia de la ciencia como categoría social vinculada al Estado durante la Ilustración, particularmente con Turgot y Condorcet, quienes identificaban el avance de la ciencia con el avance de la sociedad, el avance científico como el motor del progreso.
En este capítulo examinaré esta historia, identificaré los temas centrales que dominaron esa literatura, y cuestionaré la relevancia actual de tal historia. El resultado quizá sea sorprendente: pese a que la antigua "Izquierda" sostuvo posiciones antagónicas a las de la actual Izquierda participativa, las consideraciones que motivaron a la vieja izquierda son hoy más significativas que nunca.
La Ilustración reconsiderada
Hay un asunto particularmente central. La ciencia en sentido estricto no es suficiente para el progreso humano. Llevar a cabo la tarea de hacer que la ciencia beneficie a la sociedad necesariamente requería un grado significativo de conocimiento acerca del mundo social. No obstante, este conocimiento siempre ha probado ser problemático, difícil de considerarse como científico, y en conflicto con la política. Las dificultades fueron inmediatas: tras la restauración de la política francesa como parte del retorno a la normalidad después de la revolución, en 1803 el departamento de ciencia política y social de la Academia Francesa fue suprimido, marcando una línea entre la ciencia aceptable y la ciencia peligrosa, y despojando a la ciencia de los medios para aplicarse al bien de la sociedad. La especulación social y política recayó entonces en pensadores fuera del campo académico, destacadamente en Henri de Saint-Simon, quien recuperó las ideas de Condorcet sobre la relación de la ciencia y la tecnología con el progreso, reconsiderando muchas ideas de la Ilustración, particularmente el programa de secularización, a la luz de la revolución y sus fallas.
La historia es bien conocida y no se requiere repetirla aquí. Augusto Comte, a la sazón joven secretario de Saint-Simon, revisó y extendió las elementales pero iluminadoras ideas de éste dentro del positivismo, un sistema y programa intelectual completo que suministró tanto una filosofía de la ciencia como un modelo de relaciones entre la ciencia y la sociedad, además de un repudio al liberalismo, al que Comte y la mayoría de los más avanzados pensadores continentales de la época se refirieron como a un fenómeno histórico transitorio, condenado por sus propios y aplastantes defectos. Para Comte y Saint-Simon esos defectos estaban en el corazón del problema de la relación entre ciencia y sociedad y entre ciencia y política. Comte, en los más explícitos términos, repudió la idea según la cual la opinión de todos debería ser tolerada y escuchada. 1
El razonamiento fundamental aquí es simple, y plantea el tema crucial. Un modelo de ciencia que enfatiza el consenso y la autoridad. Éste era el saintsimoniano: dentro de la ciencia el mérito científico es transparente, y los científicos menores reconocerían y se inclinarían naturalmente ante la grandeza de otros, creando dentro de la ciencia una jerarquía natural, lo cual era un modelo deseable dada la jerarquía natural del nuevo orden científico e industrial que había vislumbrado. Autoridad y consenso dentro de la misma ciencia tienen implicaciones para lo que está fuera de la ciencia. Si la ciencia es correcta, y si la ciencia es una actividad suficientemente amplia para abarcar el conocimiento acerca de cosas tales como el mundo social, ¿por qué no deberían mandar los científicos, y hacerlo excluyendo a los ignaros? ¿No es el dominio, de facto sino de jure, de los científicos la condición para el progreso? Y si la comprensión y reconocimiento de la autoridad de la ciencia son la condición central del progreso ¿no debería la ciencia ser impuesta sobre el ignaro usando las mismas técnicas que fueron utilizadas para imponer tan efectivamente los dogmas del catolicismo en el pasado? Comte hace explícito este argumento:
no hay libertad de conciencia en astronomía, en física y ni siquiera en fisiología, lo que es decir que todos encontrarían absurdo no tener confianza en los principios establecidos por los hombres de esas ciencias. Si esto no es así en política esto se debe sólo al hecho de que dado que los antiguos principios han ya de ser abandonados, y ningunos nuevos han sido aún diseñados para reemplazarlos, realmente no hay, mientras tanto, principios fijos en absoluto.2
El principal punto en la agenda del progreso para Comte fue superar la anarquía de opiniones producida por la situación en la que el ignorante y el experto estaban igualmente autorizados para dar sus opiniones.
Por supuesto, la libertad de conciencia y la discusión abierta son los cimientos del liberalismo, de manera que las implicaciones antiliberales de la ciencia como modelo de la política son evidentes. Pero al mismo tiempo había, aunque sólo parcialmente desarrollada, lo que podría llamarse una concepción liberal de la ciencia, es decir, una que dio poca importancia, e incluso oscureció y negó el asunto de la autoridad de la ciencia a favor de un modelo de libre discusión aplicado igualmente a la ciencia y a la política. James Mill es quizá la persona cuya ilimitada fe en la discusión ejemplifica mejor esta intuición, pero Sobre la libertad de John Stuart Mill es quizá su mayor expresión. Pero ni Mill menciona la ciencia en ese ensayo, ni el problema de la existencia de la "autoridad" científica dentro de un orden social no autoritario fue directamente abordado. Sin embargo, hubo una crítica "liberal" de los efectos corruptores de la dependencia de la ciencia respecto al patronazgo estatal, por ejemplo en Thomas Henry Bucle (1924); similares preocupaciones en torno a la influencia estatal en Condorcet, 3 y defensas de la libertad del discurso científico escritas dentro de las funciones de la Royal Society. Estos fueron elementos primitivos de una imagen alternativa de la ciencia.
Pearson y Mach
La influencia soterrada de las ideas fundamentales comtianas fue sustancial, pero la influencia de mayores consecuencias fue mediada a través de dos pensadores: Ernst Mach, quien desarrolló y popularizó una filosofía de la ciencia que era compatible con ciertos desarrollos subsecuentes, en particular con el positivismo lógico, y que sirvió como transporte de algunas de las ideas comtianas clave; y Karl Pearson, quien se había empapado de Comte con un bibliotecario en Cambridge. Como pensadores políticos y sociales y también como filósofos de la ciencia, tenían mucho en común. Ambos sostenían que la edad de la coerción o la fuerza bruta habían pasado, y buscaban alguna clase de sustituto para la religión. Ambos eran socialistas de tendencia anarquista, aunque expresaron esto último de manera distinta. Mach era hostil hacia el Estado, por lo menos en su conformación actual. Ninguno lidió con los problemas de poder que implica la acción revolucionaria. Pearson pensaba que las instituciones necesitaban ser "dinamitadas", 4